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El acrónimo de Ediciones Era, su nombre, con esas tres letras unidas de modo tan compacto y tan distintivo, muestra su génesis, el origen de su historia. Esas letras son las iniciales de tres apellidos de familias españolas: Espresate, Rojo, Azorín.
Desde luego, el sentido de la palabra “era” (porción indeterminada de tiempo de larga duración, digamos) apuntaba a los hechos de la otra historia, la de ese “tiempo de asesinos” que fue el siglo XX: en primer lugar, la historia desgarrada de la República Española derrotada en 1939 por los generales traidores, aliados al fascismo europeo y abiertamente apoyados por éste. Pero también otros acontecimientos, convulsiones sociales y políticas, revoluciones y horizontes problemáticos. Ese cúmulo de hechos y motivos de reflexión y de crítica ha sido, y es, la preocupación constante de Ediciones Era, empresa de izquierda, sin duda, abierta asimismo al debate y con las puertas abiertas para quien no piense como sus animadores.
Pero no nada más eso: la literatura ha ocupado en los trabajos de Era un lugar central, irradiante, decisivo.
Todo ello la convierte en una de las protagonistas principalísimas de la cultura mexicana moderna.
Me apena escribir estos renglones: la semana pasada murió Neus Espresate, a los 83 años de edad. Fue una editora ejemplar: dirigió Ediciones Era durante muchos años con la ayuda de Vicente Rojo y el apoyo de José Azorín en la imprenta Madero. Nunca se propusieron hacer una editorial de gran tamaño; pero al decidirlo así consiguieron levantar en cambio, al paso de los años y décadas, una gran editorial. Aquí “gran editorial” es lo contrario de lo que solemos ver en las enormes compañías hacedoras de libros: una preocupación activa y productiva por la calidad intelectual. Ediciones Era ha hecho libros con la mira puesta generosamente en la creación de eso que Marcelo Uribe llama “una comunidad de lectores”. Eso y nada más eso: nada menos.
El papel de Neus Espresate en la conducción de Era fue decisivo para dotar a esa casa de una personalidad definida. La llamo “editora ejemplar” por algunos rasgos personales de su conducta y de su estilo, digamos, que la separaban de la gran mayoría de los editores. Neus Espresate trataba bien a los autores y solo eso, su gentileza, su amabilidad, su sonrisa franca y abierta, la volvía excepcional. En la época de los empresarios y gerentes “agresivos”, ella era la personificación misma del trato suave y comedido. Lo cual no significa que no fuera capaz de expresar desacuerdos.
Con la muerte de Neus Espresate se va una buena amiga de muchos escritores. De mí debo decir que con su muerte se va una persona a quien quise mucho y por quien siento una gratitud inmensa. La lista de los pésames sería muy larga, así que me limitaré a dejar solamente este nombre de un amigo fraternal: Sinto Espresate, sobrino de Neus del mismo apellido, y mi camarada entrañable.