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Aquel 1 de octubre de 1916 la primera edición de EL UNIVERSAL daba cuenta del Restablecimiento de la administración de justicia en la República, de la decisión del presidente Wilson de “no emplear al ejército estadounidense para apoyar intereses mezquinos en México” y del comienzo “de la lucha electoral para el Congreso Constituyente”.
En el apogeo de la que luego llamaríamos la Primera Guerra Mundial, el 2 de febrero de 1917, el diario informaba de la inminente ruptura de relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Alemania, y el 5 destacaba una noticia que desde hace cien años se hermana con la fundación de EL UNIVERSAL: La Constitución nueva se promulgará hoy en todo el país, decía el encabezado.
La Constitución, por cierto, se imprimió en la rotativa del periódico, maquinaria que hoy puede apreciarse en el patio central de la Cámara de Diputados, donada en 1986 por el presidente de EL UNIVERSAL, don Juan Francisco Ealy Ortiz.
El recorrido metódico o aleatorio por los ejemplares del diario, que exponen cerca de 36 mil 500 días de información y opinión, constituye un repaso único a la historia de México y el mundo.
Al paso de los años, el periodismo, que es quehacer y testimonio diario, se convierte en historia, una muy peculiar, por cierto, porque es contada no desde el presente que ve hacia atrás, sino desde el presente que se ve a sí mismo en el instante en que acontecen los hechos, con todo el dinamismo, la incertidumbre, el miedo o la esperanza que generan.
Aunque el periodista no es un historiador, sino un testigo que observa y cuenta lo que sucede, no hay duda de que al hacerlo contribuye a levantar, piedra a piedra, la gran pirámide del pasado.
Cien años han transcurrido desde entonces, y el periodismo mexicano ha evolucionado, informando hechos y narrando historias, siguiendo o impulsando a la sociedad, acompañando y cuestionando a los gobiernos, contribuyendo al logro de los avances sociales y políticos que se han registrado en un siglo de avatares, logros y tropiezos.
EL UNIVERSAL ha estado allí, en la proa del barco, y como otros medios nacionales y estatales, ha vivido con las mexicanas y los mexicanos las zozobras, las crisis, los dolores y alegrías del crecimiento. Con arietes como este ejemplo centenario, la libertad de expresión se ha abierto paso, hasta el punto de que puede afirmarse que hoy se ejerce más que nunca en México.
Ello no debe hacernos olvidar, sin embargo, que cientos de periodistas padecieron amenazas y agresiones a lo largo de los cien años desde que, con EL UNIVERSAL, nació el periodismo moderno en el país, en una época en la que nos encontrábamos entre la inercia revolucionaria y la aspiración institucional.
Hoy el periodismo mexicano se ve acosado por la presión, a veces mortal, de grupos delincuenciales a los que incomoda cierta información y que han optado por ejercer una violencia que pretende inhibir, reprimir o castigar la libre circulación de noticias.
En tanto que la agresión a un periodista o a un medio de información, grave por sí misma, es también un atentado contra la libertad de expresión y el derecho a la información, este desafío criminal no debe ser enfrentado a solas por los profesionales y las empresas de la información, que deben contar con el respaldo y la fortaleza de la solidaridad social y de los Poderes públicos.
Por ello la celebración de los cien años de EL UNIVERSAL es y debe ser también una oportunidad para reflexionar sobre la importancia de la libertad de expresión y del compromiso que tenemos todos, incluyendo a autoridades, la sociedad y los medios, de luchar juntos por preservarla en aras de la libertad general, del derecho a la información y de la vigencia de la democracia.
Especialista en derechos humanos y secretario general de la Cámara de Diputados.
@mfarahg