Son la mayoría, pero viven, en muchos casos, como si fueran una minoría segregada y discriminada por el hecho de ser mujeres. No es un fenómeno único de México, ni de otros países menos desarrollados que tienen usos y costumbres en donde el género femenino juega un papel secundario y limitado. Sucede en todo el mundo, incluyendo a las naciones con más crecimiento y desarrollo social, económico y político.

Es cierto, la universalidad de los derechos humanos sigue siendo una buena intención, que no logra materializar la protección más elemental de la dignidad humana en más de la mitad de los habitantes de los países en donde supuestamente estos derechos son observados ejemplarmente. Me pregunto, ¿qué pasa en aquellas sociedades en donde los derechos humanos son rechazados sistemáticamente? ¿Cuáles son los derechos que tienen las mujeres para hacer valer su condición de persona?

La desigualdad entre el hombre y la mujer es una realidad que tiene diversas incidencias en la vida cotidiana de toda sociedad. Las manifestaciones más obvias se reflejan en la violencia económica, psicológica, física, emocional y sexual que viven todos los días, en distintas formas e intensidades. Es claro que ninguna ley va a cambiar una realidad social, si no hay de por medio voluntad y actitud para crear una nueva forma de convivencia en donde los derechos de los hombres y mujeres sean idénticos.

Es el caso que en el ámbito laboral, las mujeres tienen menores percepciones salariales que los hombres para trabajos similares. En Europa se calcula que esta diferencia es de 17% aproximadamente. En México, cerca de 18%, y a nivel global, la cifra sube hasta el 23%, según datos de la ONU.

¿Cuál es la razón para que se pague menos el trabajo de la mujer? Lamentablemente es un tema de discriminación y de estigma. De patrones y estereotipos en donde nos acostumbramos a que la mujer debe recibir menos dinero por un trabajo en donde el hombre recibe más. Este paquete no incluye otras expresiones de segregación y limitación a los derechos laborales de las mujeres, como son las prestaciones sociales y, en el futuro, su derecho a tener un retiro con la misma seguridad que tiene por ley el hombre, al momento de pensionarse.

Sucesos inadmisibles, porque a futuro estamos creando más desigualdad y su consecuente desequilibrio en los derechos laborales de las mujeres. Si es cierto que, en principio, la generación de riqueza es producto de nuestro esfuerzo y trabajo, en esta ecuación también estamos haciendo económicamente más pobres a las mujeres, porque les estamos quitando injustificadamente parte del producto que generan con su trabajo.

Por supuesto que hay otros grupos de mujeres que no laboran en el mercado formal, y obviamente tienen más desventajas, porque su trabajo de casa no es reconocido y menos aún, pagado. Son las mujeres que tienen la sensible responsabilidad de formar a las nuevas generaciones de ciudadanos, que posiblemente podrán en el futuro, cambiar el curso de la historia. Qué ironía y qué contradicción.

Por lo pronto y a la espera de nuevos momentos, sólo nos queda invitar a que las injusticias sean resueltas por los medios que formalmente prevé la ley, como es el caso del juicio de amparo, para que se protejan los derechos de las mujeres, cuando hay actos de discriminación por razón de género. También queda la esperanza de que, por medio de la educación, tengamos nuevas formas de entender y apoyar la igualdad jurídica de todas las personas, empezando por la más elemental de todas las formas de no discriminación, al reconocer la igualdad de derechos entre el hombre y la mujer.

Sí el reto de la ONU para el año 2030 es que la mayoría de países integrantes logren establecer una agenda de plena igualdad, de lo que llaman 50-50, no hay mucho tiempo que perder, para hacer realidad una deuda que tenemos con nosotros mismos y con el futuro de la civilidad.

Académico por la UNAM

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