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El mundo se encuentra en un proceso de transformación que no tiene una directriz y liderazgo claro. La luna de miel del libre comercio terminó, los nuevos gobiernos de Estados Unidos y Gran Bretaña se han encargado de poner en claro que el proceso de globalización deberá seguir un rumbo distinto.
Su preocupación no es sobre el bienestar global, su mirada se ha fijado hacia el interior, se ha centrado en la inconformidad de sus trabajadores y empresas afectadas por la apertura económica que desplazó la producción e inversión al Pacífico asiático.
El crecimiento económico y los nuevos parámetros de productividad se encuentran en China, Corea del Sur, Singapur, Japón, Taiwán y Hong Kong, por citar sólo algunos de los ejemplos más destacados.
La India es otro silencioso protagonista del cambio que opera en el mundo. Sus tasas de crecimiento de 7%, basadas en innovación y progreso tecnológico, son el antecedente de un nuevo jugador mundial que cobrará mayor relevancia en las décadas por venir.
La estrategia de globalización de los años 80 y 90 se ha salido de control para los precursores de la liberalización económica mundial. Hoy Estados Unidos y Europa deben enfrentar el desafío que ha emergido de Asia y que poco a poco se ha apoderado de la manufactura e innovación global. El capitalismo al estilo asiático, con plena cooperación del Estado, se ha impuesto al dogma del libre comercio al estilo occidental que fue deficientemente adoptado por América Latina.
Después de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos transfirió enormes recursos financieros, tecnológicos, académicos y militares a su área de influencia en el este de Asia, primero para enfrentar a la Unión Soviética y después para aprovechar la enorme disponibilidad de recursos naturales y humanos de las naciones asiáticas.
No se puede entender el grado de desarrollo de la región sin incorporar que Estados Unidos y Europa occidental aprovecharon la etapa inicial de liberalización comercial y financiera para que sus empresas globales ubicaran su producción en el lugar del mundo que les fuera más conveniente.
No contemplaron que los asiáticos entraron a dicho proceso con un objetivo en mente, aprovecharlo para impulsar su desarrollo nacional. A diferencia de America Latina, los países asiáticos han utilizado los mecanismos de la globalización para alcanzar un crecimiento económico vigoroso que eleve el bienestar de su población.
Identificaron que la educación, el fortalecimiento de sus empresas industriales y tecnológicas, la construcción de infraestructura moderna y una administración pública eficaz eran necesarias para aprovechar la estrategia de globalización en beneficio propio. No se conformaron con firmar tratados comerciales por volumen, también fortalecieron su base industrial.
Gracias a ello comenzaron como maquiladores e importadores de tecnología pero hoy se han transformado en economías líderes en la producción de manufacturas con innovación propia.
Han sido exitosos y se han constituido en la única región del mundo que puede crecer a tasas que superan 5% por más de 30 años. Para lograrlo no se subordinaron a los “paradogmas” y recetas económicas que prevalecieron durante los últimos 20 años del siglo pasado.
Adaptaron la estrategia occidental a sus necesidades, realidades y objetivos nacionales. Hacer grande a su respectivo país ha sido la meta, y eso no se logra con una apertura comercial que no esté vinculada a una política industrial activa.
Gracias a ello han superado a sus creadores. Estados Unidos y Gran Bretaña se han dado cuenta tarde que perder su sector manufacturero fue un error. Sus empresas globales se han beneficiado de ello, pero eso no alcanza para toda su población. Por eso quieren modificar las reglas del
En México y el resto de América Latina el tiempo se detuvo, se quedaron atrapados en los dogmas de la última parte del siglo XX, no han entendido que el eje del poder económico está migrando a Asia gracias a su política industrial.
Director del Instituto para el Desarrollo
Industrial y el Crecimiento Económico