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Moscú lo informó hace un mes. El Pentágono se negó a confirmarlo entonces, y tampoco lo confirma ahora. Pero esta vez, a partir de fuentes del propio “Estado Islámico”, el Observatorio Sirio de Derechos Humanos afirma que el deceso es un hecho: ISIS ha perdido a su líder, Abu Bakr al-Bagdadi. En caso de ser cierto, esto solo vendría a sumarse a las complicaciones que la organización está experimentando. Mosul, la segunda ciudad iraquí, una de sus mayores conquistas, ha sido ya recuperada por Bagdad con el apoyo de Washington. Raqqa, la autodenominada “capital” del “califato”, también está por caer. Estos hechos, uno por uno, representan golpes cruciales para la agrupación islámica. Primero, desde el punto de vista material, y segundo, desde lo simbólico, lo psicológico y lo político. Sin embargo, es difícil pensar que este momento toma por sorpresa a ISIS. Es muy probable, más bien, que la organización se hubiese estado preparando para esta siguiente etapa de su guerra. Es decir, si únicamente miramos un panorama de tres años (2014-2017), podemos apreciar un auge y un desplome de ISIS. Pero si, en cambio, observamos un panorama más amplio, si evaluamos en donde se encontraba la lucha de la jihad durante las décadas pasadas, y en donde se ubica hoy, quizás nuestra perspectiva puede cambiar. Así que el balance debe incluir tanto la valoración de lo que ISIS sí está perdiendo, como la valoración de la red que queda y que sigue funcionando.
Hablemos de los golpes. Hace unos años, Bagdadi decidió alejarse de las tácticas de Bin Laden e implementar el camino trazado por Zarqawi, considerado el padre de lo que hoy es ISIS. Aunque la meta última –un califato global- era idéntica, Zarqawi pensaba que la vía para lograrla era combatir a los gobiernos locales, conquistar territorio, fundar el “Estado Islámico” y paulatinamente irlo expandiendo. Al haberlo conseguido en 2014, ISIS se presenta ante los seguidores de la jihad como una organización que, a diferencia de Al Qaeda, sí cumplía. Había un “estado” con territorio, con gobierno, con población, con burocracia, incluso con su propia moneda. Había un califato y había un Califa. Estos atributos conferían a ISIS no solo un enorme poder para atraer combatientes a sus filas e inspirar seguidores en tierras distantes, sino también una gran capacidad para abastecerse de recursos, traficar con petróleo, personas, drogas y otros productos ilícitos. Todo eso ahora cambia. Ya no hay territorio, ni población que gobernar, ni burocracia. Las rutas de abasto han sido bloqueadas. Posiblemente tampoco viva ya el Califa. La idea misma del “Estado Islámico” ha sido vulnerada en su corazón. Por consiguiente, sobra decir que tanto el poder material como el poder no material de ISIS sufren, y no poco. Además, habrá que ver cómo se da la sucesión de Bagdadi, y observar si se producen conflictos internos, deserciones o escisiones.
Dicho lo anterior, sin embargo, hay que considerar que no se trata de una etapa que era ignorada o imprevista por la organización. Basta revisar la literatura de 2014 o 2015 al respecto. La mayor parte de análisis coincidía en que era impensable que, por más poder que esa agrupación acumulara, podría preservar de manera eterna semejante cantidad de territorio. La lucha contra ISIS era un tema en el que las agendas tanto de aliados como de enemigos o adversarios se encontraban. Ejércitos locales, milicias bien entrenadas y armadas, potencias extranjeras con grandes capacidades militares y tecnológicas, combatían todos contra esa organización. Pero en ello no había sorpresa alguna. ISIS había atacado lo mismo intereses rusos que estadounidenses, lo mismos intereses iraníes que saudíes, lo mismo a turcos que a kurdos, lo mismo a Assad que a quienes se habían rebelado en su contra. Era ISIS contra todos. Y, por tanto, eran todos contra ISIS. Así que el final de la historia de su conquista de la mitad de Siria y la tercera parte de Irak, era un final conocido.
Entonces, ¿qué es lo que ISIS hizo durante estos años, en previsión a la nueva etapa que, claramente, iba a vivir? Lo primero fue arrebatar a Al Qaeda el liderazgo de la jihad global. Decenas de miles de militantes y adherentes se movieron de bando. Grupos enteros, ubicados desde el norte de África hasta Asia, fueron hipnotizados por la idea del “Estado Islámico” y decidieron cambiar su afiliación desde Al Qaeda hacia ISIS. Solo recuerde usted los ataques de Charlie Hebdo en 2015, perpetrados por los Kouachi, militantes afiliados a Al Qaeda. Ese mismo día, otro atacante, Amedy Coulibaly, cometía un segundo atentado en un supermercado Kosher de la misma París. Coulibaly declaraba ante la TV francesa que él estaba coordinado con los Kouachi. Las investigaciones revelaron que, en efecto, todos esos jihadistas se conocían desde años atrás, y mantuvieron conversaciones los días previos. Salvo que Coulibaly, en un video, manifestaba su lealtad no a Al Qaeda, como sus amigos Kouachi, sino al nuevo polo de atracción: El “Estado Islámico”.
Así, sacando jugo de su poder y proyección, y empleando su enorme capacidad en el manejo de las nuevas tecnologías de comunicación, ISIS aprovechó sus años de “vacas gordas” para expandirse. Considere que hacia 2011, eso que hoy se llama ISIS, era una agrupación perteneciente a la red de Al Qaeda, consistente de algunos cientos de combatientes cuyas operaciones se limitaban a Irak. Hoy en cambio, ISIS cuenta con una compleja red con actividad en 28 países diferentes. Esta red incluye: (a) un centro operativo, ubicado en Irak y Siria, ahora con mucho menos territorio que en 2014/15, pero que sigue cometiendo atentados casi a diario, incluso bajo sus actuales circunstancias; (b) filiales de cientos o hasta miles de jihadistas que actúan en sitios como Egipto, Afganistán, Libia, Yemen, o hasta en Filipinas; (c) células que pueden tener desde unos pocos militantes hasta decenas de ellos, como las de París o Bélgica; (d) una unidad virtual que funciona a distancia, detectando y dirigiendo a potenciales atacantes (quienes frecuentemente pasan por “lobos solitarios”); y (e) miles de seguidores en todo el mundo, algunos de quienes, sin tener contacto alguno con la organización, deciden cometer ataques en su nombre.
Esta red, solo desde el 28 de mayo –fecha en que Moscú afirma haber liquidado a Bagdadi- al 12 de julio, ha conseguido cometer más de 50 atentados, a través de sus distintos brazos. Treinta y uno de esos ataques han ocurrido en Irak y Siria, su centro operativo; 17 han sido perpetrados por filiales como la de Egipto o la de Afganistán; 4 han sido cometidos en Europa (uno, el de Londres de hace algunas semanas). Uno de esos atentados fue el muy sonado ataque en Irán, cometido por ciudadanos de ese país, pero a nombre de ISIS.
Eso nos da un panorama de la fase a la que esa agrupación islámica está entrando: una fase en la que su poder material y capacidad financiera disminuyen considerablemente, pero en la que su red seguirá obrando a través de las muy diversas ramas e instrumentos que ha desarrollado a lo largo de estos años. Pensando en el futuro de la jihad, quizás algunos combatientes o mandos, decidan reincorporarse a Al Qaeda, o reconciliarse con ésta. A pesar de que el monto de atentados cometidos por ISIS o sus adherentes sigue siendo muy elevado, es probable que, en el corto plazo, este monto se vea disminuido. Al final, sin embargo, mientras no se les combata mediante estrategias más integrales y colaborativas, combinando instrumentos locales con instrumentos globales (en este texto toco algunas ideas al respecto: http://eluni.mx/2qPYtik ), organizaciones como Al Qaeda en su momento, y ahora ISIS, siempre terminan encontrando espacios no solo para seguir funcionando, sino para recuperarse y continuar adquiriendo fuerza. La lucha, desde su perspectiva, no está en el corto, sino en el largo plazo.