
Cuando Lisa Gray —restauradora de arte estadounidense— llega a una villa remota en Italia para trabajar en una pintura deteriorada, asume que su tarea será meramente técnica.
Pero lo que descubre bajo las capas de barniz no tiene que ver con pigmentos ni técnicas antiguas.
Lo que empieza como una restauración, pronto se convierte en una excavación involuntaria de algo que llevaba siglos esperando.
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Así arranca El pozo: rituales satánicos, la nueva película del director italiano Federico Zampaglione, que ya está en salas nacionales.
Ambientada en una mansión aislada, la historia sigue a Lisa (Lauren LaVera), convocada por la duquesa Riviére para intervenir una obra que ha permanecido oculta durante generaciones.
A medida que trabaja en el lienzo, lo extraño se vuelve cotidiano: la pintura parece reaccionar, cambiar, como si algo se resistiera a ser revelado.
La imagen que Lisa intenta recuperar está vinculada con un antiguo pozo enterrado en aquella propiedad. Según leyendas locales, fue utilizado siglos atrás en rituales cuyo propósito nadie se atreve a nombrar.
“Quería hacer una película impredecible, que no siguiera los patrones del horror clásico. Que el espectador no pudiera anticipar el siguiente paso. Para eso combiné elementos góticos con momentos extremos, casi brutales”, explica el director Federico Zampaglione.
Pero más allá del miedo que provocan los rituales o las presencias, el verdadero golpe llega hacia el final, cuando la historia deja atrás la ficción para acercarse a lo real.
“Lo más aterrador de la película no es lo sobrenatural, sino lo humano. El final es real. Habla del poder, del dinero, de cómo se puede hacer daño sin necesidad de monstruos”, apunta el director.
Zampaglione comenta que creció viendo el horror italiano más visceral, el de los años 70, donde lo grotesco y lo estético convivían sin límite y cita a Mario Bava y Pupi Avati como referencias clave, pero en lugar de replicar esa tradición, la reinterpreta.
El pozo no es una imitación, es una respuesta contemporánea.
“El horror italiano se volvió seguro, domesticado, pensado para pasar en televisión sin incomodar. Yo quería lo opuesto. Recuperar la libertad total de hacer algo extremo, sin concesiones”, señala.
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La elección de la locación fue parte de esa búsqueda. Desde el guion, sabía que necesitaba un espacio atemporal. Encontró la mansión ideal: imponente, elegante, pero con algo que desentonaba.
“Cuando caminé por sus habitaciones, sentí algo raro. No quería dormir ahí. Entonces supe que era perfecta”, recuerda.
“México es un país que amo y me emociona mucho que esta película se estrene aquí. Ojalá la gente la disfrute… aunque también espero que los haga sentirse un poco incómodos”, finaliza el director.
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