Estamos a punto de ver salir el humo blanco de la chimenea de la Junta de Gobierno de la UNAM. Quien sea que resulte elegido/a para encabezar a la institución, tiene frente a sí algunos retos muy difíciles de resolver:
1.— Conciliar el objetivo de la UNAM como universidad pública y de masas y como universidad de excelencia. Ambos son de suyo incompatibles y sin embargo, la institución debe hacerlos compatibles.
Para ello, tiene que establecer con perfecta claridad la definición de ambos objetivos, pero hacerlo en función de la realidad de la institución y no con lo que han decidido imponer tanto la élite hiperprivilegiada de la propia UNAM, como el Conacyt, que iguala en sus criterios a centros pequeños y de élite con las universidades públicas. Y tiene también que aprovechar mejor sus recursos humanos y sus espacios, pues es lamentable la cantidad de deserciones, de aulas y cubículos vacíos y de grupos con pocos alumnos.
2.— Conciliar la realidad de una universidad en la que conviven jóvenes con viejos. Esto no es un tema de edad, sino de modos de pensar y de entender el mundo y el trabajo de investigación, docencia, divulgación y servicio a la comunidad, así como de las prioridades, el modo de conseguir y usar los recursos y las tecnologías, los cuales pueden resultar de suyo incompatibles. Para ello hay que aprovechar adecuadamente tanto las maneras de pensar y las capacidades tecnológicas de aquellos, como el conocimiento acumulado y la experiencia de éstos.
3.— Conciliar los planes para el futuro que se quiere para la UNAM, con la realidad del presente, pues muchas veces ambos son incompatibles, sobre todo para quienes están convencidos de que hay que hacer las cosas como ellos creen que se deben hacer y cierran la puerta a quienes no lo siguen.
4.— Diferenciar los criterios de trabajo y evaluación para las ciencias humanas y sociales de los que se usan para las ciencias exactas, las ingenierías, la Medicina. Se trata de campos cuyos caminos y resultados no pueden verse y medirse de la misma manera y hacerlo, como se ha impuesto en la institución, le ha hecho daño a aquellas, lo cual es muy grave pues todo el conocimiento y la tecnología del mundo de poco valen si no le sirven a la sociedad.
5.— Conciliar lo que se hace en el mundo académico, de suyo cerrado, con las necesidades de la sociedad, esto tanto para ayudar a resolver problemas como para anticiparlos y preverlos. Y no me refiero sólo a médicos e ingenieros, ni sólo a quienes hacen ciencia o tecnología para la industria, sino también a filósofos, historiadores, lingüistas, artistas visuales, literatos y otros que hacen lo que cierta élite universitaria considera conocimientos inútiles.
6.— Acordarse de que existe el mundo, algo que parece olvidado en nuestra institución, pues es escasa la investigación y la docencia sobre otras culturas y nuestros egresados no tienen los conocimientos (ni siquiera en términos de idioma), necesarios para el contacto con el mundo de hoy, así sea sólo a través de los libros.
7.— Conservar el prestigio moral que tiene la institución, y que con tanto trabajo se logró luego de etapas oscuras. Pero esto no significa solamente el discurso para afuera, sino la realidad de que hacia adentro de la propia universidad haya verdadera transparencia, libertad de expresión y respeto a los derechos de quienes forman parte de ella, algo que hoy no existe del todo o más bien, no existe para todos.
8.— Capacidad para mantener buenas relaciones con las autoridades tanto federales como locales del país, de quienes dependemos para apoyo y recursos. A muchos esto no les parece significativo y prefieren pensar que es posible despreciarlas, pero no es así. Contar con un “capital social” como le llamaba el sociólogo francés Pierre Bourdieu, con el mundo de la política y los negocios, sin duda le ayuda mucho a la institución.
Escritora e investigadora en la UNAM.
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