Para cuando este texto llegue a la imprenta, muchísimo se habrá ya escrito acerca de la visita de Trump a México, acerca de si se abrieron o no se abrieron canales de diálogo, acerca de si esta visita fue o no fue utilizada por el candidato republicano como instrumento para posicionarse como más presidenciable, como hombre de Estado, o para ganar puntos en las encuestas. Pasada la tormenta, sin embargo, y ante todo lo que se va a tener que procesar y absorber, es importante reflexionar al respecto de lo siguiente: (a) La probabilidad de que Trump gane podría ser más alta que lo que indican actualmente los análisis, y (b) Si ese fuera el caso, es mejor adelantar el diseño de una política exterior más pensada que la que se demostró en los últimos días, con mayor capacidad de incidir positivamente en eventos y decisiones que beneficien a los intereses de nuestro país. En otras palabras, la discusión no está en si se debe establecer puentes con alguien, o si el diálogo o la diplomacia son herramientas que deben usarse. La discusión más bien está en los cuándos se usa esa diplomacia, en los dóndes y en el cómo es que esos puentes y ese diálogo son mejor empleados al servicio de nuestras estrategias y nuestras metas. Vayamos por partes:

Primero, al momento de este escrito, el blog de Nate Silver, FiveThirtyEight (famoso desde que se publicaba en el New York Times), marca a Hilary con un 72.1% de probabilidades de ganar la presidencia de EU, y a Trump, con un 27.9%. Si bien, la brecha se empezó a volver a cerrar desde hace pocos días, cualquiera diría que ese 72/28 sigue siendo muy contundente en términos de probabilidades a favor de Hilary. Ello cobra incluso más fuerza si consideramos el método empleado por alguien como Silver (en el que se estudia la intención de voto estado por estado, y a partir de ciertos modelos matemáticos, se determina quién tiene las mayores probabilidades de llevarse los votos electorales de cada uno de dichos estados). Más aún si consideramos su efectividad para predecir resultados como, por ejemplo, en las elecciones entre Obama y Romney hace cuatro años. El gran problema es que ese mismo blog (así como muchos otros similares), en otoño del 2015 daba a Trump solo 6% de probabilidades de convertirse en el candidato republicano. Posteriormente, ese 6% se convirtió en 13%. Luego en 20%, y así sucesivamente hasta que un día, supimos que Trump se había quedado solo en la contienda republicana. De igual modo, la variación que estamos viendo en las cifras es altísima. El mismo blog, el día 30 de julio –hace un mes- daba a Trump 50% de probabilidades de ganar. Ese número llegó a bajar hasta 15% hace dos semanas. Hoy está en 28%. En otras palabras, pareciera que cuando se topan con Trump, los estudios más sofisticados, los análisis más elaborados, presentan problemas para predecir.

Esto puede obedecer a varios factores. Señalo algunos: (1) De Israel a Escocia, de España a nuestro propio país, la cantidad de casos en los que las encuestas “fallan” para predecir resultados electorales sigue aumentando. En parte porque las encuestas, como se sabe, solo toman fotografías de instantes precisos, pero el electorado fotografiado no es estático –nunca lo ha sido- y quizás, en la era informativa que vivimos, tiende a cambiar o moverse con mucha mayor velocidad que en el pasado. Otra parte tiene que ver con la incapacidad de muchas de estas encuestas para realmente leer determinados sectores del electorado, los cuales a veces pueden influir en los resultados mucho más de lo que inicialmente se piensa. Ya el año pasado, en una variación interesante, algunos estudios de intención de voto en Europa, han optado por preguntar a las personas no por quién piensan votar, sino quién piensan que va a ganar la elección, (2) Hay un componente no-racional en la toma de decisiones que no necesariamente aparece en las encuestas. El año pasado, Thaler publicó su Misbehaving, donde explica una serie de factores que nos llevan a tomar decisiones “mal-portadamente” por así decirlo, sin considerar o calcular adecuadamente los costos y los beneficios de esas decisiones. Esto significa que, en la medida en que Trump ha logrado conectar con ciertos elementos emocionales –como por ejemplo, el hartazgo, el miedo, la vulnerabilidad, la aversión al riesgo, o la obsesión por obtener ganancias inmediatas aunque se sacrifique el largo plazo- en esa medida ha conseguido que muchos de quienes dicen que van a votar por otro candidato, terminen votando por él, y (3) Hay una cantidad de personas que no expresan que van a votar por Trump porque no lo consideran políticamente correcto, y que sin embargo, en el fondo, piensan que sus posturas no están tan equivocadas, por lo que sí terminan votando por él. En otras palabras, en tiempos como los que vivimos, es indispensable considerar no solo lo que las encuestas y análisis de predicción dicen, sino también lo que no dicen, algo imposible de medir. Por lo tanto, si Nate Silver hoy da a Trump 28% de probabilidades de ganar, hay un numerote (número que no me animo a calcular), el cual deberíamos añadir a ese dato, y el cual refleja lo que no vemos. Dicho de otro modo, la posibilidad de que Trump termine ganando no es baja. En lo absoluto.

Por lo tanto, valdría la pena prepararse mucho mejor de lo que se hizo esta semana para enfrentar ese escenario. Habrá que establecer puentes, canales de diálogo y negociación; de eso no cabe duda. La cuestión es de qué manera planeamos las cosas para que ese diálogo trabaje en nuestro favor y no en nuestra contra. Es posible que un Trump presidente se pudiera comportar de manera diferente –más negociador, más flexible- que el Trump candidato que conocemos. Pero también es posible que Trump no pueda evitar que su Trump interno salga a la luz continuamente. Tendríamos que estar preparados para ambos escenarios, saber cómo esperar lo inesperado (Kurst-Swanger, 2009), y cómo orientar los eventos y las decisiones en direcciones que nos favorezcan. No estoy diciendo que sea fácil. Estoy diciendo que, si gana Trump, lo vamos a tener que hacer. Así que, empecemos por dejar atrás la negación, y dejar de orientar la discusión en torno a si la diplomacia es buena o no es buena. Más bien, aprendamos de los varios errores cometidos y desarrollemos mejores estrategias, más planeadas, blindadas contra imponderables y contra los rasgos que ya conocemos de Trump, para entonces, usar esa diplomacia cuando, donde y del modo que mejor convenga a nuestros intereses.

Analista internacional.

@maurimm

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