Tal parece que disfrutaremos de las épocas decembrinas sin cambios en cuanto al término del torneo se refiere. De tener todo, América pasó a tener poco qué presumir. La vitrina que significaba llegar al Mundial de Clubes con una Final de la Liga MX en la bolsa, se desvaneció, y aunque en el futbol es un hecho que nada está escrito, la remontada luce muy complicada para un equipo que en el Azteca se murió de nada.
Dos expulsiones detonaron la bomba en el territorio águila, dos tarjetas rojas, a Aguilar y Samudio, que marcaron el rumbo de un equipo desordenado, que se encargó de meterse el pie y crear caos de la nada, perdiendo la oportunidad de verse tú a tú en condiciones iguales ante unos Pumas que fueron capaces de aprovechar los yerros rivales.
La rapidez con la que la ofensiva universitaria reaccionó tras las expulsiones fue plausible; la entrada de Emmanuel Ludueña le cambió la cara al equipo y se convirtió en un auténtico revulsivo.
En contraparte, Nacho Ambriz nunca supo replantear el encuentro, no encontró los movimientos estratégicos adecuados, por lo que su equipo se notó con desesperación y poca inteligencia. Vendría el primer gran error del local, Pablo Aguilar recibió la segunda amarilla. Después, el Azteca se silenció tras el primer tanto de Ismael Sosa. Un conato de bronca derivó en la segunda expulsión, ahora de Samudio, y con ello la debacle de las Águilas, que no pudieron evitar el arsenal de llegadas y los goles en contra de Gerardo Alcoba y Eduardo Herrera. Un 3-0 final que pegó en el orgullo americanista, y que parece haber sentenciado la semifinal, pues mientras América anhela un milagro, en Pumas ya se saborean la gran final ante su público.
Del otro lado, aunque los goles brillaron por su ausencia, el espectáculo sí se hizo presente en un ‘Volcán’ que no pudo hacer erupción, pero sí arrojó lava de tantas emociones. Y es que Tigres fue amplio dominador, fiel a la ofensiva de lujo comandada por André-Pierre Gignac; sin embargo, se topó con un Talavera en extraordinario momento. Incluso se dio el lujo de ahogar el grito de gol ante el disparo desde los diez pasos de Juninho. Un cero a cero que sirve de poco, pero que deja la brecha abierta para que el domingo veamos un juego sin tregua y de absoluta locura en el Nemesio Díez.
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