Los mexicanos debemos agradecer que: ni nuestro gobierno invitó al presidente estadounidense Donald Trump, ni él pensó en venir a nuestro país en su primer viaje al exterior. Desde su candidatura, y ya como presidente, la relación bilateral ha sufrido por la constante publicación de tuits y declaraciones ofensivas hacia México, cuyo único objetivo es incrementar su nivel de aprobación ante la población que comparte la opinión de que el TLCAN, los mexicanos indocumentados y la presencia de “bad hombres“ afectan negativamente a la economía estadounidense, destruyen la hegemonía cultural anglosajona y comprometen la seguridad interna de su nación.
Por lo tanto, es predecible que una visita oficial de Trump a nuestro país terminaría dificultando la renegociación del TLCAN, incrementando los abusos hacia nuestros compatriotas en esa nación y revigorizando el debate negativo de su propuesta de construir un muro fronterizo entre nuestras naciones. En tanto que nuestras autoridades no tengan un plan firme de acciones concretas y viables para responder a esta actitud, será mejor que Trump no visite México y que las relaciones entre ambos gobiernos sean llevadas por oficiales con un rango inferior al del presidente. En el momento de este primer viaje de Trump, los mexicanos debemos agradecerle que, ante su actitud, México está siendo forzado a reevaluar su política exterior mirando más allá de la integración trilateral del TLCAN que, siendo positiva, ha sido limitante para nuestro desarrollo tecnológico y nuestra influencia geopolítica a nivel mundial. Con su amenaza al tratado, Trump nos enseñó que, para garantizar nuestra estabilidad económica, debemos aplicar una política comercial de diversificación de productos y mercados; su desprecio por nuestros compatriotas nos mostró que, para garantizar nuestra soberanía nacional, debemos diseñar una política de desarrollo científico y tecnológico que libere a nuestro sistema productivo del yugo de la dependencia exterior.
Finalmente, gracias a sus impulsos autoritarios —reflejados en la publicación de decretos presidenciales discriminatorios contra el ingreso de personas a su país por razones religiosas— nos recordó que nuestra política exterior debe orientarse a defender las estructuras internacionales que garanticen el libre comercio, la paz entre las naciones y, sobre todo, la vigencia del derecho internacional para resolver los litigios entre naciones.
Aunque ventajoso para nosotros que no venga a México, la orientación geográfica de su primer viaje al exterior da pie a temores acerca del efecto que tendrá sobre la estabilidad internacional mundial.
Sus visitas a Arabia Saudita, Israel y el Vaticano son inquietantes.
La visita a Arabia Saudita contiene —entre otras actividades— la presentación de un discurso en el que hará referencia al papel de la religión islámica en el mundo. Pensado originalmente como una respuesta al exitoso discurso pronunciado por el presidente Barack Obama en la capital de Egipto, el discurso estaba diseñado para hacerlo parecer un estadista de talla mundial y como la única persona capaz de mediar y resolver los conflictos que afectan al Medio Oriente. En apenas cuatro meses de gobierno, las circunstancias que enfrenta Trump han cambiado. En lugar de considerársele como un líder internacional, hoy se encuentra bajo sospecha de haber utilizado su posición como presidente de Estados Unidos para obstruir la investigación del FBI respecto a la influencia de Rusia en las elecciones presidenciales del año pasado. Amenazado por esta investigación, las probabilidades de que Trump sienta la tentación de usar el viaje para distraer la atención del público han aumentado sustancialmente el riesgo de que éste se convierta en desestabilizador de la región que visita.
El deseo de limpiar su nombre y distraer la atención del público americano de la investigación que le afecta, podría llevar a Trump a improvisar declaraciones y ofrecer acciones que podrían exacerbar las tensiones entre Arabia Saudita e Irán, dos países cuya rivalidad afecta la solución de los conflictos que existen en Siria, Irak y Yemen, los cuales son uno de los mayores riesgos para la estabilidad y paz mundial.
Igual de riesgoso será lo que Trump diga y haga durante su visita a Israel. Cualquier pronunciamiento equivocado respecto al papel de Jerusalén y su integración a Israel podría tener consecuencias importantes en el frágil equilibrio del conflicto que viven las comunidades israelíes y palestinas de la región, así como entre Israel e Irán como factores de estabilidad en la región del Medio Oriente.
Su conocido deseo de notoriedad, su desconocimiento de la historia de la región y su evidente pereza para prepararse adecuadamente podrían resultar en declaraciones que, lejos de servir de mediación en el conflicto regional, incrementarían la animosidad entre Israel e Irán, o entre Israel y los países árabes encabezados por Arabia Saudita, llevando a mayor desestabilización en una región clave para la seguridad internacional.
En cuanto a su reunión con el papa Francisco, las conocidas diferencias de opinión, entre ambos líderes, respecto a las soluciones que se deberían aplicar a los problemas de paz, justicia mundial, degradación del medio ambiente, migración y pobreza, podrían llevar a declaraciones ofensivas para grandes porciones de la población mundial.
Por último, su participación en la OTAN podría desestabilizar la relación entre Rusia y la Unión Europea, tanto por sus conocidos cuestionamientos y declaraciones sobre la vigencia de esta organización, como por los problemas que enfrenta ante la posible intervención de Rusia en las elecciones de su país. La paz y el equilibrio geopolítico en asuntos como la presencia rusa en Ucrania y la invasión de Crimea podrían debilitar la alianza transatlántica que ha sido crucial para la paz y estabilidad entre Europa y Rusia. Los riesgos del viaje de Trump son reales. Para el mundo sería mejor que hubiese iniciado sus visitas al exterior, respetando la regla tradicional: visite primero México o Canadá.
Ex canciller, rector de la Universidad de las Américas Puebla