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julio.quijano@eluniversal.com.mx
Alfonso Cuarón carga dos misterios en su corazón y se niega a revelarlos. El cineasta mexicano tiene 10 nominaciones al Oscar con su película ROMA pero él sabe que eso es lo de menos. “Los premios son circunstanciales”, dice.
Lo que realmente importa es que durante la filmación de la película hubo dos momentos en que Cuarón estuvo a punto de quebrarse. Es algo natural si se considera que la historia está basada en retazos de su infancia: el padre que abandona a la familia por una mujer más joven, los hermanos que no cesan de joderse mientras desayunan (el mayor menosprecia al menor mientras que ambos le dicen “gorda” a la hermana), y, sobre todo, la nana mixteca que, sigilosa, se convierte en pilar de la casa porque lo mismo se presta a jugar en los lavaderos de la azotea que a limpiar las cacas del perro en el patio (una secuencia que se repite varias veces y que adquiere especial relevancia bajo la estética de Cuarón).
¿Acaso una de las escenas que quebró al cineasta es aquella en la que Sofía, la madre, regaña y golpea a uno de sus hijos cuando la descubre llorando en el teléfono por el abandono del marido?
Alfonso Cuarón evade la pregunta. “Sé que hay varias escenas que conmueven al espectador hasta el llanto. Pero esa experiencia desde la butaca es distinta a la mía, que fue detrás de la cámara. Como director yo tuve que acceder a las memorias a partir de mis propias reflexiones, de modo que lo que se ve en pantalla es una combinación de ambas cosas: recuerdo y reflexión. Mientras filmaba, necesitaba pensar acerca de los recuerdos. No es mi vida”.
La aclaración de que no se trata de una película biográfica tiene un matiz, porque ciertamente la nana de la cinta, Cleo, representa a su nana verdadera, Libo. Y cuando uno de los hermanos utiliza la playera de futbol del Cruz Azul, no hay duda: ese niño es Carlos Cuarón, guionista de otra película de Alfonso (Y tú mamá también) y director de Rudo y cursi.
Así que el cineasta, ganador del Oscar por Gravity, no puede negar que todos los caminos (desde que dirigió La hora marcada en México hasta que hizo Harry Potter en Hollywood) lo llevaron a Roma, la colonia en la que de niño iba al cine Las Américas a ver Atrapados en el espacio.
“Podemos decir que regresé al origen. Pero lo mismo sucede con todas las personas. Para mí, ROMA fue una necesidad, yo tenía que exorcizar ese camino, recorrerlo fue una necesidad…”
Sin embargo, tras una pausa, de nuevo aclara: “Pero ese no soy yo”.
No es Cuarón pero sí su memoria. Sólo así se explica la montaña rusa de emociones que vivió durante el rodaje: “Hubo momentos de mucho dolor que se traducían en escenas emotivas. En ese momento participé del dolor de los personajes y eso me partió el corazón un par de veces. Fue algo muy intuitivo, un proceso de varias variables porque incluso estuve muchas más veces cerca de la risa que del llanto”.
Varias críticos han descrito a ROMA como tu obra maestra...
Yo agradezco los comentarios amables pero mi gran obra maestra no es ROMA, es la que película que sigue. Agradezco a quien la ha bautizado así pero no es mi opinión. El único juez es el tiempo.
¿Hacia dónde te llevará ROMA en el futuro?
No lo sé. Yo suelo ser poco prolífico así que tengo que esperar a ver qué sucede con los proyectos que tengo.
¿Cómo te cambiará la vida si ganas otra vez el Oscar?
Es que los Oscar son lo mismo que los comentarios amables e incluso es lo mismo que el asunto de los éxitos: son circunstanciales.