La fuente pública más antigua que existe en la Ciudad de México fue inaugurada en 1755 por el virrey Agustín de Ahumada y Villalón, marqués de las Amarillas. La fuente se hallaba colocada al principio del Acueducto de Chapultepec, que dotó de agua a la ciudad durante siglos. Aunque el Acueducto fue destruido absurdamente en el Porfiriato (sólo permaneció en pie una veintena de sus arcos), la fuente se conservó en su sitio original hasta 1922, cuando fue reinstalada en los linderos del Bosque.
Con la construcción del Circuito Interior medio siglo después, el antiguo monumento fue nuevamente trasladado. Se le colocó en el sitio en el que hoy se encuentra: escondido en una glorieta entre microbuses, camiones y puestos de vendedores ambulantes.
Durante esa última remoción, a alguien se le ocurrió colocar una parte de la fuente sobre terreno natural, y la otra sobre la techumbre de los vestíbulos del Metro. El hundimiento diferencial que ocasionó esta imprudencia, aunado a la polución, la lluvia ácida, el desmoronamiento natural de los sillares, la falta de mantenimiento, sobre todo, el abandono y la incuria de regentes y jefes de Gobierno, desde Octavio Sentíes hasta nuestros días, provocó severas fracturas en la fuente más antigua de la Ciudad —y por tanto, una de las más importantes.
Hoy, el monumento inaugurado en el lejano 1755, por el virrey de las Amarillas, es ocasión de un encontronazo entre el gobierno de la Ciudad de México y el Instituto Nacional de Antropología e Historia, INAH.
En abril pasado, el gobierno capitalino, a través del Fideicomiso para el Centro de Transferencia Modal (Cetram) Chapultepec, presentó un proyecto en el que solicitó autorización para desmontar la fuente piedra por piedra y llevarla a una bodega, en la que pudiera ser restaurada.
No era sólo interés histórico lo que movía al gobierno de la Ciudad. La administración de Miguel Ángel Mancera pretende intervenir el lugar (por cierto, uno de los más caóticos, sucios, intransitables y horrendos de la urbe) para levantar el nuevo Cetram Chapultepec, que además de conectar diferentes servicios de transporte público de pasajeros, desarrollará una torre de 49 pisos y siete niveles de estacionamiento subterráneo. En ese inmueble habrá un centro comercial, hoteles, oficinas y departamentos. Una concesión que hará el gobierno de la Ciudad de México a un grupo empresarial por 40 años.
La propuesta del gobierno de la Ciudad consiste en desmontar la fuente sillar por sillar, clasificar éstos y embodegarlos, para su restauración, durante el tiempo que dure la construcción del Cetram.
Este proyecto recuerda, malamente, la polémica que acompañó al fallido Corredor Cultural Chapultepec. Pero lo que al INAH le preocupa en este caso, según el coordinador nacional de Monumentos Históricos, Arturo Balandrano, es que el método propuesto por el gobierno no garantiza la conservación de la fuente. Para el arquitecto Balandrano, estamos en riesgo de que se rompan los sillares, de que las piezas se queden embodegadas o acaso se pierdan para siempre, como ha ocurrido en incontables ocasiones en la historia de la Ciudad de México. Fue así como desapareció la portada de la Real y Pontificia Universidad: en 1910 se la tragó la oscuridad de una bodega, y hasta la fecha no ha vuelto a aparecer.
El INAH propone, en cambio, que la fuente sea desmontada en tres partes, siguiendo la línea de su cuarteadura, y que sea restaurada en un lugar próximo y a la vista del público.
Una segunda preocupación del INAH es que la erección de la torre devastaría una zona arqueológica que durante siglos ha conservado sus secretos a flor de tierra. Allí estuvo el antiguo cementerio de San Miguel Chapultepec; por ahí corría la antigua calzada de Tacubaya; ahí radica una joya de 1925: la sede de la antigua Secretaría de Salubridad e Higiene, diseñada por el arquitecto Carlos Obregón Santacilia, el primer edificio construido por un gobierno posrevolucionario.
El secretario de Desarrollo Urbano y Vivienda, Felipe de Jesús Gutiérrez, sostiene que según los expertos consultados por el gobierno capitalino, entre ellos el arquitecto Francisco Pérez de Salazar, la fuente fue restaurada varias veces y no conserva siquiera el 20% de sus sillares originales. Arturo Balandrano afirma, sin embargo, que la pieza es auténtica en 90%.
La vieja fuente del marqués de las Amarillas fue la primera de la red hidráulica del Acueducto. Hubo otra en la garita de Belén, otra conocida como la del Cautivo, otra en el barrio de San Juan, y una última en el Salto del Agua. Hoy ninguna se conserva (la que vemos en Eje Central y Arcos de Belén es una réplica). Por eso, la persistencia de la fuente es vital.
Debemos velar por ella.
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