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Era septiembre del año pasado. “Tocó”, como dirían ellos, junto con varios académicos, colaborar en un seminario en Bogotá para la policía colombiana sobre “Post-Conflicto”. El invitado de honor era el General Naranjo, un personaje bien conocido en nuestro país, quien ha participado de manera prominente en los diálogos de La Habana. Mi impresión, tras escucharle a él, así como a muchos otros oficiales y personas con quienes tuvimos oportunidad de dialogar, es que tras décadas de un conflicto que ha tenido múltiples facetas, están, al menos conceptualmente, años luz adelante de muchos de nuestros funcionarios. “Haciendo un poco de pedagogía”, decía el General Naranjo, “no se trata de entrar en un ‘post-conflicto’, sino de empezar a hacernos a la idea de construir la paz, apenas; terminar el conflicto con las FARC es solo eso, poner fin a esa fase, pero eso no es generar paz”. La firma del cese de hostilidades, la cual tuvo lugar el pasado 23 de junio y que él preveía ya desde aquél septiembre del 2015, será un paso indispensable, nos decía, pero no será sino un inicio de un esquema mucho más integral. Quizás, en efecto, les tomó años. Quizás tuvieron que pasar por demasiadas etapas de sufrimiento colectivo. Pero en aquellas mañanas de otoño me daba la sensación de que, al menos ese grupo de funcionarios, policías y oficiales del ejército colombiano, lo habían finalmente entendido. Detallo algunos aspectos de esa visión integral con el fin de entender no solo los retos que hoy Colombia enfrenta, sino con el propósito de quizás, aprender un poco de esta mirada.
De acuerdo con vasta literatura sobre el tema (ejemplo: Alger, 1987; Ekkanola, 2012; Galtung, 1985), la paz está compuesta por factores negativos tales como la ausencia de violencia y el miedo a la violencia, así como de factores positivos, su ADN, lo que le constituye: “las actitudes, instituciones y estructuras que crean y sostienen a las sociedades pacíficas” (IEP, 2015). Por ejemplo, la investigación ha encontrado que factores como la desigualdad económica, la corrupción, las debilidades en el libre flujo de la información o la falta de respeto a los derechos humanos, tienen altos niveles de correlación con los indicadores de violencia directa. Es decir, a mayor corrupción o mayor desigualdad, más violencia se manifiesta en una sociedad. Pero hay autores que incluso van más allá. La corrupción, la desigualdad o la falta de respeto a los derechos humanos, sin importar cómo estos elementos se presenten, no son causa de violencia, sino que son violencia en sí mismos. O bien, visto a la inversa, construir la paz desde su raíz supone fortalecer a las instituciones del estado para hacerlas más eficientes y más transparentes, pero también supone reducir la desigualdad socioeconómica, promover el respeto a los derechos de otras personas, así como fortalecer un entorno en donde los medios de comunicación puedan ejercer su trabajo de manera libre y efectiva, entre otros muchos temas. Podríamos resumirlo así: todo lo que cohesiona e integra a las sociedades es constructor de paz. Todo lo que desintegra a las sociedades, lo que aísla o excluye a sectores de una sociedad, destruye la paz, aunque a veces esto sea de manera paulatina y gradual.
El General Naranjo lo ponía de la siguiente manera: Una vez que se firme el cese de las hostilidades con las FARC, será necesario efectuar una planeación estratégica para que se pueda acercar el centro a todo el territorio del país, a veces tan alejado y abandonado. “Actualmente”, nos decía, “parece que nuestras instituciones trabajan como fuerzas de ocupación. Llegan desde el centro, de manera quirúrgica, solo cuando hay problemas, y luego simplemente se marchan permitiendo que el crimen se regenere”. Nos habló de la necesidad de fortalecer la transparencia. “Donde hay corrupción hay campo para una delincuencia con cultura corrupta y mafiosa”.
Tras esta primera etapa consolidada con la firma de los acuerdos de cese de hostilidades, será necesario, nos decía el general, primero, crear condiciones para el cumplimiento del acuerdo; segundo, trabajar en la legitimidad del acuerdo para no verle fracasar; tercero, trabajar en la seguridad de los territorios interiores del país, fortaleciendo el triángulo: seguridad-justicia-ciudadanía; cuarto, una fase de normalización. Y entonces, una quinta etapa, consistente de todos los temas de largo plazo, la cual, desde mi perspectiva, debería ser el eje transversal de todo este proyecto: trabajar en el sistema regulatorio, en el fortalecimiento institucional, en la integración territorial y social del país mediante proyectos incluyentes, participativos, de fomento al desarrollo social y económico de todas las comunidades, “llevando el Estado al territorio”. Y sí, también derrotar el miedo, pero no mediante decretos o acuerdos firmados, sino con la certidumbre de una normalidad que apenas empieza.
Los retos para Colombia, como vemos, son enormes. Y antes de cantar victorias, los funcionarios y académicos colombianos que conocimos, nos hicieron comprender que les hace falta mucho camino por recorrer. Sin embargo, todo comienza en lo conceptual, en los diseños y esquemas. Tal vez a esos funcionarios les tomó demasiado tiempo entenderlo. Pero ahí están. Creo. Al menos en lo que concierne a las ideas y, claramente, al discurso.
En México, en cambio, nuestro discurso sigue hablando de la necesidad de “recuperar” o “devolver la paz y la tranquilidad”, asumiendo que hace solo unos años nuestro país estaba en paz debido a que la violencia criminal no estaba en nuestro radar, o debido a que “nuestros hijos podían caminar tranquilos por la calle”. Me temo que es más complejo que eso. La paz no consta (solo) de gente caminando en las calles con tranquilidad, sino de una serie de factores que producen los pilares y las estructuras necesarias para construir sociedades más democráticas, incluyentes, transparentes e igualitarias, donde las personas puedan tener acceso a educación de calidad y a oportunidades más equitativas, y sí, con la fortaleza institucional necesaria para conseguir que el Estado funcione haciendo todo lo que tiene que hacer, incluida la provisión de seguridad y el fomento de un ambiente de justicia, legalidad y respeto para conducir nuestras labores y vidas cotidianas. Me pregunto, entonces, cómo hacemos para que en México pasemos de la concepción de la “devolución” de una paz que solo está en nuestros mitos, a un concepto de paz mucho más integral, como el que escuché de nuestros colegas colombianos, a quienes felicitamos por el nada pequeño logro del acuerdo.
Twitter: @maurimm