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En la historia de las relaciones bilaterales entre México y Estados Unidos no todos los jefes de la Casa Blanca han amenazado con tanta virulencia y coraje a nuestro país ya antes de tomar posesión, como fue el caso de James K. Polk, interesado, desde un principio, en declararle la guerra a México para arrebatarnos la mitad del territorio nacional —promesa cumplida— y como ahora lo hace Trump, decidido a cancelar el TLC y a darse un balazo en el pie.
Abraham Lincoln logró erradicar la esclavitud después de una devastadora Guerra de Secesión en la que perecieron conjuntamente el doble de los estadounidenses caídos en la Primera y Segunda Guerras Mundiales. Condenó la intervención francesa de Napoleón III en México, desconoció al segundo Imperio Mexicano de Carlota y Maximiliano y, como admirador de Benito Juárez, aceptó en todo momento la legalidad del gobierno constitucional y hasta su terrible asesinato trató de disuadir a Francia de su ridícula empresa en México.
Franklin Roosevelt se mantuvo neutral cuando Cárdenas destruyó el aparato callista y largó del poder al Jefe Máximo, el temido Turco, Plutarco Elías Calles, colocado arteramente atrás del trono. Roosevelt solo levantó la ceja cuando Cárdenas instrumentó la educación socialista y lo apoyó cuando el tal Tata Lázaro, decretó la expropiación petrolera, es decir cuando burocratizó la energía mexicana año y medio antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial. Imposible olvidar, entre otras pruebas más, la fotografía del embajador Josephus Daniels acompañando a Cárdenas la noche del 18 de marzo de 1938 en el balcón central de Palacio Nacional… Hoy Pemex agoniza y las empresas afectadas por Cárdenas dominan pujantes el mercado energético internacional.
George Bush, padre, no su hijo, el borrachín asesino, fue el presidente norteamericano que suscribió el TLC durante el gobierno de Salinas. Sobran las evidencias para demostrar hasta qué punto Bush promovió este eficiente tratado comercial que hoy implica transacciones por más de mil millones de dólares al día, además de la contratación de millones de empleos en ambos lados de la frontera, bienestar que no entiende y al que se opone Trump, el peleador callejero.
Bill Clinton ratificó el TLC en contra de la opinión de Hillary, apoyó a Zedillo cuando, con arreglo a sus facultades ejecutivas nos prestó 20 mil millones de dólares frescos en el entendido que el Congreso de Estados Unidos se había negado a autorizar una línea de crédito para rescatar a México de una nueva quiebra financiera. Clinton, sabedor que la crisis mexicana dañaría a su vez a la economía norteamericana, ignoró a Pat Buchanan cuando éste declaró: “Esto es un robo a la luz del día de la riqueza de la nación”.
Son merecidos los monumentos erigidos en la Ciudad de México en honor de Lincoln y Roosevelt. En algún momento erigiremos uno dedicado a Clinton. No todos los presidentes de Estados Unidos han llegado al poder a robarnos o a hacernos daño, como pretende hacerlo Trump. Diseñemos una estrategia nacional de respuesta, organicemos un reencuentro nacional. Ayudar, pensar, proponer y apoyar al gobierno federal son obligaciones patrióticas. A nadie le conviene sepultarlo en críticas y burlas cuando se requiere solidaridad y argumentos. ¿Y si dejamos de comprar productos estadounidenses? Consumamos lo mexicano. ¿Se podrá? Es un buen comienzo…
@fmartinmoreno