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Unas horas después de que los hermanos Kouachi atacasen Charlie Hebdo a inicios de este año, un individuo llamado Amedi Coulibaly entraba a un supermercado Kosher y secuestraba a una veintena de personas. Al hacerlo, exigió hablar con las televisoras, cosa que inmediatamente consiguió. Las horas de shock en Paris continuaban, la persecución de los Kouachi estaba en curso, todo el mundo estaba en vilo, conectado, para conocer el desenlace de aquella dramática historia. Coulibaly, ante todos los medios, afirmó que estaba coordinado con los Kouachi. “Bueno, más o menos coordinado…”, luego dijo. En nuestra cabeza —así nos lo habían hecho creer— todo era parte del mismo plan. Finalmente, Coulibaly fue abatido, no sin matar a varios antes de ello. Poco después se daba a conocer un video póstumo en donde ese atacante reivindicaba el acto. Ahí es donde la historia ya no cuadraba. Coulibaly afirmaba que él “actuaba a nombre del Estado Islámico (ISIS)”. Los Kouachi, en cambio, una y otra vez gritaron que formaban parte de Al Qaeda en Yemen. El asunto no es menor porque Al Qaeda e ISIS no solo compiten, sino que combaten en varias regiones del mundo, no se “coordinan” para atacar. Más aún, las investigaciones revelaron que efectivamente los Kouachi y Coulibaly se conocían desde tiempo atrás y habían sostenido un importante número de conversaciones. ¿Qué es lo que estaba sucediendo? Simple. Los tres individuos eran jihadistas locales desde hacía años. Pero Coulibaly, a diferencia de sus amigos, había dejado de ser leal a Al Qaeda, y ahora era leal a ISIS.
El terrorismo no es una estrategia de violencia material, sino psicológica. Utiliza la violencia material solo como instrumento para conseguir impactar la mente colectiva y así, aproximarse a las metas que los perpetradores buscan obtener. Por tanto, la mayor fortaleza de ISIS no está en la capacidad que ha tenido para conquistar territorio, por extraño que parezca. Ese ha sido el medio para conseguir un fin mucho mayor: la proyección de poder y amenaza hacia sus enemigos, y la capacidad de atracción de seguidores. Mediante sus conquistas, ISIS rápidamente se diferenció de su organización madre, Al Qaeda, y, sobre todo, fue hábilmente capaz de transmitir el mensaje: “Nosotros, a diferencia de nuestros predecesores, no somos un grupo u organización terrorista; nosotros somos Estado, el añorado califato que ya cuenta con territorio, población y gobierno; lo vamos a expandir y llegamos para quedarnos”. Esa sola idea, y un magistral manejo de medios y redes sociales, no solo ha orientado la conversación justamente hacia donde ISIS busca orientarla, sino que se convirtió en ese sex-appeal que ocasionó que cientos de células y grupos preexistentes, así como miles de individuos, como Coulibaly, tomasen la decisión de abandonar su lealtad a Al Qaeda para sumarse a la organización de moda. Así ocurrió con grupos como Ansar Bayt Al Maqdis (quien se adjudicó el atentado al avión de pasajeros ruso hace unos días) o Boko Haram (tristemente famoso por sus secuestros a niñas y mujeres).
Pero ahí hay una serie de trampas. La primera, incorporar a la narrativa la noción de ISIS como estado sólo porque pretende serlo, o debido a que a veces se comporte como tal. Sólo recordar que el territorio que abarca ese “estado” forma parte de dos miembros de Naciones Unidas: Siria e Irak; el arrebatar territorio a dos países, no convierte a una organización en estado. La segunda, asumir en automático que los grupos que se autoafilian a la “matriz”, son parte de la misma estructura organizacional, como si se tratase de una corporación o de divisiones de un mismo ejército. Peor, asumir que son “provincias del Estado Islámico”, como ellas se autodenominan. En el caso concreto de los últimos atentados de París, todo parece indicar que sí hubo alguna conexión entre tres células locales y la organización en Siria. Pero en algunos medios este ataque ha sido automáticamente ligado a otros que ocurren en Egipto o hasta en Nigeria, cuando no hay evidencia de la coordinación transnacional entre todas esas células. Boko Haram atacaba sanguinariamente a la población civil nigeriana desde mucho antes que el ISIS que hoy conocemos existiera. Lo sigue haciendo ahora, unos meses después de que juró lealtad a aquella organización. Boko Haram no es ni más ni menos peligroso hoy que hace un año. No hay evidencia de que esté recibiendo financiamiento de ISIS o de que sus decenas de atentados y secuestros estén siendo comandados o coordinados desde Siria. Lo que sí recibe, claramente, es asesoría en marketing. Sus actuales videos son idénticos a los de ISIS.
En otras palabras, lo que hay en el caso específico de grupos como Boko Haram o Ansar Bayt, es un verdadero posicionamiento de marca, un “brandeo” para provocar que los medios dejen de usar sus nombres antiguos y ahora simplemente digan: “ISIS atacó el avión ruso”, o “ISIS cometió un atentado en Nigeria”. Porque así se produce una sensación de omnipresencia: ISIS está en todas partes y tiene capacidad de amenazar a cualquiera. Lo mismo a Nigeria, Líbano o Afganistán, que a París, Berlín o Londres. Por lo tanto, todos somos víctimas potenciales. Ese es el mayor logro de esa organización.
Sin embargo, su debilidad podría también encontrarse en la misma idea de sus pretensiones estatales. Primeramente, está el argumento que usaba el propio Bin Laden ante aquellos jihadistas que querían enfocar la lucha contra gobiernos locales y hacerse de espacios territoriales: Al controlar un territorio concreto, la organización se exhibe y se coloca como blanco de potenciales ataques generándole riesgos para su lucha de largo plazo. Pero hay más. Al haber tomado la decisión de conquistar y gobernar un espacio territorial, ISIS tiene que soportar la carga financiera y burocrática que ello conlleva, lo que entre otras muchas cosas requiere defenderlo, mantenerlo y administrarlo. Para lograrlo, al tiempo que es combatido por múltiples milicias y potencias, ISIS necesita constantemente reabastecer sus filas y, por ende, necesita sostener su poder de atracción. Golpear ese poder de atracción sería atacarle en su verdadero corazón. Por ello, el atentado de París es altamente eficaz: la conversación durante todos estos días no es acerca de ISIS perdiendo terreno en Siria e Irak, sino acerca de ISIS como amenaza.
Pero ese es el talón de Aquiles. El mensaje de ISIS, en contraste con Al Qaeda u otras organizaciones, funciona porque esa organización se proyecta como “estado”. Si el “Estado Islámico” va perdiendo su territorio y se ve obligado a retornar a las coladeras, y a los escondites del combate asimétrico, entonces se convertiría en un grupo terrorista más, aún con fuerza, conexiones y toda una red, pero con un mensaje cojo. Y quizás en ese momento su capacidad de competir frente a su máximo rival, Al Qaeda, podría disminuir, ya que para muchos jihadistas se estaría confirmando que la estrategia de Bin Laden, no la del “califa” Bagdadi, era más atinada.
Aún si ISIS pierde territorio, el peligro seguirá vivo. De hecho, quizás le veremos intentando cometer cada vez más atentados. Faltará aún la implementación de medidas de corto, mediano y largo plazo para contener la amenaza y, sobre todo, para pacificar y generar políticas de integración en aquellos sitios en donde ISIS tiene su caldo de cultivo. Sin embargo, el diseño de estrategias comunicativas adecuadas podría golpear a la organización en ese punto medular: su capacidad de cautivar a decenas de miles en todo el planeta.
Twitter: @maurimm