Mi madre, Elena Pimienta vda. de Lavista, conocida como Helen Lavista, murió el pasado 16 de abril a la edad de 100 años y seis meses.

Dedico este espacio para recordarla. Vivió una vida plena al lado de mi padre, el compositor de música Raúl Lavista. Fue una madre excepcional que siempre fue dulce y suave, comprensiva y entusiasta de la vida. Nunca se enojaba, nunca me pegó ni me alzó la voz, siempre parecía feliz y dispuesta a platicar. Nos contaba, a la hora de la comida, y esto me fascinaba, su extraordinaria vida, desde su infancia en Tala, Jalisco, hasta su llegada a California, a la edad de seis años, con mis abuelos y sus hermanos, allá por 1920. Se acordaba que habían viajado 24 días en un camioncito (me imagino que como el de la película Las viñas de la ira) desde Jalisco hasta Los Ángeles y que lo primero de lo que se acordaba al llegar, era del olor predominante de los naranjos de California. Nos platicaba de la gran depresión, de la pobreza de la familia y de cómo habían logrado salir adelante. Era prácticamente bilingüe. Nos contaba las aventuras de su niñez en Los Ángeles, cuando vivía en Wilmington, junto al mar. Historias maravillosas que guardo en mi memoria plenas de olores, ambientes y sensaciones.

Regresó a México antes de terminar el high school invitada a casa de su hermana mayor, quién se había convertido en millonaria y vivía en la Ciudad de México, en la calle de Mayorazgo, hoy Adolfo Prieto, en colonia del Valle. En la casa de enfrente vivía un joven músico, mi padre. Con el tiempo se enamoraron y se casaron en 1936. Nunca más regresó a vivir Los Ángeles, aunque algunos de sus hermanos se quedaron a vivir para siempre en el sueño americano.

Mi madre fue una luchadora y ante las adversidades siempre salía airosa. Fue capaz, mediante sus amigos periodistas — como Manuel Buendía, Margarita Michelena, Manú Dornbierer, etc.— a quienes convenció de escribir, de sacar a la luz las transas para hacer caer al sinvergüenza Carlos Gómez Barrera, líder de la Sociedad de Autores y Compositores de Música, quien durante años robaba a los compositores el 100% de sus derechos de autor para embosárselos él y sus secuaces. Consiguió su objetivo y, ahora, debo admitir, a los compositores y a sus herederos SÍ se les pagan sus derechos de autor y tienen prestaciones sociales de primera para sus agremiados; como lo hicieron ahora generosamente con los gastos hospitalarios y de inhumación de mi madre.

Además de todo esto, para terminar el retrato hablado de mi madre, ella fue una pintora extraordinaria; ya nacidos todos sus hijos, tomó clases con el pintor Carlos Orozco Romero y varios más hasta desarrollar una técnica propia. Pintó cientos de cuadros en los que se reflejan su alma y su armonía. Sin vanidades ni desplantes construyó obras que hoy cuelgan en las casas de prácticamente todos nuestros amigos, haciéndola siempre presente e inolvidable. Mi madre sobrevivió a mi padre 36 años.

Soy muy afortunada de haber tenido una madre como ella. Recordarla será ahora mi alegría; su ausencia, mi dolor eterno.

Salvador Elizondo escribe Cuaderno de Diario Número 47, página 332

19.X.80.— Acaban de avisar que murió Raúl. Lo siento de veras y sobre todo por Paulina. Hago un recuerdo muy sentido de Raúl. Lo conocí a él y a Helen hace como 25 años. Ya desde antes lo conocía mucho de nombre. Nos conocimos a la salida de una exposición de pinturas falsas en la Biblioteca de CU. Cuando más los traté fue cuando regresé de Europa. Cuando me casé con Michéle frecuentábamos mucho su casa. Cuando conocí a los Lavista nunca me imaginé que estaría yo tan ligado a ellos. Me los presentaron mis tíos los Pani.

*En la imagen Helen Lavista fue una luchadora y ante las adversidades siempre salía airosa

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