“Nunca se conservarán fuerzas terrestres, marítimas y aéreas, así como otros potenciales de guerra”, dice el artículo noveno de la constitución japonesa, redactada tras la derrota de ese país en la Segunda Guerra Mundial. Por siete décadas, Japón solo ha contado con fuerzas de autodefensa y ha sostenido una orientación relativamente pacífica, lo que ha contribuido desde entonces al equilibrio regional. Sin embargo, eso está cambiando de manera acelerada. Y no está cambiando porque Trump haya ganado las elecciones. Se trata de una tendencia que procede de varios años atrás, pero que podría, en efecto, escalar, en caso de que algunas de las visiones que Trump ha estado expresando se llegaran a materializar.

En el mes de agosto, retomando reportes del diario Yomiuri Shimbun, la correduría Stratfor hizo un análisis acerca de la intención de Tokio de desarrollar para 2023 misiles tierra-barco con un rango de 300 km, rango suficiente para alcanzar las islas que esta nación disputa con China, las Senkaku/Diaoyu. Lo especial de estos misiles no sería su capacidad de atacar embarcaciones, sino su capacidad para atacar objetivos de tierra, dato que es relevante pues indica que Japón podría ya estar buscando acelerar sus capacidades ofensivas. En esa misma dirección, el primer ministro japonés, Abe, en septiembre, finalmente consiguió la aprobación de legislación que permite reinterpretar el citado artículo noveno de la constitución, el cual manifiesta, entre otras cosas, que Japón “renuncia por siempre a la guerra como un derecho soberano de la nación”. El lenguaje del artículo 9 no cambia, pero se reinterpreta para permitir la “autodefensa colectiva”. Esto coincide con la designación en agosto de Tomomi Inada -una nacionalista de línea dura- para dirigir el ministerio de defensa en el marco de un histórico incremento del presupuesto en ese rubro, además de la aprobación del entrenamiento para que fuerzas de paz japonesas participen en operaciones militares de combate en el extranjero por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial. Pero esta situación no es nueva, solo ha venido escalando. Ya desde el 2013, el entonces ministro de defensa nipón, Itsunori Onodera hablaba de la necesidad de que su país cuente con armamento ofensivo.

Evidentemente, al sacar a la luz temas tan delicados, Tokio ha estado sopesando el hecho de que, para sus vecinos, Japón no es una potencia económica que simplemente en las últimas décadas había jugado un papel geopolítico menor. Japón es percibido como el poder imperial, el conquistador que pudo solo ser taimado por Little Boy y Fat Man, las únicas bombas atómicas que han sido empleadas en una guerra. Aún así, el rearme japonés se viene acelerando debido al menos a tres factores externos: Estados Unidos, China y Corea del Norte.

Tras la Segunda Guerra Mundial, el equilibrio en Asia contaba con la premisa de que Japón sería neutralizado en cuanto a su orientación geopolítica expansiva, pero para lograrlo, Washington brindaría a esa nación (y a otras en la región) la garantía de su seguridad. Esa garantía empezó a ser cuestionada en los últimos años en que EU ha sido percibido, por aliados y rivales, como una superpotencia en repliegue. A partir de factores financieros –una deuda creciente y un déficit insostenible-, factores políticos y geopolíticos, la decisión de Obama ha sido reducir las intervenciones internacionales de Estados Unidos a aquellos asuntos estrictamente prioritarios, y a la vez, presionar para que sean los aliados de la superpotencia quienes financien o intervengan directamente en los conflictos de sus regiones, solo con asistencia limitada por parte de Washington.

A la vez, en China coexisten dos percepciones: (a) De un lado una autopercepción como potencia en ascenso y, por ende, merecedora de un mayor espacio geopolítico y geoeconómico. China ha ido paulatinamente implementando un plan de expansión en sus mares colindantes tanto en busca de una zona marítima más amplia para explotar recursos naturales, como para exhibirse como potencia regional dominante; y (b) Estados Unidos como potencia en declive. Lo anterior ha sido confirmado por diversas declaraciones de funcionarios clave, así como por analistas quienes indican que esa es precisamente la visión del actual presidente Xi. De manera que al margen del debate acerca de lo cierto o falso del potencial declive de Estados Unidos, lo que es real, es que así es como es percibido en China y en otras partes.

Es verdad que, de un tiempo para acá, Washington ha tratado de enviar justo el mensaje opuesto, y ha buscado desafiar a China una y otra vez, sobrevolando o navegando espacios que Beijing reclama como suyos. Sin embargo, Japón, de su lado, ha estado observando con preocupación cómo es que ese expansionismo chino no ha sido contenido. Japón ha observado también la velocidad con la que avanza el programa nuclear de Corea del Norte, así como su programa de misiles, a pesar de las sanciones, las medidas diplomáticas y las amenazas de la Casa Blanca. Al mismo tiempo, Japón ha tomado nota de cómo Estados Unidos prefirió no atacar al presidente sirio Assad, incumpliendo sus amenazas cuando éste había cruzado la línea roja marcada por Obama: el uso de armamento químico contra la población civil. Tokio también tomó nota de la reacción estadounidense ante los eventos de Ucrania y de Crimea. península que Rusia anexó y que no se contempla cambie de manos por ahora.

No es de extrañarse entonces por qué desde hace años Japón viene robusteciendo su capacidad militar, desarrollando entre otras cosas, la flota naval más poderosa de la región, estableciendo convenios de colaboración militar con algunos de sus vecinos regionales e incluso haciéndose presente en zonas alejadas de su territorio.

Todo lo anterior ya estaba ocurriendo desde mucho antes de que Trump ganara las elecciones. La llegada de Trump podría impulsar esa tendencia. La razón es que el presidente electo ha manifestado desinterés en intervenir en asuntos globales que, en su visión, no dejan a Estados Unidos réditos claros. Parte de sus declaraciones, por ejemplo, competen directamente a la región asiática. Trump ha dicho que él favorecería el que Japón o Corea del Sur adquiriesen armamento nuclear. Al margen de que esto vaya a ocurrir o no, la sola idea de que quien va a gobernar Estados Unidos haga ese tipo de sugerencias, rompe los esquemas que han mantenido los equilibrios de toda la región desde hace décadas. Si añadimos a esas declaraciones lo que Trump ha dicho en torno a la OTAN, el mensaje que el presidente electo ha comunicado hasta ahora es que el respaldo militar de Washington en caso de potenciales conflictos no está garantizado. El aislacionismo relativo inicialmente propuesto por Trump puede, por supuesto, no materializarse cuando asuma el mando, gracias a la influencia de asesores, Congreso, agencias, aliados o incluso a raíz de las propias circunstancias o eventos.

La cuestión es que mientras eso ocurre, y si es que ocurre, Japón está ya encaminado en una dirección que va a seguir andando. Esta dirección supone para Abe seguir construyendo la legitimidad que sustente una idea amplia y flexible de lo que significa “autodefenderse”, acompañando esa legitimidad con pasos concretos para seguir creciendo la capacidad defensiva y ofensiva de Japón. Y eso es lo que tiene a muchos actores en la región, que no olvidan la historia, con los nervios de punta.

Twitter: @maurimm

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