Hace aproximadamente año y medio que escribí sobre el “Decálogo Goldberg”, con los vaticinios del difunto Dave Goldberg, sobre el futuro —en ese entonces casi inmediato— de la industria discográfica. El tipo que no tenía pensado encajar en el negocio del disco pero el destino lo mandó al mundo de las canciones y las emociones que, hace años, se vendían muy bien, antes de que las disqueras se volvieran idiotas y entrara una camada de burócratas, contadores y ladrones a manejarlas.
Goldberg que murió en Puerto Vallarta, en un fatal accidente, le rendía cuentas a Capitol Records como estratega y responsable del marketing. En algún momento de su vida visionó un modelo de industria discográfica que dejara más dividendos de lo planeado; algo óptimo para asegurarle a sus patrones larga vida al rocanrol. Concibió un decálogo con sus ideas visionarias de qué rumbo tomaría la industria en el entorno digital. No se sabe por qué Goldberg le compartió también sus opiniones a la competencia (básicamente a Michael Lyton, alto ejecutivo de Sony).
El documento, aplicable con un poco de sentido común a cada región discográfica del mundo, se volvió un vaticinio certero como mortal para los que se dividen actualmente el pastel de la peor música que se ha hecho hasta ahora: Sony Music, Universal Music y Warner. De las tres, la única que muestra sentido común es Sony Music México, no obstante tener un director bastante chambón, al que siempre andan salvando los A&R, que no sólo saben de música sino de catálogo y estrategias de mercado.
El decálogo Goldberg que presagió la muerte anunciada de las disqueras al apostar solamente por lo digital, sobre el producto físico e ignorar el catálogo, columna vertebral de lo que queda de la industria, ya se dejó sentir en los números que no son precisamente negros. El catálogo se ha restringido a un periodo de música con antigüedad máxima de cinco años (una soberana pend...). No van a desaparecer los discos físicos pero la prioridad son los soportes digitales, aunque se trate meramente de venderle humo al consumidor. Los millennials y los hipsters van a un mismo costal, al cabo que, la mayoría, no sabe o no tiene un equipo de Alta Fidelidad Stereo, ni una tornamesa profesional para oír los nuevos vinilos de 180 gramos y parece que sólo le rezan a San MP3 en microcomponentes sin rigor sonoro o escuchan música en sus teléfonos celulares.
Los lanzamientos de artistas “vendedores” se van a restringir. Si éstos no le entran con la mitad del cuerno, los pueden mandar a volar. Unos (como Café Tacvba o Caifanes) ya están volando y ahora presumen que se volvieron independientes. Si hay que grabar a algún artista nuevo, este tiene que ser barato. Cualquier solista y grupo se someterá a pruebas de mercado y las disqueras locales pueden prescindir del producto local, no le hace que los pongan en rotación en programas-termómetros como Tele-Hit, que sólo sirven para ver lo mal que está la música que se graba actualmente o los estertores que nunca se acaban de Jennifer Lopez, Pitbull, Arjona, reggaetón y música de banda, por citar unos cuantos flagrantes ejemplos.
Toda la leña va a las plataformas streaming o a la venta digital. Una disquera tiene que trabajar con un mínimo de personal para que se compense el robo institucionalizado que llevan a cabo algunos “directores” y “ejecutivos”, y la payola tiene que buscar nuevos caminos alternos que sean efectivos, si no seguirán pellizcándola “directivos” corruptos.
pepenavar60@gmail.com