Más Información
VIDEO: Acuerdo del T-MEC está en riesgo por “dictadura comunista”: Alito Moreno; Morena ejerce “terrorismo de Estado”
Senado celebra continuidad de elección judicial; ninguna autoridad, poder u órgano puede suspenderla: TEPJF
Sheinbaum y Petro refuerzan lazos bilaterales en el G20; estrechan cooperación, comercio y lazos culturales
Tribunal Electoral da luz verde al INE para seguir con elección judicial; suspensiones de jueces no frenan proceso, determina
Pavor en redes sociales. Avisos y advertencias de violencia y crimen por Whatsapp. No salgan, no hagan, cuídense, cierren sus empresas, sus negocios… “¿Se puede considerar que estamos viviendo una ola terrorismo?”, me preguntan en estos días de manera frecuente. Y no, a pesar de los saqueos, los bloqueos –violentos o no-, a pesar de los asaltos y el vandalismo –inducido o espontáneo-, a pesar del pánico que se siente y propaga en la zona metropolitana y en otras partes del país, no estamos ante atentados terroristas. Sin embargo, tanto los efectos psicosociales y el estrés colectivo que padecemos, como el contexto nacional en el que los eventos actuales tienen lugar, no son demasiado diferentes a los que se pueden hallar en países que sí sufren olas de ataques terroristas. Por eso precisamente hemos estudiado este tema –no en Medio Oriente o África, sino en México- desde el 2011. Sin pretender exponer todos los hallazgos de esas varias investigaciones, dedico mi texto de hoy a dos cuestiones concretas con el fin de aportar en una mayor comprensión de ese contexto en el que 2017 irrumpe con brutalidad: (1) México es, desde mucho antes del gasolinazo y sus consecuencias, uno de los 25 países menos pacíficos del globo. Esa no es una percepción, sino una realidad material; y (2) Ese entorno produce efectos psicosociales en nuestra población; entre otras cosas, ha incidido en nuestra relación con los medios de comunicación y con las redes sociales. En otras palabras, son dos temas, íntimamente relacionados, pero distintos: por un lado, el ambiente de violencia; por el otro, un componente comprensible de miedo, rumor y estrés generalizado.
Primero, cuando se habla de falta de paz, no es necesario, lamentablemente, buscar esas condiciones en sitios lejanos como Siria, Turquía o Afganistán, a pesar de lo que digan los más recientes comerciales del gobierno en el radio, o a pesar de que la primera meta del Plan Nacional de Desarrollo de Peña era un “México en Paz”. Desde hace varios años, México se ubica en el Índice Global de Paz no solo como uno de los 25 países más bajos de la tabla, sino como uno de los que se ha mantenido deteriorando en esa materia. Comparto los siguientes datos: En el reporte de 2013 nos ubicábamos en el ya grave sitio 133 (un lugar abajo del año anterior) de un total de 162 países medidos y recibimos una calificación de 2.434 (mientras más grande sea ese número, menos pacífico es el país medido). En 2014, México se ubicó en el sitio 138 con una calificación de 2.5 en el índice. En 2015 seguimos perdiendo sitios, y nos ubicamos en el 144 con una calificación de 2.53. En la publicación del 2016 México se ubica en el sitio 140 pero con una calificación aún peor que el año previo, 2.557 puntos, la cual parece oscurecerse frente a otros países que empeoraron aún más que nosotros. Si sumamos las últimas cuatro mediciones del índice (lo cual abarca la mayor parte del actual gobierno), hemos sufrido tanto un deterioro en los niveles absolutos –nuestro PIB de paz, por así llamarlo, está decreciendo a razón de 1.26% anual-, como en los niveles relativos –hemos perdido siete sitios en la tabla global, incluso tratándose de un planeta bastante menos pacífico hoy que en 2012.
Segundo, esas condiciones tienen, naturalmente, repercusiones en muchos rubros desde tiempo antes de los eventos actuales. Uno de ellos es el de los efectos psicosociales y el miedo generalizado. En 2012, en este mismo diario publicamos los resultados de un estudio que efectuamos (Calderón, Meschoulam y Schneider, 2012), el cual indicaba que en México un elevadísimo porcentaje de personas exhibía síntomas sugerentes de estrés post traumático a causa de la violencia asociada al crimen organizado y que, mientras más conectados estábamos a medios o redes sociales, esos síntomas tendían a incrementarse. El estudio detectaba una correlación estadísticamente muy significativa entre exposición a medios y síntomas como angustia, irritabilidad, pesadillas e insomnio; 90% de nuestros encuestados reportaba tener contacto con noticias y 75% indicaba que después de este contacto se sentía peor. Esto no solo ocurría en las zonas más violentas del país. La investigación abarcaba 25 estados de nuestro territorio, lo que reflejaba las secuelas del contagio de estrés, así como el impacto de los rumores y las noticias compartidas en redes sociales a causa de esas circunstancias. Investigaciones posteriores nos han revelado que, como producto de ese estrés y de la desconfianza, una gran cantidad de entrevistadas/os eligen alejarse de las noticias, y ya incluso manifiestan sentimientos muy negativos acerca de las redes sociales, percibidas por una gran parte de nuestros participantes como muy fácilmente manipulables, fuentes de rumores o noticias falsas.
En palabras simples, a pesar de que no estemos experimentando atentados terroristas como tales, sí vivimos en un ambiente en donde prevalece la falta de paz y en donde la criminalidad y el miedo son notas cotidianas. Por lo tanto, es natural que estemos predispuestos a padecer los efectos de rumores, de notas y advertencias compartidas en redes; no es la primera vez que ocurre una situación similar o que se difundan de manera masiva falsedades o avisos sobre actos de violencia. Esos avisos no son terrorismo, como algunas autoridades llegaron a llamarlos en años pasados, sino los síntomas de una ciudadanía que vive bajo estrés colectivo. No somos de cartón. Cuando el miedo nos invade reaccionamos de maneras peculiares, aunque haya voces que nos pidan que no cunda el pánico. Tristemente, estos síntomas no se eliminan por decreto o por llamados a la serenidad, sino que deben atenderse de manera integral, en las familias, en las escuelas, en las organizaciones, en los distintos sectores que componen nuestra sociedad. Y en el fondo, mientras sigamos sin resolver las condiciones –sociales, económicas, políticas y culturales- de falta de paz estructural, con medidas más eficaces de corto, mediano y largo plazo, permanecemos en un entorno en el que, de manera crecientemente peligrosa, cualquier chispa puede encender la mecha de eventos como los que hoy se viven.
Twitter: @maurimm