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Esta semana cumplió 90 años el comandante Castro, uno de los pocos personajes de la esfera pública que todavía generan tanta pasión, debate y polémica. Fidel se mantuvo en el poder casi 50 años y a sus 26 años de edad ya se defendía a sí mismo en un tribunal cubano; en este periodo ha visto pasar a 14 presidentes mexicanos.
En 1990 se generó mi primer vínculo con Cuba, yo cursaba el segundo año de la carrera de periodismo. En ese año, un grupo de compañeros de la Facultad decidimos viajar a la isla por primera vez. Recordemos que apenas había pasado la invasión norteamericana a Granada, y temíamos que siguiera la isla de Castro.
Así las cosas, nos organizamos para estar en un aniversario más de la toma del cuartel Moncada, el 26 de Julio de 1990. Esa fue la primera vez que fotografié a Fidel en la Plaza de la Revolución, después de un breve concierto de Pablo Milanés y rodeado de agentes de seguridad en aquella plaza. Es difícil explicar el ambiente en un espacio como ese, toda La Habana se mantenía a la expectativa y se notaba su liderazgo absoluto.
Yo tenía 22 años y ya soñaba con ser fotógrafo y viajar por el mundo, así que empezaría por Cuba, y nunca imaginé que volvería a esa isla casi cada año y en circunstancias tan distintas. Primero para conocer La Habana, su historia, su gente; luego para el registro de su rituales santeros, siguieron los funerales del Che en 1997 y después la visita del Papa en 1998, y es justo en ese contexto que le hice esta imagen que ustedes ahora pueden ver. Castro, al centro de la foto, y a su lado un amigo entrañable, el escritor García Márquez, a quien sólo se le ven las canas.
Esta imagen la tomé en los últimos años de la fotografía analógica con un lente 500mm. Fidel nos daba la espalda casi todo el tiempo hasta que en un instante volteó por encima de su hombro cuando apareció Juan Pablo II en su Papa Móvil para encontrarse con él y con el pueblo cubano. Ahí disparé.
Fidel Castro siempre dijo que para ser revolucionario había que ser optimista. “Si salgo, llego; si llego, entro; si entro, triunfo”. Quienes lo conocieron aquí en México durante su exilo dicen que antes de zarpar en 1956 para iniciar la lucha guerrillera en Cuba se la pasaba haciendo bromas y mantenía un optimismo muy particular. El resto es historia.
Cuando regresé a México revisé mis fotos y se las llevé Miguel Ángel Granados Chapa, director en aquel entonces de la revista Mira. La generosidad de Miguel Ángel se hizo patente, me compró las fotos, se publicaron y oficialmente me dio la oportunidad de trabajar con él; ese fue mi primer trabajo formal, así durante dos años.
Finalmente, gracias a un amigo fraterno, me invitaron para asistir a una cena en el Palacio de la Revolución, por ahí de 2000, sería un viaje de ida y vuelta, apenas 36 horas en La Habana para un reunión y cena inolvidable con Fidel Castro, su equipo cercano y algunos mexicanos.
En esa noche le obsequié al comandante una carpeta con cerca de 20 imágenes mías sobre la isla que había realizado durante la última década; ahí, él se detuvo en esta misma foto y con curiosidad me preguntó bromeando que “¿por qué se veía así?”, “¿Pues que con quién andaba cabreado para tener esa cara de enojao?” Todos reían. Le pedí que me firmara una, y el autografió aquella foto que le hice el 26 de julio de 1990 en La Habana.
Su cumpleaños coincide con ésta, mi columna 90 para EL UNIVERSAL, así que hoy le dedico este texto al pueblo cubano por su valentía, dignidad rebelde y ejemplo para toda América Latina.
¡Viva Fidel!
@MxUlysses