El domingo 17 de mayo, combatientes del Estado Islámico (EI) invadieron Ramadi, la capital de Al-Anbar, provincia ubicada al oeste de la capital de Irak, Bagdad. Están endureciendo su control en la ciudad, liberando prisioneros y persiguiendo al personal militar y a quienes considere enemigos políticos. Fue una derrota mayor para el gobierno iraquí y sus partidarios occidentales.

Después de más de 3 mil 600 operaciones de bombardeo, más de 2 mil de ellas sobre Irak, los combatientes del Estado Islámico están expandiendo su presencia en Siria y en Irak. El Pentágono describió el último evento como un contratiempo y prometió recuperar la ciudad estratégica en el futuro cercano.

La ciudad cayó sin mucha resistencia, como en encuentros previos con los extremistas. El general a cargo abandonó a sus tropas en el combate a un enemigo determinado, un fenómeno que ha planteado muchas preguntas sobre la verdadera intención de aquellos que están a cargo, y no necesariamente en el gobierno iraquí. Es otro golpe a la unión de Irak y otro paso en dirección a la división del país.

Meses atrás, las tribus de Al-Anbar, que son mayoritariamente sunitas, suplicaron ante el gobierno en Bagdad, e incluso ante Washington, a través de una delegación especial, por armamento para tener capacidad de defenderse e inclusive para derrotar al EI. Hay cuentas más amargas por resolver entre ambas partes desde el tiempo de la campaña “Oleada”, cuando marines estadounidenses pelearon contra combatientes de Al-Qaeda lado a lado con las tribus de Al-Anbar. A través de armamento, entrenamiento y financiamiento la victoria fue completa para un movimiento conocido como Despierta Anbar.

El ex primer ministro Nuri al-Maliki no siguió el ejemplo de esta política. Contuvo el apoyo de su gobierno para estas fuerzas sunitas e incluso persiguió a sus líderes, y renegó de todas las promesas en total cumplimiento con su política sectaria y divisiva. Continúa activo tras bambalinas y el gobierno de Haidar al-Abadi no pudo implementar sus planes para reunificar los componentes iraquíes, y debe lidiar con la alta influencia iraní que está incrementando la separación entre chiítas y sunitas en Irak y en toda la región.

Ahora el gobierno iraquí está enviando una milicia chiíta, conocida como Hashed Shaabi, o Movilización Popular, para tratar de retomar la ciudad predominantemente sunita, una situación que podría contribuir con la hostilidad sectaria en una de las partes más violentas de Irak. El comportamiento de esta milicia unas semanas atrás en Tikrit fue típico de una fuerza sectaria contra una población considerada como el enemigo.

No es fácil repetir la experiencia de 2006-07. Los líderes tribales sunitas reclaman que el gobierno no consideró seriamente armarlos nuevamente y dicen que recibieron únicamente un apoyo simbólico. Al mismo tiempo, el EI se encuentra trabajando para prevenir la emergencia de una nueva Oleada por medio del asesinato de jeques y debilitando a las tribus.

Al-Abadi llamó a la unidad nacional en la batalla para defender a Irak. Es más fácil decirlo que hacerlo cuando su propio gobierno perdió tiempo valioso al ignorar las llamadas de ayuda de Al-Anbar, que pudieron haber prevenido los eventos desastrosos del pasado fin de semana.

Expertos han advertido del peligro que representan para el resto de Medio Oriente las ganancias del EI en Ramadi y la provincia de Al-Anbar. Acorde al diario libanés Daily Star, Natasha Underhill de la Universidad de Nottingham Trent advirtió: “Si Al-Anbar cayera completamente bajo el control del EI, entonces la estabilidad de Irak como tal no podrá seguir estando garantizada, y si Irak cayera, toda la región sería empujada aún más hacia un completo fracaso”.

Las ganancias del EI en Ramadi significan que tomará más tiempo a las fuerzas iraquíes para movilizarse contra ellos en Mosul. La batalla no está siendo únicamente librada a nivel militar. Es necesaria una política sólida para Irak de parte de su gobierno en Bagdad y de parte de sus aliados en Washington y en Teherán. Las victorias de los extremistas son resultado de intenciones obscuras para la región y su población. A pesar del peligro inminente de una completa explosión entre sunitas y chiítas, que podría iniciar guerras de cien años, las políticas y prácticas de los gobiernos interesados en la región y las capitales influyentes revelan una total indiferencia y una respuesta inadecuada.

El autor fue embajador de Líbano en México entre 1999 y 2011
nouhad47@yahoo.com

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