El 30 de enero, unos días después de que Trump asumió la presidencia, Irán decidió efectuar una prueba con un misil balístico de mediano alcance, lo cual pudo haber violado resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU al respecto de su programa de misiles, y lo cual, a decir de funcionarios varios, “reta el espíritu” del acuerdo nuclear firmado entre ese país y varias potencias en 2015. Esta prueba generó enorme enojo en Washington porque se sabía que Irán estaba buscando tentar el terreno ante lo que evidentemente será una nueva fase en sus relaciones con EU. Desde entonces, Teherán ha conducido otras dos pruebas con misiles. Washington, como se esperaba, respondió mediante nuevas sanciones económicas contra Irán. Rusia en cambio, ha dado a conocer que está incrementando su colaboración militar con Teherán, colaboración que ya había sido calendarizada desde hacía meses, pero que justo estos días fue ampliamente publicitada. Ya antes de eso, Rusia, Irán y Turquía –un aliado militar de EU y miembro de la OTAN- habían estado acercando sus respectivas posiciones al respecto de la guerra siria, lo que ha favorecido para la construcción de un cese al fuego y un primer esbozo de pláticas de paz para ese país. Lo que resalta es que, por primera vez desde el inicio de esa guerra, EU fue marginado de dichas pláticas sostenidas en enero. Esta serie de elementos ya empieza a apuntar hacia lo que podríamos ver desarrollarse en los próximos meses a raíz del arribo de Trump a la presidencia. Algunos ejemplos:

En primer término, es evidente un endurecimiento de la política de Washington hacia Teherán. Michael Flynn, el consejero de seguridad nacional, lo puso en estos términos: “Los días de cerrar un ojo ante las acciones beligerantes de Irán, han terminado”. Flynn mismo hace pocos días culpaba a Teherán de los ataques de los rebeldes hutíes en Yemen contra Estados Unidos. Como consecuencia, la Casa Blanca ha decidido enviar mensajes de fuerza desplegando sus buques militares de manera más próxima y amenazante a los rebeldes apoyados por Irán. Adicionalmente, la nueva administración está considerado designar a las guardias revolucionarias iraníes como grupo terrorista. Por otra parte, Trump ha. manifestado en repetidas ocasiones que el acuerdo nuclear firmado con Teherán es un pésimo acuerdo y que su administración podría revisarlo o cancelarlo. Esto, sin embargo, no es claro que vaya a ocurrir. En principio, porque Mattis, el secretario de Defensa, parece oponerse a la cancelación de este acuerdo. Pero más allá de eso, hay que recordar que Estados Unidos no era el único país que imponía sanciones a Irán. Para presionar a Teherán, Washington solía contar con el respaldo tanto de Europa como de Rusia y China. Hoy, sin embargo, las cosas son distintas. China se encuentra en un momento de alta tensión con Washington, y dadas las circunstancias, Beijing no solo no va a colaborar con Trump contra Irán, sino que podría incluso usar esa carta para presionar a EU. Ello, sin mencionar que China es el mayor consumidor del petróleo iraní y que los negocios entre esos dos países tienden a incrementarse, no a suspenderse. Tampoco es claro que Europa esté dispuesta a reanudar sus sanciones contra Irán; mucho menos si Trump sigue distanciándose de varios de sus aliados occidentales.

Rusia por su parte, va a seguir velando por sus propios intereses, muy al margen de la relación personal de Trump o del secretario de Estado, Tillerson, con Putin. Parte de las estrategias del Kremlin incluyen contener y limitar la capacidad de influencia de Washington en Medio Oriente. Recordemos que, hacia mediados del 2015, EU estaba en otra posición. La Casa Blanca había firmado los acuerdos nucleares con Irán con lo que el acercamiento entre Washington y Teherán no solo rendía frutos en los temas atómicos, sino que se trasladaba hacia otras esferas, por ejemplo, se activaba la colaboración entre estos dos, otrora enemigos, para combatir a ISIS en Irak. Obama decidía ahora sí entrar en Siria, con el aval tácito de Teherán. De la noche a la mañana, los cielos iraquíes y sirios estaban llenos de aviones estadounidenses y de la coalición que ese país lideraba. Las milicias apoyadas por Occidente y sus aliados regionales ganaban cada vez más terreno. Parecía que Assad iba a tener que negociar en una posición de enorme debilidad. Pero justo entonces, hacia el otoño del 2015, Putin entra a rescatar a su aliado. El robusto despliegue militar directo de Moscú en Siria no solo consigue relegar a Washington a un segundo plano, sino que termina por fortalecer al presidente sirio, Assad, el mayor aliado de Irán en la zona, país que bajo estas nuevas circunstancias vuelve a encontrar oportunidades para reposicionar intereses que ya casi daba por perdidos. Así que la llegada de Trump a la presidencia, con su alta belicosidad hacia Teherán, no hace sino reforzar el acercamiento de los ayatolas con Rusia.

A estos elementos hay que añadir otros factores. El primero es el distanciamiento que ya se había venido mostrando entre Turquía y la Casa Blanca en tiempos de Obama. Ankara ha culpado públicamente a Washington de haber estado detrás del golpe militar fallido de 2016 que casi termina con la vida y el mandato del presidente Erdogan. La respuesta de Ankara ha sido contundente. A pesar de sus enormes diferencias con el Kremlin, Turquía decide limar sus asperezas con Putin, re aproximarse a Moscú y efectuar concesiones en sus posturas originales sobre Siria con tal de trazar una ruta de salida para la guerra de ese país. Este reacercamiento ha llegado al sorprendente punto de colaboración militar efectiva en Siria entre el Kremlin y Turquía, repito, un miembro de la OTAN que había luchado en el bando opuesto a Rusia desde hace años.

Por si fuera poco, un segundo elemento: Al emitir su orden ejecutiva anti-inmigratoria, Trump incluye a Irak entre los países vetados, con lo que, de paso, golpea a un gobierno de Bagdad que se encuentra sitiado entre la influencia de Irán y la de Washington, pero que ahora recibe toda clase de presiones para mostrar mayor distancia de la Casa Blanca.

Con todo lo anterior el panorama empieza a aclararse. Trump ha abierto numerosos frentes al mismo tiempo, unos internos y otros externos. Sus movimientos externos están llevando a distintos países a posicionarse en su contra, incluso bajo el riesgo de acomodar intereses que en otras circunstancias serían difíciles de empatar. Dentro de estos esquemas podemos ya observar cómo es que países que se sienten amenazados por la Casa Blanca como lo son China, Irán y Turquía forman frentes comunes con Putin, un viejo lobo de mar que en ciertos momentos ha sido confundido como un actor pro-Trump, cuando en realidad es pro-Rusia y aprovechará cada oportunidad para dejarlo claro.

¿Cómo va a hacer Trump para pelear tantos frentes al mismo tiempo? Por lo pronto, su mensaje ha sido que, para ello, le sobra energía. La cuestión estará en evaluar si es que esa energía podría agotarse, o qué va a pasar con su base de apoyo cuando sea evidente que algunas de sus batallas, internas o externas, se empiecen a perder.

Twitter: @maurimm

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