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Javier Bátiz despertó ayer de un largo sueño que comenzó hace 80 años, en 1944; un viaje que lo consagró como pilar del rock en México y mentor de leyendas como Carlos Santana y Alex Lora.
Bátiz dejó este mundo en calma, tras afrontar cáncer y otros padecimientos, acompañado por Claudia Madrid, su compañera. Fue ella quien compartió la noticia en sus redes sociales.
“Queridos amigos y familia: para informarles que nuestro adorado y querido, mi esposo Javier Bátiz, trascendió el día de hoy. Su legado y su música quedan para la eternidad. ¡Te amo, amor mío! ¡Vuela alto, mi ángel!”
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Artista a contrasentido
“Javier, ¿piensas en la muerte?”, se le preguntó hace unos meses. Él respondió con serenidad: “La muerte es, como la veo, el despertar de un sueño. Para mí, la vida es un sueño, y morir es despertar”.
En junio pasado, el guitarrista, también conocido como El brujo, habló con EL UNIVERSAL respecto a su estado de salud, en torno a su cumpleaños 80, el cual celebró postrado en cama.
“A estas alturas, lo que más me sorprende es estar vivo”, dijo el músico con su característico sentido del humor. “Ya no me puedo pelear con la vida, al contrario, le agradezco que me siga hablando, que me siga tomando en cuenta. Le agradezco a Dios que sigue conmigo, que me permite seguir”.
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Bátiz fue un creador incansable, un maestro que transformó la escena musical del país con su influencia en el blues y el rock. Un hombre a contrasentido: creía en el rock & roll, pero no en los excesos, en especial las drogas. Creía que la rebeldía era necesaria, pero no decía una mala palabra.
En especial, mostró esa ambivalencia en sus influencias; mientras su Tijuana natal vibraba al ritmo de la música regional, él creció rodeado de guitarras, canciones y voces de todo tipo, especialmente del otro lado de la frontera.
“Yo cantaba y cantaba. Me sabía todas las canciones de Pedro Infante, Jorge Negrete y hasta de Antonio Badú. Pero todo cambió cuando tenía 10 años. En la casa teníamos un radio. Fui a apagarlo, y justo en ese momento empezaron a tocar blues, y la primera canción que escuché fue ‘T-Bone shuffle’ de T-Bone Walker”.
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A partir de ese momento, la quimera del Bátiz-leyenda comenzó, primero, en su escuela, donde juntó a algunos amigos y creó su banda, Los TJ’s. Luego, fue invitado por los Rebeldes del Rock a la Ciudad de México, en sustitución de Johnny Laboriel.
“Por ser fronterizo, tuvo la posibilidad de cruzar mucho a EU y escuchar otra música; algo en lo que ahora ya nadie se fija porque ya se puede oír todo en las redes y plataformas, y no era común en esa época”, considera el crítico musical Arturo Flores.
Al llegar a la Ciudad de México, Bátiz se destacó con su guitarra en lugares como La Fusa y el Harlem. En 1968, su éxito en el Terraza Casino lo llevó a tocar frente a más de 18 mil personas en el primer concierto masivo al aire libre en la Alameda Central.
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Maestro de maestros
Su pasión y estilo lo llevó a conectar con figuras icónicas. En los 60, conoció a Jim Morrison en el mítico Whisky a Go Go en Los Ángeles. Bátiz tocaba un solo de blues cuando Morrison, recordó, lo buscó tras bambalinas. “Nos pusimos bien borrachitos, y la verdad nunca le entendí”.
Su influencia se extendió. Fue mentor de músicos que hoy son leyendas, como Carlos Santana. “Cuando Carlos me escuchó tocar por primera vez, dice que se le cayeron los choninos”, bromeaba. “Aquí llegaron Carlos Santana, Manuel Peraza, Max Martínez y muchos más. Gracias a Dios, cada uno encontró su camino, pero muchos pasaron por esta pequeña escuela musical que formé sin querer”, dijo.