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Algunas de las esculturas desnudas que se ubican en los museos capitolinos de Roma, donde esta semana Matteo Renzi recibió al presidente de Irán, Hassan Rouhani, fueron cubiertas “por respeto a la cultura iraní”. Después de todo, era la primera vez que un presidente de ese país visitaba Europa en 16 años. Luego, Rouhani aterrizó en Francia entre “pláticas comerciales y nostalgia”, como describe The Guardian, nostalgia por regresar al país tras casi cuatro décadas de haber planeado desde ahí la revolución contra el Sha. Esta vez, sigue el diario británico, Rouhani vuelve como “moderado y reformista”. Unos días antes, el presidente Xi Jinping, declaraba que favorecía el ingreso de Irán en la Organización de Cooperación de Shanghai, y anunciaba nuevos acuerdos para incrementar el comercio entre Beijing y Teherán. Esos son solo unos ejemplos que muestran el sitio que Irán ha adquirido en la comunidad internacional desde que firmara el acuerdo nuclear con Washington y otras potencias hace menos de un año. Dicho acuerdo ha sido visto por muchas personas como algo que va más allá de lo nuclear, pues contribuye a la percepción de Irán como un país con el que se puede dialogar y hacer negocios. Al mismo tiempo, sin embargo, hay vientos que soplan en distinta dirección. Esta semana se dio a conocer que, desde el 21 de enero, Irán está ejecutando decenas de ejercicios navales “masivos” en el estrecho de Ormuz, sitio por donde transita una quinta parte del petróleo que se comercia en el mundo y que Washington constantemente patrulla con sus buques militares. Esto ocurre cuando a inicios del año, dos distintos incidentes en esa zona provocaron una tensión entre Teherán y Washington que pudo haber escalado de no haberse manejado la situación con sumo cuidado. ¿Cómo entender esa serie de señales paralelas, unas de moderación y otras de fuerza?
Considere usted lo siguiente: (1) Rouhani, es en efecto, un presidente más moderado que varios de sus antecesores, (2) Sin embargo, en Irán el presidente no es quien tiene la última palabra, sino el líder supremo, el Ayatola Alí Khamenei, (3) Uno de los trabajos más complicados del Ayatola es funcionar como árbitro o balanza entre las diversas posturas políticas en el país, las duras y las moderadas, (4) Si el Ayatola otorga a Rouhani margen de maniobra y flexibilidad para negociar, ello es debido a que en 2013 éste obtuvo una victoria electoral contundente a manos de una población que -golpeada por las sanciones internacionales- votó por él con la esperanza de que un presidente pragmático sabría negociar con Occidente y así, recuperaría a la vulnerada economía del país, (5) Sin embargo, en Teherán persisten importantes fuerzas que no solo se oponen a la forma como se negoció el acuerdo nuclear, sino que se oponen al acuerdo mismo, (6) Esas fuerzas tienen presencia en diversas esferas de poder como lo son el sector militar, el sector político y el sector económico. Su objetivo, en momentos en que las sanciones internacionales están siendo levantadas, es demostrar esa presencia y su capacidad de influir eventos varios. Máxime que en Irán se avecinan importantes procesos electorales, el más próximo en febrero cuando ocurrirán elecciones parlamentarias y la elección de la Asamblea de Expertos, procesos en los cuales la competencia es muy cerrada entre los actores y clérigos de línea dura y los de línea más moderada como Rouhani.
Si lo que lleva a Rouhani al poder es la promesa de resultados para los bolsillos de los iraníes, podríamos decir entonces que el triunfo de la línea moderada que él representa depende en buena medida de que la bonanza macroeconómica que Irán está esperando este año, aterrice en beneficios concretos para la gente. Pero la economía de Irán, tras años de sanciones, está muy dañada y es difícil que la gente sienta resultados positivos de acá a febrero o incluso antes del proceso presidencial del 2017, mucho menos en un entorno de precios de petróleo tan bajos. De hecho, parte de la estrategia de Arabia Saudita en cuanto a no recortar su producción petrolera, tiene que ver con conseguir que Irán se beneficie lo menos posible de la apertura a la que está teniendo acceso gracias a su acuerdo nuclear.
Las demostraciones de fuerza que estamos observando en el Golfo Pérsico por parte de Irán, varias de ellas claramente dirigidas a Washington (como el lanzamiento el 30 de diciembre pasado de al menos dos misiles que pasaron muy cerca de buques estadounidenses, incluido el portaaviones Harry S. Truman, cuando estos entraban al Golfo), no proceden del moderado Rouhani, sino de las Guardias Revolucionarias Islámicas que representan el ala más dura de la esfera militar y política en Irán. Estos sectores están buscando transmitir mensajes tanto hacia adentro como hacia afuera. Internamente, al librar una batalla política en contra de los sectores más moderados, pretenden exhibir su poder, así como su capacidad para descarriar las buenas relaciones que Rouhani ha venido construyendo con distintos actores como EU. Externamente, no solo se manda la señal de que Irán no piensa abandonar su programa de misiles -motivo por el cuál Washington está activando un nuevo paquete de sanciones en su contra- sino que se hace explícito que el acuerdo nuclear firmado con EU y otras potencias, es entendido por dichas Guardias Revolucionarias como un tema estrictamente limitado a lo nuclear y no como una medida para acercar las relaciones en otras cuestiones. Los ejercicios navales masivos en el Golfo Pérsico, precisamente en momentos en que las sanciones dejan de tener efecto, y cuando la disputa entre Teherán y Arabia Saudita se encuentra en su punto más bajo, son un componente adicional de esta misma dinámica.
Así que en Irán la batalla apenas comienza, y antes de que el mundo brinde por la consumación de la moderación política de Teherán y por su nuevo acercamiento con Occidente, va a ser necesario esperar y ver lo que ocurre en esta guerra interna. Más aún cuando la salud del líder supremo del país, el Ayatola Alí Khamenei, es precaria, y la disputa por la sucesión está pronta a iniciar.
Twitter: @maurimm