Más Información
Cese al fuego en Siria para este 1 de marzo, propuso el jueves Lavrov, el ministro exterior ruso. “Pero, ¿por qué hasta el 1 de marzo? De una vez por favor”, quizás le habría replicado Kerry antes de efectuar el anuncio de que dicho “cese a las hostilidades” entraría en vigor la próxima semana. Ya desde el martes, un oficial del ejército estadounidense, Vincent Stewart, había reconocido ante el Senado de su país que era poco probable que las milicias apoyadas por Washington y sus aliados en Siria derroten al presidente Assad, quien es respaldado por Rusia e Irán. Unos días atrás, después de la suspensión de las negociaciones de paz en Ginebra, el ejército sirio, apoyado por la fuerza aérea rusa, había recuperado importantes posiciones, ocasionando no solo estragos para los rebeldes, sino decenas de miles de personas desplazadas adicionales, que se suman a los millones de desplazados ya existentes. En efecto, en el verano del 2015, Rusia entró a Siria con todo. Y lo hizo no solo para rescatar a Assad, su aliado, sino para enviar una serie de mensajes que no pueden ser entendidos solo desde el caso sirio.
En una entrevista, hace algunos años Putin dijo que Washington había tomado una serie de pasos que estaban rompiendo con los equilibrios de la postguerra fría. Estos movimientos incluían, por ejemplo, la incorporación a la OTAN de países que anteriormente eran repúblicas soviéticas, o bien, formaban parte de la esfera de influencia de Moscú. Para el presidente ruso, su país y el poder que aún conserva, estaban siendo subestimados. Ya desde 2008, mediante una intervención armada en Georgia, Putin quiso demostrar que cuando consideraba que sus intereses estratégicos estaban siendo amenazados, el Kremlin estaba dispuesto a utilizar la fuerza para defenderlos.
Luego vino la Primavera Árabe y, con ella, la inestabilidad regional que generó. La OTAN incursionó militarmente en Libia con una fuerza que Putin consideró altamente excesiva, pero a la que finalmente el Kremlin no se opuso en la ONU (cosa que, por cierto, posteriormente Putin dijo lamentar). Sin embargo, un caso era Libia, y otro muy distinto Siria. En Damasco, el Kremlin mantiene intereses estratégicos desde hace décadas. Siria fue aliada de Moscú durante la Guerra Fría. Rusia ha sido el principal proveedor de armas de Damasco desde entonces. La base naval que Moscú conserva en ese país, representa la única salida al Mediterráneo para la flota rusa, y a la vez, una puerta de entrada al Levante. Por ello, cuando el régimen de Assad fue puesto en riego por la guerra civil, Moscú se aprestó a redoblar sus esfuerzos materiales y políticos para ayudarle a sobrevivir. Mucho más cuando a partir del 2012, se supo que varios aliados de Estados Unidos, apoyados por la CIA, estaban armando, financiando y entrenando a diversas milicias rebeldes. Para Putin, todo formaba parte de la misma estrategia: Washington estaba paulatinamente buscando ensanchar su esfera geopolítica de influencia, incluso en sitios que formaban parte de la esfera de influencia de Moscú.
Si en la óptica del presidente ruso, Siria representaba un golpe directo, más incluso lo era Ucrania. Los intentos por hacer que ese país se acercara a la Unión Europea y a la OTAN, fueron percibidos por el Kremlin como una afrenta inmediata a su seguridad nacional. Por ello, cuando Yanukovich, afín a Moscú, fue derrocado, sin titubeo alguno, Rusia se apresuró a incrementar su presencia militar en Crimea, y a promover el referéndum mediante el cual la península sería anexada a la Federación Rusa. De manera veloz, Moscú movilizó decenas de miles de soldados en su frontera con Ucrania amagando con una intervención militar, y desde entonces ha apoyado una rebelión de separatistas pro-rusos en el este de aquél país. Intentando profundizar su mensaje, tras la crisis ucraniana Moscú incrementó el número y la dimensión de ejercicios militares en sus fronteras con Europa. Algunos de estos ejercicios han sido del tamaño de tiempos de la Guerra Fría, y han involucrado a decenas de miles de efectivos por aire, por mar y por tierra, simulando enfrentamientos con la OTAN.
Pero el año pasado las cosas se empezaron a complicar para los intereses rusos en Siria. Varias potencias regionales en Medio Oriente limaron sus asperezas y por vez primera respaldaron la formación de una alianza de milicias rebeldes en esa guerra civil. Esta alianza logró asestar duros golpes a las fuerzas de Assad. Algunos analistas comenzaron a hablar de su posible caída. Muchos incluso llegaron a pensar que Moscú estaba considerando abandonarle. Ya desde unos meses atrás, Washington lideraba una coalición de países que sobrevolaban continuamente los cielos sirios e iraquíes para bombardear a ISIS. En agosto del 2015, la Casa Blanca sumó a Turquía a esta coalición, y se tomó la decisión de que, con ayuda de Washington, el ejército turco entraría en Siria para establecer una franja de territorio “libre de ISIS” (y por supuesto, libre de Assad también).
Fue entonces cuando sobrevino el embate ruso. Moscú no solo incrementó su presencia militar, el número de soldados, vehículos y el monto de armamento para respaldar a Assad, sino que tomó la decisión de incursionar en la guerra directamente mediante bombardeos que fueron presentados como ataques para “combatir a ISIS”, pero que inmediatamente revelaron sus intenciones. Moscú estaba entrando a Siria con un despliegue de fuerzas que superaba con mucho al de cualquier otra potencia, con dos propósitos: (1) rescatar a su aliado, y (2) exhibir su poder y su disposición a emplearlo. Esta intervención aérea complicó enormemente el panorama para Washington y sus aliados. Moscú había ocupado los cielos sirios no con pocas, sino con muchísimas más incursiones que cualquiera de ellos. Y lo hacía justamente para atacar a las milicias que Estados Unidos y sus aliados apoyaban. La última de estas ofensivas ocurrió precisamente la semana pasada tras el fracaso de las negociaciones de paz en Ginebra. Y se espera que, si el cese de hostilidades entre el ejército sirio y varias milicias rebeldes se materializa, los esfuerzos de Rusia para apoyar a Assad ahora se concentrarán en dos de los actores que siguen controlando buena parte del territorio sirio: ISIS y el Frente Al Nusra, la filial de Al Qaeda.
Sumando todo lo anterior, podríamos decir que la estrategia rusa ha resultado muy eficaz para transmitir mensajes como los siguientes: (a) Rusia sigue siendo una superpotencia con intereses tanto en su zona inmediata de seguridad como en otros espacios del planeta que considera estratégicos, (b) Rusia no solo cuenta con poder militar de vanguardia (su intervención en Siria ha tenido también el objeto de exhibir sus últimos avances), sino que está dispuesta a emplear la fuerza cada vez que lo considere necesario, (c) Los aliados de Moscú pueden contar con que esa superpotencia no les abandonará cuando su apoyo sea requerido, (d) Los enemigos de Moscú, en cambio, pagarán un alto precio si le provocan en zonas consideradas por el Kremlin como sus espacios de influencia. Por último (e) Ni las sanciones impuestas por Occidente, ni la grave situación de la economía rusa, serán factores suficientes para hacer titubear al Kremlin en cuanto a decisiones que estima estratégicas, como lo es el empleo de la fuerza. Por el contrario, Putin bien podría estar utilizando el discurso del enemigo externo para desviar la atención de la opinión pública interna de sus presiones económicas y así mantener sus altísimos niveles de popularidad. Popularidad, por cierto, que ya quisiera Obama en sus mejores días, por paradójico que pueda parecer.
Analista internacional. @maurimm