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Por magnetismo nos referimos genéricamente a la fuerza de atracción de un imán, o al conjunto de fenómenos atractivos y repulsivos producidos por los imanes o corrientes eléctricas, pero más allá del rigor de las leyes físicas, también se refiere el término, metafóricamente, a lo atractivo o capacidad de una persona, objeto o lugar para atraer y despertar potentemente el deseo o interés de alguien.
Resulta evidente que existen múltiples ciudades que despiertan interés por diversas razones, para ser visitadas o, en su caso, generan el anhelo de vivir en ellas, de habitarlas. Mas lo que las hace particularmente atractivas son ciertas características magnéticas, no necesariamente las relativas a los nocivos magnetismos ambientales en sus suelos y polvos urbanos, por el contrario, me refiero a lo que en ellas las huellas de la civilización y la cultura han dejado, las de sus expresiones tangibles e intangibles.
Además de los edificios y monumentos, muchos sitios, lugares y tradiciones logran atractivos que operan como magnetos. Por ejemplo, esta temporada invernal dominada por los carnavales, los cuales animan, recrean y producen una atmósfera atrayente, hacen posible que ciudades como Río de Janeiro, Nueva Orleans, Venecia, Niza, Mazatlán y Veracruz, entre otras, sean recipientes del jolgorio, la música, la danza, así como de rituales que crean una marca indeleble en ellas. A esas ciudades se les asocia por esencia, entre otras cosas, por ciertos puntos magnéticos, ya se trate del Sambódromo de Río, de la veneciana Plaza de San Marcos, del French Quarter en Nuevo Orleans o de los malecones de Niza, Mazatlán y Veracruz. Como magnetos operan también aquellos sitios donde el riesgo humano se pone a prueba, ya se trate de los valientes clavadistas de la Quebrada en Acapulco, lugar por demás emblemático de tales suertes que prácticamente magnetizan al espectador. Los cosos taurinos de La Maestranza en Sevilla, de Las Ventas en Madrid o de la monumental Plaza México donde los diestros y toros hacen latente ese delgado hilo entre la vida y la muerte, entre la sangre y la arena. Queenstown en Nueva Zelanda atrae no sólo por su relación con la naturaleza y los paisajes que la rodean, sino por ser un ícono en la práctica de deportes extremos como parapente, montañismo y bungy jumping entre otros.
La música ha sido y será un potente magneto para la atmósfera de una ciudad, imposible pensar en Lisboa sin sentirse envuelto por los sonidos del Fado, al igual que la bucólica Buenos Aires sin el Tango rioplatense, La Habana sin la bailable Rumba, Veracruz sin el Son y el Danzón, Nuevo Orleans y Nueva York sin el Jazz, Venecia y Milán sin la Opera, Salzburgo sin su festival.
Una más de las atracciones imantadas es la gastronomía, que puede, a la par de la música, resultar inacabable, tan sólo para abrir boca pensar en Mérida es colocar un imán en el paladar y degustar una deliciosa Cochinita Pibil, o unos suculentos Pinchos en el Puerto de San Sebastián en el País Vasco; qué decir de los chapulines y gusanos de maguey en Oaxaca, o como ángeles poblanos disfrutar de unas Chalupas o distintos moles en la ciudad de la Talavera, así como tomarse una copa de vino acompañado de una tabla de quesos, pan y Foie gras en París; imposible también resulta no asociar a la variedad de salchichas y salchichones con Frankfurt.
Hoy domingo, día asociado para la mayoría con el descanso y el ocio, aprovechemos la oportunidad para gozar de una experiencia magnética en la ciudad que habitamos.
Arquitecto. @FelipeLeal_Arq