Para sembrar las semillas de la paz, necesitamos semillas. ¡Y también a los agricultores para plantarlas!
La seguridad alimentaria y un sector agrícola saludable pueden desempeñar un papel central en los esfuerzos para prevenir los conflictos y construir la paz.
Hoy en día, la comunidad internacional dedica la mayor parte de sus recursos a intervenciones humanitarias destinadas a salvar la vida de las personas afectadas por las crisis prolongadas. Por desgracia, no se destina lo suficiente a ayudar a estas personas —la mayoría de las cuales vive en zonas rurales— a salvar y reconstruir sus medios de vida para ayudarles a evitar convertirse en refugiados, migrantes ilegales o mendigos en lugar de dedicarse a cuidar de sí mismos y de sus familias.
El pasado 30 de marzo me reuní con el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas en la que, sorprendentemente, fue la primera vez que la Organización para la Alimentación y la Agricultura (FAO) se dirigía a este órgano. El objetivo fue promover el diálogo sobre cómo la comunidad internacional podía participar más eficazmente en la prevención y gestión de conflictos. Proteger los medios de vida y crear resiliencia en las poblaciones agrícolas y rurales reducirá el número de vidas en peligro. Pensemos, por ejemplo, en Siria. En este momento, más de dos tercios de la población requiere asistencia humanitaria, y 8.7 millones de personas no tienen suficiente comida. Cerca de 4.8 millones de sirios son refugiados, y hay un número aún mayor de desplazados internos. La mayoría se han visto desarraigados porque sus medios de vida han quedado destruidos, en algunos casos más por la falta de acceso a la comida que por la violencia directa.
La FAO se ha mantenido activa en Siria y ha ayudado a los agricultores proporcionando semillas y otros insumos agrícolas y vacunando al ganado. Hemos constatado que apoyar con 200 dólares estadounidenses permite que un agricultor sirio produzca dos toneladas de trigo, suficiente para alimentar a una familia de seis personas durante un año, y proporcionar semillas para la futura siembra. Esa es solo una fracción del coste económico de la ayuda alimentaria, por no hablar del dramático coste humano.
Esta pequeña aportación internacional ha ayudado mucho. Los agricultores sirios pudieron cosechar 60% de la media de producción de trigo que el país tenía antes de la crisis. Desde luego, no es suficiente, pero ayudó a evitar que la desesperación exacerbada desencadenase un éxodo aún mayor.
Hay que redoblar los esfuerzos para mantener la producción de alimentos y el funcionamiento de los sistemas alimentarios, incluso en condiciones extremas, ya que esto puede ayudar a romper el círculo vicioso del hambre y el conflicto. Es parte de lo que se entiende por sostenibilidad y la previsión de tiempo y del alcance de los esfuerzos internacionales se deben ampliar de manera acorde.
Para que los seres humanos prosperen, es necesario que disfruten de paz y libertad y que no tengan miedo. Junto con la erradicación del hambre y la pobreza, estos tres elementos son indispensables para el ejercicio y cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) que han acordado todos los países.
Las intervenciones para garantizar la seguridad alimentaria y proteger y rehabilitar el sector agrícola son contribuciones importantes que, a menudo, pasan desapercibidas. Más allá de su papel evidente en la lucha contra el hambre, también pueden ayudar a mitigar e incluso prevenir los conflictos. La paz y la seguridad alimentaria a menudo se refuerzan mutuamente. Por eso la FAO hace hincapié en que el desarrollo rural debe ser una prioridad.
La agricultura es la actividad principal de la población rural pobre, que es también la más vulnerable a las consecuencias de los conflictos civiles, hoy en día la forma más común de conflicto armado. El fomento de la prosperidad agrícola puede aumentar la cohesión social, reducir tensiones sobre reclamaciones enfrentadas de recursos naturales y, mediante la creación de empleos rurales, socavar la base de reclutamiento del extremismo violento en todo el mundo.
La evidencia muestra que las intervenciones de seguridad alimentaria oportunas y sólidas permiten a los individuos y a las comunidades aumentar su resiliencia a los conflictos y acelerar su recuperación de los mismos.
Debemos aprovechar lo que hemos aprendido. Reflexionemos sobre dos lecciones de Sierra Leona: primero, la larga guerra civil del país llevó a millones de personas a abandonar sus granjas, lo que conllevó más tiempo y esfuerzo para recuperar la producción una vez acabada la guerra. Tras el conflicto, FAO patrocinó escuelas de campo para ofrecer formación y fortalecer las capacidades. Estas dos cosas no sólo ayudaron a la recuperación de la producción de alimentos, sino que catalizaron la propagación de las organizaciones comunitarias y ayudaron a restablecer la cohesión social. El valor intangible de estos servicios de extensión agrícola de proximidad se reflejó posteriormente en el alto número de votantes en las áreas más afectadas por la guerra, una fuerte señal de que la recaída en el conflicto se había vuelto menos probable. Muchos otros ejemplos lo corroboran. Los resultados hablan por sí mismos. A la larga, los esfuerzos para proteger los medios de vida se traducirán en la necesidad de salvar un menor número de vidas como consecuencia de la falta de construcción y mantenimiento de la paz.
El gran incremento en el número de personas desplazadas hoy es un recordatorio diario de lo que está en juego. Sin apoyo, muchos más agricultores en situaciones de conflicto no tendrán otra opción que desplazarse dentro y fuera de sus fronteras.
La paz sostenible está íntimamente ligada al desarrollo sostenible. Permítanme hacer hincapié en el desarrollo sostenible, que requiere muchos ingredientes. Los alimentos y su producción, entre ellos.
Director general de la FAO