“Denme todos sus nombres reales, porque si me dan uno falso, jamás los van a encontrar”. La frase la dice el capitán del Ejército mexicano José Martínez Crespo. Va dirigida a un grupo de alumnos de la Normal Rural de Ayotzinapa que la noche del 26 de septiembre de 2014 han arrastrado hasta la clínica Cristina a un compañero al que un disparo le voló la nariz, el labio y los dientes superiores.

La PGR acaba de hacer pública la segunda parte del expediente del caso Iguala: 48 mil 583 fojas, repartidas en 69 tomos y 14 anexos. Yacen ahí otras aristas de la historia que esta columna ha pretendido cronicar. En algunos de esos tomos ha quedado reseñada la actuación de los militares durante la noche de Iguala.

En el tomo 117 del expediente es posible leer —me parece que íntegras por vez primera— las declaraciones de los alumnos de la normal rural que aquella noche sobrevivieron al ataque, y cuyas claves de identidad han sido reservadas en el expediente.

Estos alumnos revelaron formalmente a la SEIDO, en julio de 2015, que militares del 27º Batallón atestiguaron la persecución que culminó con la desaparición de 43 de sus compañeros.

Uno de ellos relató que a las diez de la noche recibió una llamada en la normal rural. Le dijeron “que a los compañeros que habían ido (a secuestrar autobuses a Iguala) les había disparado la municipal y que ya había un muerto”.

Los alumnos treparon en dos Urvan de color blanco. Entraron a Iguala a las once de las noche. El testigo advirtió que la policía estatal habla establecido un retén a las afueras de la ciudad.

El grupo se dirigió hacia el sitio en donde los autobuses tomados por sus compañeros habían sido atacados. Tenían agujeros de bala, vidrios rotos y llantas ponchadas. Dentro de uno de los autobuses atacados por los municipales, dijo el testigo, había 30 o 40 personas. De acuerdo con la declaración, aquellas 30 o 40 personas eran “estudiantes y maestros de otras escuelas, del Frente Unido de Normales Públicas del Estado de Guerrero” (?). El alumno oyó decir que se habían llevado a varios compañeros en patrullas de la municipal. “Bueno, qué vamos a hacer… mañana vamos por ellos, seguro los llevaron detenidos”, dijo.

Era sólo la pausa entre el primer ataque y el que vino después. El asalto en el que el alumno Edgar Vargas fue herido en la cara y cayó entre borbotones de sangre. Cada quién huyó por dónde pudo. Varios alumnos se llevaron a Vargas arrastrando. Una señora les indicó que ahí adelante había una clínica. Sí, la muy mencionada clínica Cristina, en donde dos enfermeras les permitieron entrar a condiciones de que apagaran las luces y se quedaran quietos —mientras llamaban a un doctor.

Un segundo testigo declaró que entre el grupo “iba un maestro”. Ambos coinciden en que poco después de la medianoche llegó un “convoy militar” que revisó la clínica, concentró a los alumnos en la recepción, y les apuntó “todo el tiempo” con sus armas.

Vinieron las frases: “Cállate, ustedes son delincuentes” y “ahorita se los va a cargar la chingada”. Les dijeron: “Que fuéramos valientes, que si nos gustaba andar con nuestras fregaderas, que le atoráramos”.

Les levantaron las playeras, les ordenaron dejar sus celulares en una mesa y les pidieron que, si llegaban a sonar, contestaran y no dijeran “nada fuera de lo común”.

Fue cuando el oficial al mando —más tarde se supo que era Martínez Crespo— les pidió sus nombres reales. Luego le tomó fotos a todos, incluido al herido, y dijo que mandaría a la Cruz Roja, “para que trajeran el equipamiento necesario”.

El herido se quejaba. Escribió en un periódico que no podía respirar, “necesito aire, me estoy ahogando, necesito respirar”. Crespo se negó a que saliera a tomar aire. En ese momento lo llamaron por radio: el oficial anunció “que se iban a retirar porque más arriba había unos muertos, que esperáramos ahí que iba a ir la Cruz Roja por nuestro compañero y que por nosotros iba a ir la policía municipal de Iguala” (en la versión del otro testigo, Crespo dijo: “Ya nos vamos, ahorita les echamos a los municipales”).

Cuando los soldados se fueron, los alumnos huyeron de la clínica. Al otro día les marcaron “los compañeros del magisterio de Guerrero” y les dijeron “que ya se encontraban en el lugar de los hechos, que estaba resguardado por militares y que había dos cuerpos”.

Fueron para allá. Uno de ellos dijo que en ese sitio Crespo volvió a tomarle fotos. La declaración indica que el Ejército supo todo lo que sucedió esa noche. Indica también que tuvo oportunidad de “desaparecer” a un buen número de alumnos (los que estaban en la clínica), pero no lo hizo.

Esa noche, su misión era otra.

@hdemauleon

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