Felipe Cazals casi no ve sus propias películas. No las resiste.

“Soy víctima de mi propio juego y me voy diciendo lo que en el fondo no tiene importancia: esta luz está mal, ese no era el lado de ella sino el otro (de una actriz), para dónde está viendo ese pend... carajo, ¿dónde estaba el director?”, exclama.

En un pequeño departamento que tiene con su esposa en Acapulco, ha acomodado en un cuartito más de 2 mil videos tratando de rescatar su lado de espectador, ese que la profesión de cineasta le ha ido quitando.

Entonces, cuando se sienta y las ve, pasan dos cosas: vuelve a quedar maravillado con algún título o se arrepiente de haber defendido alguno otro por horas.

“El tiempo es cruel para el cine y eso no lo había pensado: hay cine que se queda y cine que no, eso de cine bueno o malo, ya dudo”.

Lo que sí tiene claro es que de su profesión es difícil vivir. El lo consiguió porque en cada película puso una parte de su sueldo, de tal manera que pudiera tener un porcentaje de la producción y ganar algo.

“Pero también doy clases en el CCC, muchas master class por casi todo el continente, me espera un homenaje en Bolivia, otra en la Universidad de Guanajuato.

“Nadie se hace rico en esto, decían antes que los que hacían cine tenían más de apostadores, que de sabios productores y eso es lo que hace la felicidad y cierto orgullo”.

Él en su faceta de cineasta ya está lejos. Lo sabe. Su retiro se dio prácticamente con El ciudadano Buelna en 2013.

“Este es un oficio de atletas, de estar 15 horas en pie, atento a todo y y ya no tengo esa condición. Estoy bien (de salud), todo en paz, pero nada de locuras”, bromea.

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