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No, la de E.T.A Hoffmann, sino la de Michael Hofmann, el crítico y poeta inglés nacido en Friburgo (1957) e hijo de un novelista alemán, quien en Where Have You Been? (2014) no sólo analiza con ingenio la poesía de su lengua adoptiva sino da una visión bien distinta a la que en Europa central y en el Mediterráneo se tiene del siglo literario alemán. Es un anti–Magris de alguna forma. El traductor de Joseph Roth al alemán, por ejemplo, rompe lanzas por Gottfried Benn, quien goza de escasa prensa en inglés y, según Hofmann, de traducciones opacas, mientras que en español, gracias a versiones como la de José Manuel Martínez Recillas en México y, de Carmen Gauger y Enrique Ocaña en España, suena muy bien, como quien es, uno de los grandes poetas modernos. En su lengua, quizá, el más grande después de Rilke.
Casi ninguno de aquellos modernos fue demócrata. El flirteo de Benn con el nazismo, en 1933–1934, de este expresionista inclinado hacia el anarquismo de derecha, le salió caro. Perseguido y censurado, hubo de refugiarse en esa forma aristocrática de “emigración interior” que fue el ejército para los antinazis. Murió en 1956, cuando apenas le llegaba el reconocimiento de quien había sobrevivido a la guerra civil europea, sin perder la nítida virilidad de su voz. Benn encuentra en Hofmann a otro tipo de lector.
Más predecible aunque no menos entusiasta es su retrato de Kurt Schwitters (1887–1948), el disidente del dadaísmo, movimiento hoy tenido como la cueva desde donde se escapa el siglo XX y en la cual este poeta del collage, hoy muy presente legitimando el origen del llamado Arte Contemporáneo, es presentado por Hofmann como un nietzscheano ejercitado en la transvaloración de todos los valores, desconfiado como ningún otro artista del siglo XX, del arte y su comedia. Ese regusto iconoclasta lleva a Hofmann a despojar de la calificación de modernos a un grupo tan variopinto de nacidos hacia 1860 como el compuesto por Yeats, Cavafis, Rilke, Chéjov, Hamsun y Svevo, tomando en cuenta que la palabra “moderno” sólo se popularizó entre 1880 y 1890. Entre ellos, Hofmann analiza el caso de Arthur Schnitzler (1862–1931), quien pese a su innegable mérito como inventor, después del francés Éduard Dujardin, del monólogo interior, le parece todo menos que un moderno. Lo suyo fue el melodrama decadentista y por ello Stanley Kubrick lo tomó para Eyes Wide Shut. Habría que preguntarle al crítico en qué medida el mismo Freud no fue un centauro: patas de moderno y cabeza de decadente.
A Hofmann le gusta el austrópata Thomas Bernhard pero no al grado de explicarlo, como suele suceder cada vez con mayor énfasis desde su temprana muerte en 1989, como un cómico disfrazado de apocalíptico (algo similar, igual de desencaminado, en mi opinión, se ha llegado a decir de Kafka). No, Bernhard no lo es, dice. Su motto fue el contra mundum. Ninguna gracia le hizo a Hofmann, para hablar de Günther Grass, su tardía confesión, de haber sido un adolescente reclutado por la SS, como lo fueron cientos de jovencitos durante las últimas semanas del Tercer Reich, pero inaceptable en el caso de quien se paseó durante medio siglo como la “conciencia moral” de Alemania.
Pero acaso el mayor disenso de Hofmann en Where Are You Been? sea contra el renacimiento de Stefan Zweig, pieza de resistencia de la gran editorial catalana Acantilado y cuyos novelas, cuentos y relatos entraron a la Pléiade, en París, en 2013. El mundo de ayer, del vienés, no le provoca nostalgia. Que los actuales autores populares sean tan pobres, parece sugerir Hofmann, no convierte en genios a sus predecesores. Zweig fue pobrísimo en ideas y rico en dinero desde la juventud. Ninguno de sus grandes contemporáneos lo apreciaron, desde Hugo von Hofmannsthal hasta Thomas Mann, quien hizo de despreciar a Zweig una actividad familiar dominical en California. Musil, invitado a exiliarse en Colombia desde Suiza durante la guerra hitleriana, dijo que prefería no compartir América del Sur con el autor de Veinticuatro horas en la vida de una mujer (1927). Ese coleccionista de antigüedades cultas —el escritorio de Beethoven, la pluma de Balzac, partituras de Mozart— que todo lo dejaba registrado, hasta sus registros, con el pretexto de la guerra, fue un fanático de la huida. Del Londres del blitzkrieg, de Inglaterra a los Estados Unidos y de allí a Brasil y de Río de Janiero a Petrópolis, Michael Hofmann cree que huía de su inflamable estilo, que se consumía con el fuego.