Sanar al niño interior es una idea recurrente en el discurso sobre el crecimiento personal, pero ¿qué pasa con el adulto?

Para la actriz mexicana Cassandra Ciangherotti, la clave está en la capacidad de la infancia para superar adversidades, mientras que el adulto debe aprender a reconciliarse con su pasado.

En su experiencia como en Memorias de un caracol, descubrió que la animación puede ser un puente entre la luz y la oscuridad, una vía para enfrentar aquellas sombras que muchas veces evitamos.

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“Siempre hablamos de sanar al niño interior, pero a veces creo que es el adulto quien necesita sanación. El niño que fuimos logró superar todo lo que vivió, pero el adulto es quien mira hacia atrás con dolor. La película toca ese punto: nos recuerda la resiliencia que tuvimos en la infancia y nos ayuda a reconectar con esa fortaleza”.

El interés de Cassandra por explorar distintas formas de interpretación la llevó al doblaje, donde ha incursionado en pequeños proyectos independientes y ahora en una producción de gran escala como Memorias de un caracol.

“Siempre me han gustado las películas de animación dobladas en México. Recuerdo el impacto que tuvo en mí escuchar a Lucerito en Tarzán, a Thalía en Anastasia o a Eugenio Derbez como el Burro en Shrek. Siempre me pareció un aporte muy especial”, contó.

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El reto del doblaje en español

En Memorias de un caracol, Ciangherotti enfrenta un desafío singular: traducir la dulzura del personaje sin que resultara excesivamente meloso o infantil.

“El lenguaje en Estados Unidos es más suave que el mexicano. Muchas veces, al ver películas dobladas al español, sentía que el tono quedaba demasiado meloso o infantil. En este proceso me di cuenta de lo difícil que es encontrar un equilibrio. Intenté evitar ese tono, pero sin perder la ternura del personaje. Fue un proceso delicado y esclarecedor”.

La película, dirigida por Adam Elliot, que se inspiró en experiencias personales, es una historia intensa

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Cassandra la describe como una versión animada de Precious (2009), por la profundidad de su mensaje.

“Si no fuera animada, sería una película extremadamente dura. Me encantó cómo el stop-motion logra hablarle directo al niño interior.

“Al final, Memorias de un caracol se convierte en una exploración de nuestras sombras y una reflexión sobre cómo la niñez y la adultez pueden reconciliarse a través del arte”, comentó.

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