Sídney, Australia, diciembre, 2014. Haron Monis entra al café Lindt con un arma y secuestra a 10 clientes y ocho empleados. Desde la ventana del café, se aprecia una bandera negra que muchos piensan era la que usa el “Estado Islámico”, por lo que los medios empiezan a hablar del incidente como un ataque “de ISIS”. Monis era descrito como un “activista” en Internet, en donde él afirmaba que “había estado bajo ataque del gobierno australiano desde 2007”. Un año después, muy lejos de ahí, en San Bernardino California 14 personas murieron y 22 resultaron heridos de gravedad en un ataque perpetrado por una pareja. La mujer se llamaba Tafsheen Malik y era de Pakistán. Malik había colocado una serie de posts en redes sociales en donde mostraba su convicción jihadista. El día previo al ataque, había indicado que actuaba inspirada por ISIS. Desde Canadá hasta Dinamarca, de Boston hasta Jerusalem, los atentados perpetrados por lobos solitarios o parejas, son cada vez más frecuentes. En países occidentales, 7 de cada 10 ataques terroristas pertenecen a esa categoría. La característica común a esta clase de atentados es que el atacante o la pareja no pertenecen a organización o red alguna, por lo que no existe un contacto operativo u “orden” para cometer el ataque. Por consiguiente, se trata de los más difíciles de detectar y detener en su fase de planeación, la cual a veces es inexistente o es demasiado corta. Aún así, recientemente, las autoridades israelíes y palestinas, parecen haber encontrado la forma de si no eliminar, al menos disminuir la frecuencia de esta clase de ataques. Vale la pena compartir esa experiencia.
Podemos decir que en el proceso a través del cual ciertas personas se radicalizan hasta tomar la decisión de cometer ataques terroristas hay tres elementos centrales (Moghaddam, 2007): (a) La persona se convence de que no hay alternativa alguna para cambiar su realidad (una realidad que percibe injusta, inadecuada y que es causada por un enemigo definido), salvo el uso de la violencia, (b) La vía violenta contra ese enemigo, percibido como gigante o poderoso, es mucho más eficaz cuando se golpea a dicho gigante en donde más se le puede afectar, en lo psicológico y lo simbólico; por lo tanto, un acto en contra de ese enemigo da sentido a la vida del atacante, (c) Ese enemigo es uno solo, no hay diferencia entre quienes componen su sociedad, lo mismo soldados o policías, que transeúntes, hombres, mujeres o niños, cuyos antecedentes, posturas o rasgos personales son irrelevantes. Todos son parte del mismo problema; por tanto, atacar a cualquiera de ellos, es atacar al enemigo mismo, lo que lo convierte en un acto moral. Este proceso, normalmente es asistido por el contacto con algún líder u organización que adoctrina y termina de persuadir al atacante para cometer el acto.
Sin embargo, en el caso de ataques cometidos por lobos solitarios, como indico arriba, los perpetradores no pertenecen a ninguna agrupación. No han sido entrenados, armados o financiados por algún grupo terrorista, solo son “inspirados” por alguna organización, causa o ideología. Nunca fueron reclutados por alguien y, por tanto, su radicalización no incluye el adoctrinamiento directo/presencial por parte de grupo terrorista alguno. El proceso de radicalización, sin embargo, sí existe y pasa por las mismas fases, solo que se lleva a cabo de forma distinta, normalmente, en la actualidad, a través de blogs, sitios de Internet o redes sociales, medios que se emplean incluso para instruir acerca de cómo ejecutar atentados. A veces, alguna organización o líder lanza llamados para cometer ataques a través de videos, revistas en línea o posts. Otras veces, como en el caso palestino, son los mismos jóvenes a través de su activismo en redes sociales quienes van compartiendo ideas y se motivan unos a otros a “tomar un cuchillo” y atacar a las primeras personas que se encuentren en la calle. “It’an, it’an”, (acuchillamiento) dice un rap cantado por jóvenes palestinos en You Tube, por ejemplo. Cada vez que un incidente de esta naturaleza tiene lugar, grupos de Facebook o tuits alaban al atacante, se le denomina mártir por la causa y se anima a otros a hacer lo mismo.
A pesar del reto que esta situación representa para las agencias de seguridad, un reporte de Al Monitor detalla la experiencia palestino-israelí en conseguir la disminución de la frecuencia de estos ataques. Esta experiencia contiene al menos tres aspectos relevantes: (1) La colaboración entre autoridades israelíes y palestinas es una realidad a veces muy poco publicitada. En ocasiones parece que el conflicto vende mucho más que la cooperación. Pero si se comprende el fondo del problema, hay un interés común para ambos gobiernos en detener la ola de ataques de lobos solitarios que escalaron enormemente el año pasado y ello es lo que propicia dicha colaboración, (2) Los esfuerzos de estas autoridades no están siendo dirigidos hacia grupos o células terroristas como la fuente de este tipo de atentados sino hacia actores individuales, (3) Los servicios de inteligencia israelíes y palestinos han estado examinando minuciosamente la actividad en redes sociales de los individuos que han cometido los ataques, buscando detectar patrones en su lenguaje y su comportamiento. Al Monitor indica que, en la mayor parte de los casos, los atacantes exhibieron determinadas señales de que cometerían el ataque. Por ejemplo, una carta de adiós a sus padres o mensajes en los que el atacante pide que su acto “no sea juzgado”, pues “estoy actuando como cualquier mártir lo haría”.
Por último, las autoridades de la Autoridad Nacional Palestina, también han estado ejerciendo lo que ellas llaman “una aproximación educativa”. Una vez que detectan que algún joven palestino ha dado señales sugerentes de que cometerá un ataque, acuden directamente a su escuela y a sus salones de clase intentando convencer a los estudiantes de las desventajas de este tipo de atentados tanto en lo personal y familiar, como en lo que hace a las metas del pueblo palestino, y buscan transmitir a los jóvenes la idea de que, para conseguir dichas metas, existen otras rutas como la política y la diplomacia. En ciertas ocasiones, las autoridades palestinas han recurrido directamente a los padres de los jóvenes que consideran potenciales atacantes.
Aparentemente, esta serie de pasos directos, han conseguido un relativo impacto en la disminución de ataques de lobos solitarios. A pesar de ello sugiero un par de consideraciones: (1) El pretender detener un complejo proceso de radicalización de jóvenes es enormemente audaz y quizás puede funcionar en el corto plazo. Sin embargo, si la realidad material percibida por estos jóvenes no cambia en el mediano y largo plazos, la radicalización continuará en al menos un mínimo de personas, independientemente de lo que las escuelas o padres hagan para impedirlo. La política y la diplomacia tienen que hacer también su parte y exhibir mayores resultados de los que hasta hoy han logrado. Si la investigación sobre terrorismo es correcta, un proceso de negociaciones que no se rompa a los pocos meses de iniciado probablemente conseguiría incluso más logros en la disminución de atentados que la persuasión directa, (2) Si los métodos de monitoreo de actividad en redes sociales empleados por palestinos e israelíes confirman su eficacia en reducir atentados a manos de lobos solitarios, esto aportaría un interesante caso para ser estudiado en otras partes del mundo, pero, como ya lo hemos visto, ocasionará también un debate al respecto del nivel de ciber-supervisión que las diversas sociedades están dispuestas a permitir,
Lo interesante del caso palestino-israelí es que, en este tipo de situaciones, las autoridades han dejado de culpar a las organizaciones terroristas y a sus líderes, y han empezado a comprender que los lazos entre los jóvenes millennials y, por ende, los procesos a través de los cuales conectan y comparten ideas políticas o causas, se están dando menos en reuniones presenciales y mucho más en el universo virtual. Es un inicio. Pero dada la relevancia del tema, valía la pena compartirlo.
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