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A pesar de la riqueza de que gozaban, Sodoma y Gomorra se convirtieron en ciudades llenas de corrupción; tanto así, que Dios decidió destruirlas. Cuenta el relato bíblico que Abraham intercedió por sus habitantes y Dios le confió que si pudiera encontrar tan sólo diez personas justas entre sus pobladores, calmaría su ira. Al no poder encontrarlas hizo llover sobre ellas azufre y fuego, hasta reducirlas a cenizas. La familia de Lot se salvó por mandato divino, pero su mujer no tomó en cuenta la advertencia de no mirar hacia atrás y quedó convertida en una estatua de sal.
Me parece oportuno recordar (con preocupación) este pasaje, comparándolo con todo lo que está ocurriendo en nuestro querido deporte, el juego del hombre: el futbol.
Primero, destaparon la cloaca de la “mafia”, perdón, de la FIFA, en donde han corrido millones de billetes verdes de aquí para allá, lejos de la jurisdicción legal de la mayoría de las naciones, en donde impunemente ha campeado la corrupción.
Lamentablemente, esta vorágine de putrefacción ha alcanzado al balompié mexicano y al grito de “la virgen todo lo ve” se ha escarbado en el borrascoso pasado trayendo a cuenta el partido eliminatorio frente a Trinidad y Tobago, rumbo a Alemania 2010, en donde las lenguas de doble filo aseguran que la Selección Mexicana entregó el partido para que los caribeños llegaran a la justa mundialista a cambio de un poco de indulgencia en los casos de dopaje de Galindo y Carmona ¡Hágame usted el favor!
La Copa América podría servir de ejemplo para el símil que pretendo establecer con Sodoma y Gomorra, cuando recordaremos esta competencia más por los escándalos, dimes y diretes, que por su calidad futbolística.
El ‘Rey Arturo’ (Vidal) estrelló su Ferrari en estado de ebriedad, para ser cobijado por su DT, a sabiendas de que era reincidente, ratificando lo que todos sabíamos de antemano: que tiene problemas de conducta al alcoholizarse.
Lo peor es que esta triste situación ha permeado al terreno de juego. El chileno Jara le introdujo el dedo en el ano a Cavani (lo que en México conocemos coloquialmente como “picarle la cola”) y solamente recibió 3 partidos de castigo, que luego fueron reducidos a 2.
Esto toma matices dramáticos cuando recordamos que Luis Suárez fue suspendido 6 meses por una mordida. Ahora resulta que una mordida es más grave que una denigrante y provocadora “picada de cola”.
Me preocupa que al voltear para analizar esta problemática, corra el riesgo de quedar convertido en... estatua de sal.
ebrizio@hotmail.com