A casi 230 años de la promulgación de la Constitución de Estados Unidos valdría la pena preguntarnos, tal y como se lo cuestionaba el ilustre historiador mexicano Carlos Pereyra, si su aparato electoral “había cimentado el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo o si estaba maravillosamente acomodado a un sistema de grandes privilegiados. Por lo demás, ¿democracia no es equivalente de plutocracia?”

El cuestionamiento anterior viene al cuento porque Hillary Clinton ganó el voto popular y, sin embargo, no llegó a la Casa Blanca. ¡Una tragedia mundial! Lo mismo aconteció con Al Gore, quien derrotó en las urnas a Bush hijo, el borrachín y asesino que bombardeaba países para quedar bien con “Papá…” Sí, cuando Gore ganó “voto por voto” las elecciones, pero igualmente perdió ante el Colegio Electoral para favorecer a Bush Jr., el mismo que desquició al mundo; ahora, tomando en cuenta la “derrota” de Hillary, se impone una reforma constitucional de modo que la nación estadounidense decida de manera directa la persona llamada a dirigir los destinos de nuestro poderoso vecino del norte. La última victoria republicana, la de Bush, constituyó un auténtico desastre planetario, catástrofe que también se avecina con Trump, otro republicano de la derecha ultra fascista de quien sólo pueden esperarse malas noticias. Insisto, después de 230 años, ¿no vale la pena reformar la Constitución de Estados Unidos para hacer valer únicamente el voto popular y respetar, de esta suerte, la voluntad de la inmensa mayoría de los estadounidenses? ¡Adiós al tal Colegio Electoral…!

Si plutocracia (del griego ploutos, riqueza, y kratos, poder) se define como “una forma de oligarquía en la que una sociedad está gobernada o controlada por la minoría formada por los miembros más ricos de la misma”, entonces el único valor a preservar y perpetuar es el dinero, la riqueza, la fortuna económica, reservada a los estratos más acaudalados de una sociedad, cuyos gigantescos intereses deben ser invariablemente protegidos por el sistema electoral, de ahí que la democracia estadounidense no permita la elección directa de sus candidatos, sino que la última decisión corresponde a un Colegio Electoral y no al pueblo. Se impone entonces la voluntad y el capricho de los miembros más ricos de la sociedad con todas sus consecuencias.

¿Qué tal cuando Bush perdió el voto popular y el Colegio Electoral lo nombró presidente para que él llevara al poder a figuras tan detestables como Dick Cheney, Donald Rumsfeld (otro Donald, caray) y Paul Wolfowitz, entre otros truhanes más? Y si seguimos hablando de plutocracia, ¿qué tal los nombramientos de Reince Priebus como jefe de gabinete de Trump, un horror de sujeto? ¿Y Steve Bannon, según Bloomberg, considerado “el operador político más peligroso de América encargado de una conspiración de ultra derecha estadounidense? ¿Y el execrable Rudy Giuliani?

En el gabinete de Trump solo faltan nombres como Goering, Himmler, Goebbels, Eichman, Kramer y Globocnik, entre otros tantos más... Si Estados Unidos presume ser una gran democracia, entonces, después de 230 años, es hora de cerrar el paso a la plutocracia y respetar la voluntad popular antes que el pueblo enardecido convoque a una sublevación, cuyas primeras muestras se palpan ahora mismo en las calles de Estados Unidos…

@fmartinmoreno

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