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Ayer, a las 11:59 de la mañana, un vecino de La Condesa tuiteó que había ocurrido una balacera en la calle de Pachuca. Desde la cuenta del Centro de Comando, Control, Cómputo y Comunicaciones de la Ciudad de México (@ciudad_segura) le pidieron que indicara la esquina más próxima al lugar de los hechos. El vecino lo hizo: “aprox. Pachuca #19”.
A las 12:14, ahora desde la cuenta de la Unidad de Contacto del Secretario de Seguridad Pública de la Ciudad de México (@UCS_CDMX), le respondieron que “la unidad DF722C1 se encuentra apoyando a la parte afectada y comenta que no hubo balacera en el sitio”.
A esa hora yo salía de la casa del escritor Rafael Pérez Gay. Había ido a visitarlo, alarmado por el artículo que publicó ayer en el periódico Milenio: el domingo en la madrugada, después de 30 horas de padecer la música punchis-punchis de sus vecinos, Pérez Gay salió a pedirles que le bajaran. Un hombre, “cuarentón blanco, urbano, fuerte”, quien lucía evidentemente alterado, le pidió que se largara “antes de que te rompa la madre a cachetadas”.
Pérez Gay no se largó. Él dice que ha heredado algunos rasgos de su padre. A su padre una vez le oí decir: “A veces yo me injerto en pantera”.
En fin. Parecía un conflicto vecinal como los miles que hay en las madrugadas de esta Ciudad enfebrecida. Sólo que el hombre aquel estaba cada vez más fuera de control, y acabó gritándole en la cara al escritor: “No sabes con quién te veniste a meter… No te la vas a acabar, voy a traer una camioneta y te vamos a dar un levantón, a ti y a toda tu familia… Ya valiste. ¡Te atreviste a tocar en mi casa!”.
Al final, el hombre no salió porque los amigos que lo acompañaban lo detuvieron. Pérez Gay regresó a su domicilio arrastrando la certidumbre de que a él y a su familia acababan de amenazarlos de muerte.
Preguntó entre los vecinos de la zona al día siguiente. Lo que le dijeron sonaba poco esperanzador. Que de la casa de aquel energúmeno “entran y salen paquetes, entregan cosas, van y vienen mensajeros en la noche”.
Cuando me despedía en la puerta, el vecino aquel llegó, azotó la portezuela de su auto y se metió a toda prisa a su casa. Lo escoltaba un auto tripulado por tres personas, que circulaba con los flashers encendidos. Unos y otros nos estudiamos durante unos segundos, como en esas películas del Oeste. Pero aquí estábamos en La Condesa, no en el O.K. Corral. Finalmente, se retiraron.
A los pocos minutos llegó el tuit que avisaba de la balacera en la calle de Pachuca, y también el que “comentaba” que no había ocurrido nada. Como estaba a unas cuadras, fui a curiosear.
Pachuca es una calle en la que todavía existe la vieja Condesa: cerrajerías, panaderías, fondas de comida corrida, misceláneas, paleterías y tortillerías en las que también se ofrecen bolsas de plástico con arroz rojo. El mundo que los bistrós se llevaron.
No me costó enterarme de lo que había ocurrido: a una vecina que salía de un banco de la calle de Durango, la siguieron dos tipos en una motocicleta. Mientras uno aguardaba con la moto encendida frente al edificio Condesa, el otro le llegó a la señora por la espalda e intentó arrebatarle la bolsa. La mujer se resistió. El asaltante la arrastró por la banqueta unos metros y finalmente hizo un tiro al aire.
El tiro lo escucharon en las cerrajerías, panaderías, fondas de comida corrida, misceláneas, paleterías y tortillerías cercanas. Muchos vieron al asaltante correr con la bolsa, subirse a la moto y perderse.
A la señora la levantó la propietaria de un puesto de periódicos.
Caminé por los negocios de la calle, preguntando detalles de lo ocurrido. No había señas de la unidad que “comentaba” que no hubo balazos en el sitio. Lo que sí había era una calle hundida en el miedo: en la mayor parte de esos negocios recogí historias de robos, de asaltos, ¡incluso de extorsiones de gente que dijo ir de parte de Los Zetas o de La Familia Michoacana!
Recordé las dos veces que este año entraron a robar a la editorial Cal y Arena (pese a que enfrente está una de las famosas cámaras de vigilancia del gobierno de Mancera). Recordé los casos de departamentos saqueados en las inmediaciones del Parque México. Las historias de asaltos en la tarde-noche en el circuito de Ámsterdam —y las dos veces que se han robado la antena y los tapones de mi auto.
Recordé el edificio de Benjamín Hill con sus túneles misteriosos. Recordé a los asesinados de Alfonso Reyes, Tamaulipas, Zamora y Sonora.
La unidad DF722C1 puede “comentar” lo que quiera. Pero todo indica que a Miguel Ángel Mancera y Ricardo Monreal ya se les fue esta colonia.
@hdemauleon
demauleon@hotmail.com