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Se vive una época en donde la denominada como Economía del Conocimiento hace una clara diferenciación entre las naciones líderes y aquellas que son parte del flujo financiero y de la manufactura mundial, pero cuya incidencia real depende de las estrategias e innovación foránea.
La arquitectura y reglas actuales de la economía global se configuraron desde hace más de cuatro décadas, y la gestación del progreso tecnológico que hoy se vive en el mercado internacional desde hace más de 70 años.
Las naciones que no prepararon en tiempo y forma su forma de gobierno, su sistema educativo, la organización de sus empresas e infraestructura, así como su sistema financiero han intentado adaptarse a contracorriente a los vertiginosos cambios de la economía mundial. La mayor parte no lo ha logrado, la fuerza de la inercia es demasiado grande.
Sólo los países y regiones que han implementado los cambios en función de reconocer las tendencias globales y adaptarlas a su estructura productiva y socioeconómica han alcanzado los resultados más favorables.
México no lo ha hecho. El problema no es la falta de recursos, es la economía 15 del mundo. A pesar se haber perdido posiciones, sigue siendo una de las naciones con mayor riqueza. Sin embargo, e independientemente de la mala distribución del ingreso, ser una economía grande no es sinónimo de que las cosas se hacen bien.
La liberalización debió acompañarse de la creación de condiciones que mejorarán la competitividad y productividad de las empresas desde hace 30 años. El peso de la inercia fue mayor.
De acuerdo con el indicador de competitividad del Foro Económico Mundial, México no ha logrado los avances institucionales y de política económica necesarios para elevar su fortaleza productiva.
No sólo es que la economía 15 del mundo se encuentre en el lugar 57 de competitividad mundial, una vista hacia interior del índice señala que los precursores institucionales de los cambios tienen los mayores rezagos.
El primer ejemplo es el pilar denominado como Desmpeño del Sector Público, México ocupa la posición 107, similar al de Afganistán, Nigeria y Colombia.
En Instituciones Públicas se ubica en el lugar 115, cercano a Guatemala, Sierra Leona y República Dominicana.
Por tanto, y de acuerdo con el Foro Económico Mundial, es evidente que el sector público mexicano no tiene un desempeño acorde con los elevados estándares de eficacia y eficiencia que reclama el contexto global. La cuestión de fondo es que el sector público es quien diseña, impulsa y regula los cambios a los que la sociedad y el sector privado deben adaptarse.
En lo correspondiente a Ética y Corrupción la ubicación es aún más decepcionante, la 121. Parecida a Malawi, Guatemala y Zimbabue. No se puede avanzar hacia una mayor eficiencia y eficacia cuando el sistema de valores tiene semejantes distorsiones. En seguridad México se coloca en el lugar 129, al lado de Myanmar y Nigeria.
Siempre se toma como referencia a la “estabilidad macroeconómica”. Normalmente se le adjudica como uno de los elementos que otorga mayor confianza a los inversionistas. Si bien el Foro Económico Mundial no tiene un pilar etiquetado como tal, si pública otro llamado Ambiente Macroeconómico. México ocupa la posición 56, una que no corresponde al tamaño de su PIB.
Puede cuestionarse la elaboración del indicador del Foro Económico Mundial, pero también debe considerarse que es la métrica con la que se compara sí las naciones se comportan conforme la óptica de libre mercado que rige al mundo desde hace 30 años.
México no ha podido adaptarse, integralmente, al contexto global. Su mayor fortaleza radica en el tamaño de su economía y población, así como a su dotación de recursos naturales.
Alcanzar mayores niveles de progreso implicará una transformación radical del país, principalmente de sus instituciones; de la eficacia y orientación de las políticas públicas que implementan. Tienen que comprometerse con el desarrollo económico y social del país.
Director del Instituto para el Desarrollo Industrial y el Crecimiento Económico