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En la mayoría de las instituciones de educación superior iniciará en breve el nuevo ciclo escolar. La competencia para acceder a un espacio en la educación superior se dirime, en general, en dos grandes batallas, ambas asociadas al problema estructural de la desigualdad que vivimos en el ámbito educativo mexicano. La primera ocurre vía un proceso de selección basado en la aplicación de un examen de conocimientos generales de bachillerato, que muy probablemente reflejará la reproducción de las condiciones de desigualdad de los niveles educativos previos. Ello significa que el acceso a las instituciones más prestigiosas, tanto en el centro del país, como en algunos de los estados de la República, privilegia a aquellos jóvenes que tuvieron las mejores oportunidades educativas en los años previos.
La segunda mostrará nuevamente la desigualdad y la estratificación social, al asociarse con la posibilidad de acceder a instituciones privadas en donde el principal criterio de ingreso es la disponibilidad de recursos económicos. La capacidad de elección de los jóvenes y sus familias dependerá de la economía familiar y la calidad de la oferta educativa también.
Derivado de lo anterior se conforma el grupo de jóvenes que no tendrán acceso a la educación superior. Ya es costumbre llamarlos rechazados o excluidos. Ellos son, en la mayoría de los casos, jóvenes que pertenecen al quintil más bajo en la estructura socioeconómica del país, como lo han demostrado algunas investigaciones. No obstante, las causas del rechazo no siempre se asocian a problemas de desigualdad social y económica, pues para muchos jóvenes y sus familias, el origen se ubica en el esfuerzo individual.
En el 2006 surgió el Movimiento de Estudiantes Excluidos de la Educación Superior, que año con año sale a las calles para exigir un lugar en las universidades más demandadas de la zona metropolitana: UNAM, UAM e IPN. Las negociaciones con los dirigentes de estas universidades y con la SEP, han promovido el ingreso de algunos de estos jóvenes a instituciones privadas incorporadas a la UNAM o al sistema de educación abierta y a distancia.
Gran número de jóvenes volverá a intentar su ingreso. En su siguiente promoción cambiarán de carrera, sobre todo si la primera vez que presentaron el examen de admisión habían elegido alguna considerada como “saturada”. Otros comenzarán su vida laboral en no muy buenas condiciones.
Es cierto que la ampliación de la cobertura en educación superior ocurrió de manera exponencial hasta la década de los ochenta y más lentamente en los años posteriores. También que mediante una estrategia de diversificación y diferenciación institucional, se han creado alternativas para atender distintas formaciones y profesiones, así como a estudiantes en situación vulnerable. Sin embargo, no ha sido suficiente para dar cabida a los miles de jóvenes que cada año luchan por una oportunidad que les permita vislumbrar un horizonte optimista. ¡Tenemos un gran reto en materia de investigación y de políticas públicas e institucionales y es tiempo de enfrentarlo!
Profesora investigadora de la UAM Xochimilco