México muestra varias cicatrices producto de su historia: una, la derivada de la piedra de los sacrificios, en donde las doncellas, los esclavos, los guerreros enemigos y ciertos elegidos, eran sacrificados, atados boca arriba, de cara a la luna, de modo que un sacerdote tenochca, vestido con una túnica púrpura y la cabeza cubierta con un enorme penacho confeccionado con plumas coloridas de pavo real, les pudiera extraer el corazón con un cuchillo de obsidiana, mientras la víctima, aterrorizada, exhalaba espantosos gritos de horror. Otra de las cicatrices, misma que nunca terminará de doler, se originó en la pira de la Santa Inquisición, en la hoguera, donde quemaban vivos a los apóstatas, a los traidores y, sobre todo, a los herejes reacios a someterse a la conquista espiritual de México, una eficaz herramienta española, además de la militar, para imponer su hegemonía en el nuevo mundo.

La piedra y el cuchillo, la pira y las flamas forjaron el alma del mexicano. No se debe ignorar que pasamos de una sociedad teocrática militar a un Estado inquisitorial, en donde la intransigencia, el despotismo, el desprecio, los recelos y la desconfianza, dejaron una huella imborrable en el subconsciente mexicano. ¿Cómo entender nuestra personalidad actual si no se toma en cuenta el pasado, es decir, nuestra infancia como nación? La primera pregunta de carácter psicológico, consiste en cuestionarnos ¿cómo sería, en su etapa adulta, un sujeto al que durante sus primeros cinco años de vida le quemaban las plantas de los pies con planchas incandescentes?

¿Más heridas? Si bien es cierto que en el siglo XIX padecimos diversas invasiones extranjeras, no es menos válido afirmar que la más traumática de todas fue, sin duda alguna, la estadounidense, puesto que además de haberse llevado a cabo alevosamente con arreglo a mentiras, la realidad es que fuimos despojados por medio de la fuerza y con arreglo a traiciones de nuestros propios “compatriotas”, de más de la mitad del territorio nacional, es decir, nos robaron más de 2 millones de kilómetros cuadrados cuando, con la pistola apuntando a nuestra cabeza, nos obligaron a suscribir el Tratado de Guadalupe Hidalgo. Lo que ha impedido el proceso de saneamiento, ha sido nuestra incapacidad de abordar abiertamente el tema, analizarlo, discutirlo, orearlo en lugar de tragarnos semejante basura tóxica que, por lo visto, jamás dejaremos de digerir.

El daño sufrido todavía no era suficiente, entonces nos matamos entre nosotros durante la Guerra de Reforma, cuando el clero católico se negó a perder algunos de sus privilegios y financió con las limosnas pagadas por el pueblo de México, un pavoroso conflicto armado fundado en el egoísmo y en su carencia de sentimientos patrióticos. Roma siempre estuvo, está y estará antes que México.

Cuando el mismo clero católico invitó a Maximiliano apoyado en el ejército francés, superamos el daño cuando, para nuestra buena fortuna, Juárez fusiló al intruso en el Cerro de las Campanas. Sí, pero ya en el siglo XX, tendríamos que volver a hacernos pedazos, cuando estalló la Revolución Mexicana después de más de 30 años de pavorosa dictadura porfirista y despertamos virulentamente al México bronco que cobró cientos de miles de vidas.

¿Síntesis? Si se deseara identificar en este apretado espacio algunos de los pesados lastres que impedirían el crecimiento económico de México, podrían citarse a modo de ráfaga, el autoritarismo español, la ausencia de parlamentos y de congresos; transportes inadecuados sumados a una geografía agreste sin ríos navegables, altos valles alejados del mar, el atraso de la estructura agraria; instituciones y leyes virreinales opuestas a la modernización; la imposición de monopolios estatales reñidos con la competencia comercial; una corona intervencionista en todas las actividades coloniales; la existencia de privilegios y protecciones, restricciones, regulaciones y prohibiciones; la venta de cargos a criollos, o sea, el inicio de la putrefacción política; un sector privado sujeto a impuestos confiscatorios; ineficiente control fronterizo, además de una errónea política migratoria; ausencia de inversión pública en obras de infraestructura; inexistencia de una legislación general y proliferación de tribunales especiales, el origen de la injusticia, de la incertidumbre y del resentimiento social, ingredientes del estancamiento de la economía.

Sí, pero todavía podríamos agregar algo más a la síntesis: la organización ineficiente del aparato productivo, la petrificación social, el impedimento para animar a la comunidad a participar en los asuntos del Estado; las guerras e invasiones; la iglesia retardataria de la contra-reforma, carente de un modelo espiritual de vanguardia que impulsara la creación de riqueza y bienestar en todos los estratos de la nación, además de ser una institución clerical terrateniente, recaudadora, financiera y claramente amoral. No se puede dejar de reconocer el contubernio de poderes políticos; la inexistencia de una democracia, el invernadero donde florece lo mejor del ser humano; la ausencia de un Estado de Derecho que imparta justicia, una de las máximas aspiraciones de la mexicanidad; la corrupción y la burocratización del proyecto educativo ante una sociedad indolente que despreciaba los peligros de la ignorancia. ¿Qué podríamos esperar de México si cuando llego Agustín de Iturbide al poder en 1822 contábamos con 98% de analfabetos y al día de hoy somos un país de reprobados en ética, ciencias, en comprensión literaria y demás principios educativos.

Imposible concluir este recuento sin recordar la explosión demográfica del siglo XX, la que arrolló como una incontrolable marea humana nuestros más caros deseos: Sextuplicamos la población en 60 años. En 1950 éramos 20 millones de mexicanos y en 2010 llegamos a casi 120. No hubo pupitres ni puestos de trabajo para todos…

(Continuará).

@fmartinmoreno

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses