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México y su petróleo, una relación que teóricamente debió garantizar desarrollo y prosperidad, vive un nuevo desencuentro.
El incremento anunciado en el precio de las gasolinas representa un elemento de análisis obligado. ¿Cómo un país petrolero vive escasez de combustibles y tiene que sufrir un aumento de hasta 20% en el costo de los mismos? ¿Cómo entender que en algunas ciudades la población de la economía 15 del mundo deba hacer filas para comprar gasolina?
Todo esto debe considerarse en el marco de una reforma energética que, de acuerdo con sus arquitectos, era suficiente para propiciar el incremento sostenido de la productividad y competitividad de la economía nacional.
El efecto del alza en el precio de las gasolinas no será algo menor, particularmente para un país que carece de una infraestructura de transporte terrestre alternativa a la vinculada con el uso del automóvil y los camiones de carga. El ferrocarril no representa una opción viable y, sobre todo, más económica para las empresas. Para las personas simplemente no es una oportunidad, prácticamente no tenemos ese tipo de movilidad.
La inflación, por la variación en las gasolinas, podría ser de un 1.5% adicional al 3.5% que muy probablemente alcanzará al final de 2016. Un efecto que no podrá ser asimilado por las empresas: durante los últimos dos años han debido lidiar con la depreciación del peso y desde noviembre del año pasado con un sigiloso pero sistemático incremento en las tasas de interés.
Para 2017 el encarecimiento del crédito y de las deudas ya comprometidas limitará todavía más su capacidad de absorber el cambio en el precio de las gasolinas. Además, en febrero podría venir un nuevo ajuste. En estos momentos deberán rehacer parte de su planeación financiera para el año que entra.
La inflación representa la carga más dañina que pueden vivir una sociedad y sus empresas. Durante los últimos 30 años México orientó toda su política económica a controlarla. Lo logró, pero no lo hizo en función del aumento en la productividad de toda su economía; el control llegó por la vía salarial, de las importaciones baratas que llegan desde Asia y de la independencia del Banco de México. Poco se avanzó en el fortalecimiento productivo interno.
Con el aumento al precio de las gasolinas se pondrá a prueba a una economía que va en franca desaceleración, con empresas que viven fuertes restricciones financieras y con un horizonte de incertidumbre ante la próxima asunción de Donald Trump como presidente de Estados Unidos.
El incremento del precio en las gasolinas nos recuerda que no pasamos el examen de lo más básico, de contar con una industria petrolera sana y que produzca los derivados esenciales para el funcionamiento de una nación de 120 millones de habitantes que además tiene un creciente consumo de combustibles y que cuenta con 55 millones de personas en situación de pobreza.
Bajo la perspectiva de las ventajas comparativas, México debió construir la infraestructura necesaria para explotar y refinar su petróleo. Era lo más básico y racional para la administración de un recurso estratégico y no renovable.
Desde un punto de vista de creación de ventajas competitivas el país debió ir mucho más allá, era prioritario crear una infraestructura industrial que aprovechara la dotación del recurso petrolero.
No se hizo y hoy somos importadores de gasolinas y demandantes de inversión extranjera para poder extraer petróleo de nuestro territorio. Parece que solos no podemos.
México, esta gran y noble nación, vive una nueva etapa de ajuste estructural por causa de lo que debió ser el pilar de su desarrollo, el sector energético.
Lamentablemente, el costo será cargado, nuevamente, a la sociedad.
Director del Instituto para el Desarrollo Industrial y el Crecimiento Económico