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“El terrorismo que se tuvo que enfrentar tras la invasión a Irak, no lo esperábamos” dijo Tony Blair hace unos días tras conocer los resultados del reporte que publicó la comisión liderada por Sir John Chilcot después de siete años de investigaciones acerca de esa intervención internacional. “Asumo la responsabilidad completa”, “Lo lamento más de lo que ustedes jamás sabrán”. Jeremy Corbyn, también expresó disculpas a nombre del partido laborista británico por su responsabilidad en la guerra. Ya un año atrás, Martin Chulov de The Guardian, lo puso en estos términos: “Tony Blair tiene razón. Sin la guerra de Irak no habría Estado Islámico”. La verdad es que para saber eso no necesitamos siete años de investigaciones y comisiones. Solo basta mirar los índices globales de terrorismo y reportes similares para comprender, sin demasiado esfuerzo, lo que la evidencia grita ante nuestros ojos. Tres datos resaltan a partir de esa evidencia: (1) El terrorismo no disminuyó a partir de las intervenciones internacionales en Afganistán e Irak en 2001 y 2003, las cuales fueron justificadas para combatirle; al revés, aumentó de manera dramática, tendencia que se mantiene en la actualidad, (2) Cinco países concentran 80% de muertes por terrorismo en el mundo, dos de ellos son justamente Afganistán e Irak. Otros dos son vecinos de aquellos: Siria y Pakistán, (3) Lo anterior no es casual, el terrorismo se correlaciona de manera altísima con la inestabilidad y el conflicto armado, entre otros varios factores. De modo que, si el resultado de una intervención internacional es la inestabilidad y el desgobierno, el aumento de la violencia terrorista no es lo último, sino lo primero que tendríamos que esperar, Mr. Blair.
Los vínculos entre Hussein y los ataques del 9/11 nunca pudieron demostrarse. Sin embargo, Al Qaeda sí llegó a Irak, aunque solo tras la invasión internacional a través de una filial que desde 2004 funcionó como un paraguas que aglutinó a diversos grupos islámicos. Uno de esos grupos que deciden cobijarse bajo Al Qaeda era el llamado Twhid, fundado por el jordano Abu Musab al-Zarqawi en Afganistán. Ese grupo es el componente principal de lo que posteriormente sería denominado El Estado Islámico de Irak (ISI), también bajo el paraguas de Al Qaeda. Al Qaeda en Irak, mejor conocida como AQI, dedicó sus esfuerzos tanto a combatir a la ocupación estadounidense, como a atacar a musulmanes principalmente chiítas. Miles de civiles inocentes murieron en cientos de atentados entre 2004 y 2011. AQI fue comandada por Al Zarqawi hasta el 2006, cuando ese líder murió en un ataque estadounidense. En los años que siguieron, muchos veteranos del grupo también perdieron la vida a raíz de la guerra con Washington, y alrededor del 2011, cuando la Casa Blanca ordena a sus tropas emprender la retirada de Irak, AQI había sido muy mermada, pero seguía viva.
La cuestión es que justo ese año, iniciaba una guerra civil en el país vecino, Siria. Si bien esa guerra tiene sus propios motores internos, su prolongación no se puede entender sin la intervención indirecta y directa de potencias regionales y globales. Conociendo los datos arriba descritos, era natural que los grupos jihadistas sacarían partido del caos sirio. En este espacio lo advertimos desde aquél 2011. AQI es uno de esos grupos que penetra esa guerra civil y utiliza ese territorio para reagruparse y alimentarse de combatientes extranjeros que se sumaban a las filas de la jihad, en aquél entonces todavía unificada bajo el paraguas de Al Qaeda. Así que esa organización que finalmente había sido mermada, pero no derrotada del todo por Washington, termina por nutrirse, una vez más, del conflicto y la inestabilidad de la que también las mismas potencias eran en parte responsables. Poco después, una disputa política ocasiona la ruptura de AQI con Al Qaeda y solo a partir de entonces los medios comienzan a utilizar su nuevo nombre: El Estado Islámico de Irak y Siria o Levante, (ISIS o ISIL), y luego simplemente “Estado Islámico”.
Claro, podemos enfocarnos en las responsabilidades –que las hay y deben ser asumidas. La pregunta, sin embargo, es ¿qué tanta capacidad tenemos para aprender no solo de la historia, sino de esos datos duros frente a nosotros? En lugar de ello, años después de haber invadido Afganistán e Irak, cuando gran parte de la evidencia como la que acabo de compartir ya había sido publicada, parte de la comunidad internacional -con un aval de la ONU- decidió una nueva intervención, ahora en Libia. Esta vez los aviones de Francia, Reino Unido y otras potencias, asistidos por los Tomahawks estadounidenses enviados desde el mar, se encargaron de derrocar a Gaddafi, un líder represivo, autoritario y en efecto, violador de los derechos humanos. Pero luego, para variar, todos se fueron y abandonaron la convulsión que ahí quedó. Sorpresa: la actividad terrorista aumentó en ese país. Un buen día, un grupo militante afiliado a Al Qaeda asesinó al embajador estadounidense en Benghazi, tema que está resultando la piedra en el zapato de Hillary. Y luego, podríamos seguirnos sorprendiendo como Blair, y no entender por qué ISIS establece justo en Libia, su segunda base más importante, base que esa organización empezó a utilizar como sede alterna una vez que estaba bajo asedio en Siria y en Irak.
Conclusión: La historia muestra que las intervenciones internacionales en Irak, Afganistán y Libia, terminaron en circunstancias bajo las que los gobiernos que quedaron a cargo eran demasiado débiles para monopolizar la fuerza y controlar la convulsión que se había generado tras el derrocamiento de los gobiernos anteriores, por represivos o autoritarios que estos fueran. A la vez, hizo falta un proceso de construcción de condiciones de paz de raíz, de reconciliación y de fortalecimiento institucional. Ahí, en medio de esas condiciones, Al Qaeda, a quien se quería eliminar, sigue viva. Y ahí, en medio de esas mismas condiciones, también emerge una escisión de esa misma organización, el ISIS que hoy conocemos, pero ya no con unos cientos, sino con decenas de miles de combatientes. Con todos esos datos, con toda esa historia, ya sería hora de cambiar nuestras sorpresas y lamentos por aprendizajes y una mayor y mejor previsión de las decisiones que se toman.
Internacionalista.
Twitter: @maurimm