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El terrorismo en muchas partes del planeta se encuentra en franco ascenso. Sin embargo, esa no era la tendencia que se venía reflejando en Rusia, al menos hasta ahora. Ese país, que hace unos años llegó a ser de los 10 con más ataques terroristas en el mundo, ha venido experimentando mejoras relativas en cuanto a esa clase de violencia. El contexto global, no obstante, y sobre todo la participación de Moscú en ese contexto global, parece indicar que esa tendencia podría cambiar. En efecto, lamentablemente Rusia conoce muy bien el terrorismo desde hace décadas. Pero hoy el panorama es incluso más complejo. A pesar de que al momento de este escrito desconocemos la identidad y los móviles de los autores del atentado en San Petersburgo, podríamos identificar tres posibilidades de fuentes de terrorismo contra ese país: (a) ISIS directamente, alguna de sus filiales o células entrenadas y enviadas por esta organización (ya en 2015, un avión ruso de pasajeros fue derribado por la filial de ISIS en Egipto); (b) Al Qaeda; o (c) militantes internos, sobre todo de la región del Cáucaso. Una combinación de lo anterior podría consistir en que algunos de estos militantes ya han adoptado la bandera de ISIS, entretejiendo sus metas internas con metas más globales.
El atentado de San Petersburgo presenta un mayor grado de sofisticación que los ataques perpetrados por lobos solitarios como los que han estado ocurriendo en Europa cada vez con mayor frecuencia. Sin conocer todos los detalles, por la clase de explosivos utilizados, la coordinación de eventos, la selección de la ubicación y momento para atacar, probablemente estamos ante la operación de una célula suficientemente capacitada para un acto de esta naturaleza. Al margen del número de las siempre lamentables muertes de civiles inocentes y del número de heridos, este atentado consigue un alto impacto mediático, precisamente el objetivo de los perpetradores, ya que ello les ofrece el marco adecuado para eficazmente transmitir su reivindicación o mensaje y así, ejercer la presión que buscan. Es importante mencionar que el ataque es cometido en San Petersburgo justo cuando Putin se encontraba en esa ciudad atendiendo un foro anual que convoca a organizaciones políticas favorables al presidente.
Por lo pronto y como contexto, ofrecemos los siguientes datos: En el Índice Global de Terrorismo de 2014, Rusia se ubicaba como el 11º país más golpeado por esta clase de violencia entre más de 160 países medidos, con 6.76 puntos. En 2015 había bajado al sitio 23 con 6.21 puntos. En 2016 descendió aún más, al sitio 30 con 5.43. En otras palabras, su posición en la tabla sigue siendo alta, pero presenta una tendencia clara a la baja. Esto refleja no solo un contraste con las tendencias globales, sino concretamente, un contraste con las tendencias en países miembros de la OCDE en donde las muertes por terrorismo tuvieron un incremento de 600% en la última medición del índice. Sin embargo, el elevado involucramiento de Moscú en los conflictos de Medio Oriente, podría hacer que los factores que propiciaban el terrorismo interno se entretejan con aspectos externos ocasionando una reversión a esa tendencia.
Es decir, una fuente de terrorismo en Rusia en años recientes ha sido la militancia islámica del Cáucaso. Esto se remonta a la decisión tomada hace ya muchos años por parte del Kremlin de no otorgar a ningún precio la independencia a las repúblicas del Cáucaso Norte. La convicción durante los noventa, recién ocurrido el desmembramiento de la Unión Soviética, era que el haber cedido ante las demandas independentistas de repúblicas como Chechenia, iba a producir un efecto dominó que podía haber resultado en el desbaratamiento de la Federación Rusa en su conjunto. Adicionalmente, en el caso muy particular del Cáucaso, se estaría perdiendo una serie de territorios geopolítica y geoeconómicamente indispensables por los recursos energéticos que hay en la región –petróleo y gas- y porque se trata de vías de tránsito de esos recursos, crucial elemento de poder para Moscú. Por consiguiente, la decisión del Kremlin fue doblegar a los movimientos separatistas usando toda la fuerza y el peso de su poderoso ejército. Esto fue paulatinamente generando la radicalización de un reducido pero vistoso sector de la población de aquellos territorios, el cual, alimentado por su convicciones religiosas e ideológicas, comenzó a perpetrar ataques terroristas en distintos sitios de Rusia. Chechenia y Daguestán forman parte de este contexto. El objetivo de los grupos más radicales que operan en estas repúblicas, y quienes cometieron varios atentados en años recientes, era no solo independizarse de Rusia sino la instauración de un estado islámico en sus regiones.
Pero a todo ello, ahora hay que añadir la intervención de Rusia en Siria, una de las mayores operaciones rusas fuera de su territorio en las últimas décadas. Buscando reposicionar al presidente Assad, aliado del Kremlin, a partir del 2015 Rusia ya no solo le envía armamento, dinero y personal de asistencia, sino que combate de manera directa contra sus enemigos. La mayor parte de los ataques rusos ha sido en contra de diversas milicias rebeldes distintas a ISIS. Sin embargo, Moscú también ha efectuado un gran número de bombardeos contra esa organización.
Las metas de Rusia eran varias: Una era conservar su esfera de influencia a través de garantizar un desenlace en la guerra que fuese favorable para sus intereses. Putin también buscaba efectuar una demostración de poder frente a sus rivales, marcadamente Washington y sus aliados. Más aún, Moscú no solo quiso mostrarse fuerte, sino que quiso dejar en claro que estaba dispuesta a emplear esa fuerza si consideraba que sus intereses se encontraban en juego.
Sin embargo, había un elemento adicional. Rusia temía la expansión de ISIS en su territorio. El Kremlin veía con preocupación la atracción de combatientes por parte de esa organización islámica, los cuales posteriormente podrían regresar a territorio ruso, mezclarse con la militancia interna, y/o cometer atentados en el país. Se calcula que, de los 30 a 40 mil extranjeros que fueron a parar a las filas de ISIS, al menos unos 1,500-2000 eran de nacionalidad rusa.
Por otra parte, una de las agrupaciones que mayormente ha sufrido la embestida rusa es la filial de Al Qaeda en Siria, anteriormente conocida como el Frente Al Nusra. En las últimas semanas, este grupo ha establecido una coalición con otras milicias y ha lanzado una nueva ofensiva en contra de las tropas de Assad apoyadas por el Kremlin, la cual ha incluido una ola de atentados en Siria.
Lo que Rusia podría estar ya empezando a vivir es la posibilidad de que ISIS o incluso Al Qaeda hayan decidido devolver golpes al Kremlin directamente en su casa, y/o una combinación de los factores arriba señalados: El terrorismo interno podría estar encontrando nuevos incentivos para estarse manifestando, pero ahora bajo la bandera de una red internacional.
Por último, es imposible soslayar que estos temas operan a través de vías múltiples: Justo por estas fechas, Rusia estaba viviendo una serie de manifestaciones anti gubernamentales, las cuales, si bien no han sido tan masivas como las de hace algunos años, sí representan un dolor de cabeza para Putin, quien ahora podría escudarse bajo el atentado de San Petersburgo para reforzar medidas que podrían limitar libertades o afectar a estas manifestaciones.
En cualquier caso, si se confirma que una organización internacional estuvo de alguna manera involucrada o hubiese inspirado el ataque de ayer, nuevamente quedaría a la vista que los temas se conectan unos con otros, y que contribuir activamente en la resolución de los conflictos que arden en regiones como Medio Oriente no es solo una labor humanitaria, sino una cuestión de seguridad para cada vez más cantidad de países.
Twitter: @maurimm