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El modelo de apertura económica es deficitario, no únicamente en la parte comercial, el desequilibrio también abarca al sector de los servicios en donde el problema es mayor, un déficit de (-) 57.5 mil millones de dólares tan sólo durante 2015. Sólo las remesas ayudaron a enmascarar este foco rojo.
México apuesta por la apertura económica pero no genera la base productiva para competir, se conforma con ser una base maquiladora y receptora de inversión extranjera.
La especialización de la política económica se centró en facilitar el arribo de inversión extranjera, no en la generación de empresas productivas nacionales.
No obstante, la relevancia de lo anterior hay otras contradicciones fundamentales en la implementación del modelo económico mexicano: se apostó por la apertura pero intentando mantener el control sobre variables que deberían operar bajo la lógica del libre mercado.
Una de ellas fue el tipo de cambio. Con el objetivo de mantener bajo control a la inflación se implementó una política económica de corto plazo que favoreció la importación de bienes y servicios a precios bajos, no necesariamente de calidad, pero que en el largo plazo ya propició el saldo negativo de las cuentas externas de México.
En algunos momentos se le mediatizó como el “súper peso”, una moneda fuerte en comparación con lo que ocurría en otras de naciones emergentes. Una ilusión pasajera que hoy cobra su factura.
En apariencia México tiene un sistema de libre flotación; sin embargo, es libertad bajo fianza. Cuando el peso de deprecia más allá de lo que las autoridades económicas consideran pertinente inmediatamente intervienen para evitar que ello siga ocurriendo.
En principio se puede argumentar que es para mantener la estabilidad macroeconómica; sin embargo, también existe otra razón.
La depreciación de la moneda ocasiona inflación, los productos y servicios importados salen más caros. Solamente basta recordar el enorme déficit de bienes y servicios antes mencionado, más de cinco puntos de PIB mexicano.
Una hipotética depreciación de 2 pesos implica que se requieren 115 mil millones adicionales del exterior para financiar el débito. Es el costo de la dependencia, una aproximación de lo qué pasó en 2016.
Los primeros en recibir ese impacto son los importadores, esencialmente empresas comercializadoras y aquellas que compran insumos y maquinaria para producir.
Durante los últimos 15 años China, Vietnam y otros países asiáticos, que no siguen las reglas del libre comercio, mantuvieron bajo control a la inflación mexicana, comprábamos barato gracias a la intervención sobre el tipo de cambio
Desde el segundo semestre de 2014 el modelo de control del tipo de cambio comenzó a colapsar: rebasó los 13 pesos por dólar y desde ese momento no ha detenido su marcha.
El impacto sobre la inflación era cuestión de tiempo. Los productores pudieron contenerlo hasta fines de 2016; sin embargo, hoy es evidente que ya no funciona.
La inflación de lo precios productor lo refleja claramente, en enero llegó a casi 10% pero en algunas manufacturas superó 14%.
Hasta el momento la inflación al consumidor sigue relativamente baja, 4.8%, pero igual refleja que se terminó la luna de miel de la apertura comercial que favoreció la importación de bienes y servicios baratos. La importación de gasolinas es un ejemplo visible.
Manipular el tipo de cambio sin crear una economía de mayor productividad y competitividad carga una factura que no es compensada por las exportaciones.
A pesar de la depreciación de la moneda mexicana el país sigue ampliando su déficit con el exterior.
La razón es atribuible a que las empresas exportadoras trasnacionales tienen compromisos con proveedores extranjeros y no los sustituyen a pesar de que es más barato comprar en México.
En algunos casos porque no se fabrica en el país. El haber cancelado la política industrial también pasa una factura.
Todo eso se conjuga con el momento inflacionario, de desequilibrio con el exterior y bajo crecimiento que se vive en el país.
Un periodo en donde las finanzas públicas también enfrentan una nueva crisis.
Durante 30 años se pidió alta productividad y competitividad al sector privado, pero los tres niveles de gobierno siguieron atrapados por la inercia de la ineficacia y corrupción. Esa es otra parte del colapso del modelo que merece su propio capítulo.
Director del Instituto para el Desarrollo Industrial y el Crecimiento Económico