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La Junta de Gobierno del Banco de México (Banxico) fue clara en su decisión de aumentar 50 puntos base el objetivo para la Tasa de Interés Interbancaria a un día el pasado 30 de junio, al reconocer que a pesar de que el balance de riesgos para el crecimiento se deterioró en un pasado reciente, tomó dicha acción para evitar que la depreciación de la moneda nacional y los ajustes de algunos precios relativos se tradujeran en un incremento de la inflación, mencionada eufemísticamente como un “desanclaje” de sus expectativas en nuestro país.
Es decir, a pesar de que el alza de 125 puntos base en la tasa de referencia desde el 17 de diciembre pasado afectará el dinamismo de la economía, el banco central prefiere evitar que la inflación se dispare los próximos meses.
Si bien, en la primera quincena de junio en tasa anual se situaba en 2.55%, ya se tenían señales claras de alerta, puesto que la inflación al productor (sin petróleo y con servicios) ya se ubicaba por arriba de 5% en mayo y en algunos subsectores con una participación importante de componentes importados, ésta ya era de dos dígitos.
Ante la depreciación generada por la incertidumbre generada por el Brexit el pasado 24 de junio, Banxico decidió enfrentarla con un alza similar a la del pasado 17 de febrero, cuando se registraba una significativa volatilidad, pero en esta ocasión sin una intervención discrecional en el mercado cambiario. En lo inmediato, la medida funcionó al pasar el tipo de cambio de niveles de 19 pesos por dólar a 18.26; sin embargo, como en aquel entonces cuando parecía que iniciaría una tendencia a la apreciación que provocó que algunos analistas ubicaran la paridad en 16.80, volvió a rebotar a niveles superiores a los 18.80 porque persiste la incertidumbre.
Probablemente, Banxico ya conocía que la gasolina subiría a partir del 1 de julio, lo mismo que las tarifas eléctricas. En el primer caso, se argumentó que ello fue debido al alza del precio del petróleo, en el segundo por el gas y el combustóleo. Sin embargo, el alza del dólar ha afectado significativamente, si consideramos que la gasolina importada ya representa cerca de la mitad de las ventas y que algunas termoeléctricas funcionan con gas importado.
En un pasado reciente, la depreciación del peso frente al dólar no generó un alza de los insumos importados gracias a que la caída del precio de las materias primas por la desaceleración de la economía mundial, compensó ese efecto; una vez que éstas dejaron de caer o incluso comenzaron a crecer el traslado al incremento a los costos de las empresas comenzó a sentirse. Por ende, no se podía ignorar que el traspaso de la depreciación del peso a los precios, tarde que temprano tendría que llegar, si bien con un rezago importante, una vez que los efectos de reformas como la de telecomunicaciones se desvanecieron.
Por otra parte, los incrementos de los subsidios a la electricidad no podrán sostenerse, debido a que las finanzas de la CFE se encuentran bastante dañadas.
Las calificadoras internacionales de riesgo ya han advertido desde marzo pasado que vigilaran marcadamente los estados financieros de las empresas estatales.
Los avances tecnológicos y la masificación de productos también han ayudado a reducir la inflación. Así, una computadora que en su lanzamiento costaba 11 mil pesos, ahora 7 mil, pero con la devaluación ahora se vende en 8 mil 200. En contrapartida, la obsolescencia acelerada obligará a comprar una mejor dentro de cuatro años que será más cara.
Cabe comentar que antes de que Banxico le pasara la responsabilidad al Inegi de la medición de la inflación hubo un cambio de metodología similar a la que implementó la Comisión Boskin en Estados Unidos en los noventa que ocasionó que fuese en lugar de 3% de un 2%, porque se representaba los precios con la variedad que tuviese el menor alza. Por ejemplo, si el precio del pollo subía menos que el de carne de res, se le usaba como medición del precio genérico de la carne; si la manzana golden se encarecía menos que la starking, se usa la primera como referencia de los precios.
Algunos académicos justificaron la medida argumentando que el consumidor recurre a la sustitución de bienes cuando los precios se incrementan en diferente proporción. Sin embargo, el racionamiento no se sostiene porque los consumidores no son indiferentes, esto es, no les da lo mismo consumir carne de res o de pollo; además el efecto de sustitución debiera registrarse en el cambio de los ponderadores que resultan de las encuestas de ingreso-gasto en hogares, más que de un manejo a modo del alza de los precios de los bienes específicos. A pesar de lo anterior, cuando el alza de precios a la larga se generaliza, las ventajas de esta sustitución se desvanecen.
Preocupa que nos quedemos después de todo con menor crecimiento y más inflación; aunque el escenario más probable es que la inflación se mantenga bajo control, pero a costa de que la economía continúe estancada.
Maestro en Economía
pabloail@yahoo.com.mx