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La economía mexicana seguirá capturada por la trampa de bajo crecimiento en la que cayó desde hace tres décadas, por lo menos así se desprende de la estimación oficial que se presentó la semana pasada.
El contenido de los conocidos como PreCriterios Generales de Política Económica 2018 lo pone en claro: para 2017 se espera un incremento del PIB de entre 1.3% y 2.3%, en tanto que para el año próximo la estimación se encuentra en un rango que oscila entre 2% y 3%.
En pocas palabras: la expectativa oficial es que, por primera vez en las últimas cinco administraciones, México no podrá alcanzar un desempeño productivo que le permita superar 3% de crecimiento a lo largo del sexenio, algo no observado desde la conocida como Década Pérdida de los años 80.
La parte positiva es que, si el pronóstico se cumple, no se tendrá una crisis como las que se enfrentaron en 1995 y 2009, las más profundas en los últimos 80 años y que propiciaron pobreza y cierre de empresas.
No obstante, también es claro que en materia de crecimiento económico el resultado final de la presente administración se encontrará en el mismo promedio contabilizado desde 1982, un incremento anual del PIB de sólo 2.5%. Todo el proceso de reformas converge al mismo camino.
Sin lugar a dudas que esto es causa del modelo económico aplicado, basado en la estabilización macroeconómica, apertura comercial que no incide en el impulso de capacidades productivas que favorezcan la generación de mayor valor agregado.
México no ha aprendido de la evidencia del pasado. William Easterly y Luis Servén lo señalaron de forma contundente en su libro Los Límites de la Estabilización: la aplicación de una política que enfocada a controlar el déficit público implicó el sacrificio de proyectos de infraestructura que tenían un impacto positivo que superaba el costo de financiarlos.
En otras palabras: se minó la capacidad productiva de mediano y largo plazo y se limitó el potencial de generar valor agregado para intentar controlar el endeudamiento del sector público.
Hoy, México vuelve a encontrarse en el mismo punto de hace 30 años. Desde 2015 se han comenzado a aplicar recortes presupuestales que continuarán en 2018: más de 43 mil millones de pesos serán ajustados a la baja en el próximo gasto de gobierno.
Además el costo financiero seguirá incrementándose, los intereses de la deuda acumulada obligarán a distraer cada vez más recursos del presupuesto: 573 mil millones de pesos en 2017 a los que se sumarán 661 mil millones el año próximo, un aumento real de 11%. En total más de 1.2 billones de pesos, 5.7 puntos de PIB. La utilización productiva de esos recursos haría que México pudiera crecer más de 4.5% cada año.
Aun los ingresos extraordinarios generados por Banco de México se destinan al pago de una deuda que sigue aumentando. Entre 2016 y 2017, y gracias a la gestión del Banco Central, el gobierno federal obtuvo 550 mil millones de pesos adicionales, fuera de lo presupuestado. La mayor parte se ha destinará a cubrir los pasivos del sector público.
Los recursos citados casi duplicarían los recursos para inversión física de Pemex, CFE, Comunicaciones y Transportes, Educación, Salud, Vivienda y Agricultura en un año. Todos esos proyectos tienen una tasa de retorno superior a su costo de ejecución, es decir son altamente rentables.
Si además se complementan con inversión privada, el potencial de beneficio económico y creación de empleo es aún mayor. Por si solos podrían elevar el crecimiento en más de 3% del PIB: México estaría en posibilidad de crecer más de 5%. En lugar de ello se prefiere pagar deuda: se cumple con la deuda financiera pero ¿qué pasa con la deuda social y productiva?
Dado que esa estrategia se aplicó hace 30 años ya sabemos cuál será el resultado: Los Limites de la Estabilización se traducen en un círculo vicioso de bajo crecimiento y el respectivo impacto negativo en el desarrollo del mercado laboral y bienestar social de la población.
Director del Instituto para el Desarrollo Industrial y el Crecimiento Económico