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La guerra siria no representa un problema, sino muchos problemas al mismo tiempo. Varios de estos problemas terminan impactando en asuntos como la migración y el terrorismo, cuestiones que tienen hoy a buena parte del planeta en vilo. Paralelamente, la guerra siria no es un único conflicto sino muchos conflictos a la vez. Así que, si se habla de un cese de hostilidades en esa parte del mundo, se trata de un tema que importa. Sí, un poco es el mismo cuento de nuevo. Pero hay una parte que no lo es, y hay que entender por qué. La tregua entró en vigor el lunes pasado y es limitada pues no incluye a ISIS ni al grupo Fatah al Sham (antes Al Nusra, filial de Al Qaeda en Siria). Si ese cese de hostilidades se sostiene se podría empezar a vislumbrar la reanudación de las negociaciones para finalmente pacificar al país. Sin embargo, la eficacia de este cese al fuego depende de varios factores. El más importante, quizás, consiste en la complejidad que resulta de los múltiples niveles en los que este conflicto se entreteje y manifiesta. Es decir, para que la tregua se mantenga, se tiene que dar y sostener una serie de cadenas de presión entre actores globales, regionales y locales, algo nada simple. Cualquiera de esos niveles podría desestabilizar el esquema. El segundo factor estriba en la natural limitación del cese al fuego, y lo imbuido que se encuentran algunos de los grupos o milicias consideradas “moderadas” o sujetas de negociación, y las que no lo son. A pesar de ello, en esta ocasión, el entendimiento Washington-Moscú, podría estar arrojando un escenario distinto. Lo explico.
Primero, la importancia del tema. El conflicto sirio, es en sí mismo una tragedia; 300 mil muertes y millones de heridos y afectados, son cifras que no necesitarían mayor explicación para justificar el valor de un cese al fuego en esta guerra de ya cinco años. Pero el asunto no para ahí. Además de los 10 millones de desplazados internamente, se calcula que este conflicto ha generado de casi 5 millones de refugiados que han tenido que huir de la muerte todos los días. La mayor parte de ellos permanece en los países limítrofes a Siria. Esos, difícilmente alcanzan las primeras planas de los diarios. Otra parte, sin embargo, llega a Europa y visibiliza, ante las sociedades occidentales, la dimensión humana del conflicto que vive su país. Adicionalmente, como se sabe, Siria es uno de los focos mayores de terrorismo en el planeta. La fase que hoy vive ISIS, su expansión y renovadas capacidades desde el 2012, no pueden ser entendidas sin la guerra siria. Si las hostilidades entre Assad y los distintos grupos rebeldes realmente cesan, el combate contra ISIS, sin duda, se facilita.
Segundo, es necesario analizar la guerra siria desde al menos tres niveles (son más, pero estoy tratando de simplificar): (1) El primero de esos niveles es el interno y consta de una serie de milicias –algunas de ellas no religiosas, otras islámicas- no coordinadas ni unificadas entre sí, luchando una guerra contra el presidente Assad y las fuerzas que le son leales. Esto, que inició como un conflicto eminentemente político, se ha entretejido con lo religioso, lo cultural y lo étnico; (2) El siguiente, es el nivel regional. De un lado, las potencias sunitas como Arabia Saudita, Turquía y Qatar apoyan a la rebelión (a distintas milicias cada uno). Del otro lado, la máxima potencia chiíta, Irán, apoya, financia y arma a Assad, además de ofrecer respaldo militar al régimen a través de sus milicias afines como el Hezbollah libanés. Para estos dos bloques de potencias, se trata de un conflicto con intereses enfrentados a tal grado que han estado dispuestas a chocar de manera indirecta en la persecución de dichos intereses. En este mismo nivel regional hay que incluir a Israel, país que se siente amenazado por el crecimiento de la presencia de Irán y Hezbollah -sus enemigos jurados- en su frontera, y que interviene mediante bombardeos cada vez que detecta movimientos que pueden representarle riesgos. Por si a este nivel le hace falta complejidad, hay que añadir la intervención de actores no-estatales transnacionales como ISIS y Al Qaeda, luchando contra Assad, contra otras milicias y combatiendo entre ellos mismos. Y luego están los kurdos, un grupo étnico con presencia en cinco países. Los kurdos-sirios han resultado los actores más eficaces para contener a ISIS, pero se encuentran confrontados con Turquía, país que los ataca constantemente; (3) El tercer nivel es el nivel macro, en el que tenemos el enfrentamiento entre Estados Unidos y sus aliados contra Rusia. Moscú no solo apoya, financia y arma al presidente Assad, sino que considera a Siria, desde tiempos de la Guerra Fría, parte de su esfera estratégica de influencia, por lo que desde el 2015 interviene militarmente en ese país a favor de su aliado. De su lado, Washington respalda a la rebelión y la ha apoyado mediante inteligencia, entrenamiento, financiamiento y armamento desde el 2012. En la actualidad, sin embargo, la prioridad de Washington es el combate a ISIS.
No se necesita conocer demasiado del tema para darse cuenta de que, ante semejante grado de complejidad, cualquier perspectiva de resolución resulta un reto cercano a lo épico, por no decir imposible. Lo esencial es comprender que, bajo las circunstancias actuales, mientras todos los actores locales en pugna tengan patrocinadores regionales y globales, el conflicto se mantiene en estado de equilibrio perpetuo.
Esa es la importancia del momento actual. Todo parece indicar que Washington y Moscú han empezado a alcanzar ciertos entendimientos que exhiben la voluntad –falta ver qué tanto esa voluntad se concreta y sostiene- de comenzar a revertir el escalamiento en las tensiones que tienen a las dos superpotencias en el mayor nivel de conflicto desde tiempos de la Guerra Fría. Las Casa Blanca y el Kremlin no solo están pensando en Siria, sino que están negociando de manera paralela todo un abanico de temas, que incluyen a Ucrania, por ejemplo. Por lo pronto, estos dos países han anunciado que se coordinarán para atacar a los grupos extremistas en Siria.
Esa sola circunstancia podría detonar la cadena de presiones que indico arriba. Rusia, a través de negociaciones, nada simples, pero no imposibles, podría ejercer la presión necesaria para que Irán y el propio Assad estuvieran dispuestos a encontrar compromisos de mediano y largo plazo. Washington tendría que hacer lo propio con sus aliados regionales como Arabia Saudita y Turquía. Si esto se lograra, entonces los actores intermedios tendrían que ser capaces de ejercer la presión correspondiente sobre los actores locales: de un lado, las milicias leales a Assad y las milicias chiítas apoyadas por Irán; del otro lado, las milicias financiadas y armadas por Turquía, Qatar y Arabia Saudita.
No alcanza el espacio para resumir la cantidad de lugares, momentos y causas por las que esa cadena de presiones se podría romper como ha sucedido hasta ahora. Adicionalmente, la línea que divide a las milicias que sí son consideradas parte del cese al fuego, y las que son consideradas terroristas y, por tanto, no entran dentro del cese al fuego, es muy delgada. Ya en el último de los ceses al fuego, por ejemplo, Moscú bombardeaba a ciertos grupos rebeldes sí sujetos de la tregua como Ahrar al Sham, argumentando que en sus filas había miembros de Al Qaeda. Y la verdad es que el Kremlin no estaba del todo equivocado pues la alianza entre esa milicia y la filial local de Al Qaeda es una realidad difícil de evadir.
Aún así, y a pesar de todos los obstáculos que habría que resolver, un cese de hostilidades nunca es una mala noticia. Mucho menos lo es cuando este acuerdo se origina y cuenta con la voluntad de las dos superpotencias que comparten responsabilidad en uno de los conflictos más complejos de nuestro tiempo.
Twitter: @maurimm