“¿Por qué Canadá debería llevar la lucha contra el Estado Islámico hacia África?”, es el título de un texto que forma parte del último boletín del Instituto Canadiense de Asuntos Globales. En el texto se argumenta algo similar a lo que ha estado ya circulando en otras consultorías, casas de análisis y en algunos medios. Las condiciones parecen estar dadas y, como lo adelantábamos acá en diciembre, una nueva intervención militar por parte de diversas potencias occidentales en contra de ISIS parece estarse preparando, ahora contra su base de operaciones libia. Hay varios factores por los que esa sede se está convirtiendo en un foco primario de preocupación. Algunos de estos incluyen: (a) La proximidad de Libia con Europa, (b) La ausencia de un gobierno estable que monopolice la fuerza y pueda ejercer control sobre las fronteras (Libia ha sido uno de los principales puertos de salida de migración desde África hacia Europa en los últimos años), (c) Libia es también un importante foco de tráfico de armas para toda la región, muchas de las cuales terminan en Siria, (d) La rama libia de ISIS ha estado creciendo y se ha convertido en la segunda sede más importante de esa organización. Esto se ha profundizado a medida que ISIS ha venido perdiendo territorio en Siria y en Irak, y (e) Dicha rama de ISIS ha estado ya continuamente atacando la infraestructura petrolera del país, lo que le convierte en amenaza directa a los intereses de varios países europeos.
Así, ya desde diciembre se supo que algunas potencias europeas como Francia y Reino Unido podrían estarse preparando para atacar las posiciones de ISIS en Libia. Reportes frescos de esta semana indican que esta (nueva) potencial intervención occidental en Libia podría incluir bombardeos y asesoría militar por parte de Washington, y de otros países de la OTAN como Italia.
Sin embargo, el problema de fondo es que las organizaciones como ISIS se alimentan de la inestabilidad y el conflicto (véase el índice Global de Terrorismo, IEP, 2015). Por lo tanto, una intervención militar en contra de ese grupo islámico sin que se resuelvan las condiciones de conflicto que atraviesa Libia, es incurrir una vez más en los errores que tienen a ese y a otros países de la región en donde se encuentran. De hecho, las actuales circunstancias de Libia proceden originalmente de la Primavera Árabe, y de la incursión aérea por parte de la OTAN que terminó con el derrocamiento de Gaddafi. A partir del 2011 y hasta la fecha, Libia ha estado sumida en una guerra civil que incluye a una gran cantidad de milicias combatiendo entre sí, dos gobiernos apoyados por potencias diferentes, y un creciente número de grupos terroristas operando en diversas zonas del país. El territorio libio es hoy en día un rompecabezas en el que muy diversos actores dominan determinadas circunscripciones. Como en Siria, en Libia combaten milicias islámicas y milicias “laicas”. Ciertos grupos armados controlan los pozos y puertos petroleros. Otros actores controlan otras porciones de las zonas costeras. Grupos afiliados a Al Qaeda han sacado provecho de la situación; algunos de ellos penetran Libia desde Argelia y Túnez, otros de carácter local, sacan partido de las circunstancias para crecer. Uno de estos grupos, Ansar al Sharia, es el que asesinó al embajador estadounidense hace unos años. Ese, y no otro, es el contexto del que hace aproximadamente un año emerge la “Provincia Tripolitana del Estado Islámico” o la rama libia de ISIS, lo que en principio no era otra cosa que un grupo de jihadistas locales sacando provecho de las circunstancias de su país para adoptar el nombre y proyectar la expansión del “Estado Islámico”, pero que a medida que ha transcurrido el tiempo, ha venido creciendo en importancia.
Tras meses de negociaciones con diferentes actores libios, la ONU finalmente ha sido capaz de coadyuvar en la conformación de un gobierno de unidad que debería estar empezando a operar este mismo mes. Pero a la ya difícil tarea política de poner a ese gobierno en funciones, hay que añadir el hecho de que no cuenta con un aparato coercitivo o un ejército unificado para conseguir hacer que su autoridad sea acatada. De manera que es posible que muchas milicias decidan apoyar una operación unificada en contra de ISIS, dado que se trata de un enemigo común a todas ellas. No obstante, los años de guerra civil han dejado mucha animadversión entre esos grupos que combaten entre sí.
En pocas palabras, es indispensable revisar las situaciones que hemos estado viviendo durante el siglo que corre. Un vistazo integral al combate al jihadismo de los últimos 14 años podría arrojar conclusiones como estas: (a) Bombardear a ISIS puede contener su expansión, e incluso puede apoyar a determinados actores locales para arrebatarle zonas de control; eso es lo que ya está sucediendo en Irak y en Siria, (b) Sin embargo, eso no termina con la organización, lejos de ello. Primeramente, porque la organización se repliega y desencadena, desde las coladeras, nuevas olas de ataques terroristas, una estrategia común a este tipo de grupos (se puede revisar casos como el de Al Shabab en Somalia o el de Boko Haram en Nigeria), y segundo, porque ISIS ha sido capaz de exportarse como idea, como bandera, hacia otras muy diversas regiones del planeta, de manera que combatirle en un sitio, solo le orilla a trasladarse o mutar. Por último (c) Bombardear o atacar a organizaciones como Al Qaeda o ISIS dentro de entornos ya conflictivos –como lo son Siria, Irak, Libia o Yemen en la actualidad- sin acompañar dichas estrategias de combate o contención con medidas de resolución de conflicto y construcción de paz de raíz, resulta ineficaz en el largo plazo. El entorno de inestabilidad normalmente ofrece oportunidades para que esas organizaciones se reagrupen y reemerjan con nuevas fuerzas en momentos posteriores. Un ejemplo claro de esto último es precisamente lo que ocurrió con Al Qaeda en Irak, organización enormemente mermada tras la lucha que libró Washington en su contra durante la década pasada. Hoy, sin embargo, cinco años después, se sigue combatiendo a esa misma organización, pero en su nueva forma: ISIS.
Así que, del mismo modo como existe la velocidad para organizar coaliciones para bombardear países varios, deberíamos aprender de las lecciones que las estrategias fallidas de los últimos años nos han aportado en esta materia.
Twitter: @maurimm