
Hubo un tiempo, incluso cuando su rostro empapelaba las carteleras de todo el mundo gracias a "Ghost" o "Una propuesta indecente", en el que Demi Moore se sentía disminuida.
Había una voz, la de un productor poderoso, que se encargó de sembrarle una duda: le dijo que era solo una “popcorn actress”. Alguien capaz de llenar salas de cine, pero indigna de tener prestigio.
A Moore esa etiqueta la fue “corroyendo” por dentro, haciéndola sentir que, sin importar el éxito financiero, nunca sería tomada en serio.
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Hoy, con una ovación unánime por La sustancia y la segunda etapa de la serie "Landman", de HBO Max, Demi confirma que tenía mucho que dar.
Justo en "Landman", Moore interpreta a Cami Miller, una mujer que tras la muerte de su esposo debe tomar las riendas de una empresa petrolera, en un mundo de tiburones donde ella es vista como una forastera.
Para ella, este papel es un espejo de sus inicios, cuando nadó a contracorriente del machismo; una realidad que, advierte, se replica en muchos lugares donde aún se mira con lupa la capacidad de la mujer.
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“Sin duda, me identifico con Cami: adentrarse en ese mundo y ser subestimada. Y me encanta que ella no se sienta experta en ese mundo, que sea algo que aún no domina del todo, porque muchas cosas así las mujeres las vamos descubriendo sobre la marcha”, dice a EL UNIVERSAL.

La universidad de la vida
Para entender la garra de Moore, hay que mirar en retrospectiva. En ella no hubo escuelas de arte dramático ni padrinos en la industria del entretenimiento.
Su infancia fue un mapa borroso de mudanzas constantes y una madre alcohólica. A los 16 años abandonó la preparatoria y huyó de casa para inventarse un mejor futuro.
En sus propios términos, se graduó de la “universidad del fake it till you make it” (fíngelo hasta que lo logres). Sin formación técnica, su método consistía en observar, escuchar y copiar a otros actores, bajo la lógica de que no tenía qué perder.
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Como recordó en los recientes SAG Awards: era simplemente “una chava sola, sin plano de vida”, que tuvo que aprender a habitar su propia piel, sin más, frente a las cámaras.

Hoy, esa necesidad de fingir invencibilidad ha desaparecido. La ansiedad por demostrar su valía dio paso a una serenidad que no tenía aquella joven. Asegura que, lejos de la ambición, ha encontrado un equilibrio en la gratitud, no en la taquilla.
“Es muy importante estar presente en este momento”, cuenta la actriz que hace unos días cumplió 63 años.
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Madre ante todo

Si los 90 fueron su década dorada, también fueron su campo de batalla. Demi no solo peleaba por salarios equitativos, sino por existir como mujer y madre.
Su portada en "Vanity Fair" de 1991, desnuda y embarazada de siete meses de su hija Scout, fue un golpe cultural.
Pero Hollywood no era tan progresista. Moore ha contado que al llegar a las lecturas de "Cuestión de honor" (1992) con ocho meses de embarazo, la mirada de sus compañeros, incluido un incómodo Tom Cruise, reflejaba el estigma de la época.
Aquello la empujó a sobreexigirse y demostrar que podía criar a Rumer, Scout y Tallulah, sus tres hijas con Bruce Willis, sin bajar la guardia en el set.
“Para cualquier madre trabajadora, encontrar el equilibrio no es tarea fácil”, reconoce Demi.
“Es un esfuerzo constante. Todas las madres se merecen un gran aplauso por lo que implica intentar compaginar un trabajo con la crianza de los hijos”.
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El secreto de la vigencia
Tras años de recalibración personal, especialmente tras su ruptura con Ashton Kutcher y el distanciamiento temporal con sus hijas, Moore no solo ha sanado por dentro, sino que ha vuelto con curiosidad.
Cuando se le pregunta cómo se mantiene vigente y vital, en especial en una industria que suele desechar a las mujeres maduras, su respuesta es una lección de vida, simple y potente: seguir buscando.
“Simplemente, me levanto cada día pensando en qué puedo aprender y cómo puedo servir a quienes me rodean”.
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