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En México abundan los descocados que intentan justificar el ataque del Estado Islámico al corazón de la cultura francesa. Se lo merecían, dicen.
Más aún, sobran los fanáticos que aplauden la masacre porque creen que es un “legítimo cobro de facturas” a las potencias francesa, inglesa, alemana y española, entre otras.
Y frente a esa miseria humana —exaltada por el periódico oficial de los llamados “chairos”—, podemos especular que si el ataque del Estado Islámico hubiese ocurrido en México y contra mexicanos, esos “patriotas” se habrían apresurado a enderezar el mismo montaje que durante años han usado para debilitar las instituciones y para tratar de asaltar el poder.
Es decir, habrían crucificado al presidente en turno por “cometer el pecado” de declarar la guerra a los enemigos de México; por combatir al fanatismo religioso que mata ciudadanos inocentes, sea con actos terroristas, sea mediante temerarias formas empleadas por el crimen organizado.
Si el presidente mexicano hubiese decretado estado de excepción para perseguir a los terroristas que atentaron contra ciudadanos inocentes y para catear domicilios sin mandato judicial, los “chairos aztecas” habrían acusado al Estado de violentar los derechos humanos de los terroristas, en tanto que prontas y expeditas las comisiones de derechos humanos habrían emitido recomendaciones a favor de los terroristas.
Los “chairos” habrían realizado marchas y manifestaciones a favor de los presuntos terroristas, con el argumento contundente de que la autoridad violentó el debido proceso y sus derechos humanos durante su detención. Y claro, habrían invocado la intervención urgente de la CIDH, cuyos patiños habrían lanzado severa condena por una supuesta violación generalizada de derechos humanos en México.
La ciudad de México se habría paralizado por la movilización, bloqueo y ataques sin freno del anarquismo a sueldo que, furioso, habría vandalizado la ciudad en protesta por “la criminalización” de los terroristas. “¡Un acto justiciero, jamás será delito!”, gritarían por las calles al tiempo que causaban destrozos en comercios y lugares pecaminosos de la ciudad.
A su vez, grupos bien identificados, mejor organizados y financiados hasta los dientes —radicales de caviar de Polanco y Condesa—, habrían iniciado rondas de lectura de los textos sagrados del Estado Islámico, en memoria de los terroristas caídos, a los que recordarían cada 12 horas con ceremonias cuyo clímax sería el “pase de lista”, en medio del grito de guerra del “terrorismo azteca”. ¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos!
Durante semanas —bloqueado el corredor Reforma-Zócalo—, acusarían a la “prensa vendida” por exhibir sólo los daños provocados por el terrorismo; por exaltar el carácter de víctimas inocentes de centenares de muertos y —sobre todo—, por “criminalizar” a los terroristas.
El bloqueo del corredor Reforma-Zócalo sería una estratagema de presión para lograr una “negociación civilizada” del “conflicto” desatado entre el “terrorismo azteca” y el gobierno. Es decir, como condición para no derrocar al gobierno, los “chairos” habrían exigido “una mesa de diálogo” al más alto nivel y el retiro inmediato de las acusaciones contra los terroristas que causaron la muerte de inocentes.
Y como parte de esa presión política, habría iniciado una campaña nacional e internacional para denunciar que los ataques terroristas fueron una acción del Estado. ¡Fue el Estado!, gritarían en México y el mundo.
Claro, México no es París.
Al tiempo.
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