
La noche en la Arena Ciudad de México el día de ayer era de mucha elegancia y solemnidad y no fue para menos. Casi un lleno total: apenas quinientos boletos separaron al espectáculo de convertirse en un sold out absoluto. El público, compuesto por familias enteras, melómanos y curiosos atraídos por la majestuosidad de Carmina Burana, llenó el recinto en silencio reverente, aguardando a que la primera nota de “O Fortuna” estremeciera los muros.
Compuesta en 1936 por Carl Orff e inspirada en cantos goliardos del siglo XIII, Carmina Burana ha sido catalogada como una de las obras más populares del repertorio sinfónico coral.

Su magnetismo está en la mezcla de lo solemne con lo terrenal: la fortuna que aplasta y eleva, el gozo de la primavera, el vino, la taberna, el erotismo. Todo, entrelazado en un mosaico que habla de la condición humana con crudeza y belleza.
Bajo la batuta del Mtro. Mario Monroy, la Camerata Opus 11 se enfrentó al reto de amalgamar a más de mil voces y músicos: el Coro Sinfónico Opus 11, junto a once coros invitados, y solistas de talla internacional como la soprano Anabel de la Mora, el tenor Carlos Velázquez y los barítonos Juan Carlos Heredia y Carlos López. El resultado fue un espectáculo de proporciones colosales, donde cada sección: Primo vere, In taberna, Cour d’amours, se desplegó con energía casi teatral.

“Muchos creen que la Novena de Beethoven es la obra más querida. Yo creo que es esta”, dijo Monroy antes de iniciar minutos despúes de las 8:00 pm, arrancando aplausos. Y tenía razón: desde la segunda nota, el coro entró con fuerza, atrapando a la audiencia.
El “O Fortuna” inicial se sintió como una descarga eléctrica que recorrió a todos los presentes y fue el comienzo perfecto para subir los ánimos. Los coros infantiles contrastaban con la brutalidad de la percusión, los solistas daban respiros de lirismo y la orquesta pintaba cuadros sonoros que parecían oscilar entre lo medieval y lo moderno. Hubo momentos en que el público contenía la respiración, otros en que no pudo resistirse a soltar un “¡bravo!” o aplaudir.
El espectáculo, que buscaba ser un nuevo reto tras la Sala Nezahualcóyotl y el Auditorio Nacional, cumplió y superó las expectativas de los asistentes. Fue, como dijo su director, “una obra sencilla y directa, tan sencilla que hasta uno puede cantarla”.

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Un grito por Palestina
Al finalizar, ocurrió algo que trascendió lo musical. Integrantes del montaje sacaron una bandera palestina en medio del escenario. El gesto, breve pero contundente, fue recibido con una ovación ensordecedora. Miles de asistentes se levantaron de sus asientos y corearon al unísono: “¡Palestina libre!”
La solemnidad del concierto se transformó en un acto político, una declaración de empatía colectiva que resonó con la misma fuerza que las percusiones que habían marcado la velada.
Al final, con todos los asistentes de pie aplaudiendo, complacieron al público cuando gritó “otra, otra”, complacieron a todos repitiendo “O Fortuna”.
Para quienes disfrutan de la música clásica, se confirmó que próximamente estarán presentando otro show con la novena sinfonía.
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