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La reciente elección parlamentaria de España nos invita a pensar en los posibles paralelismos electorales que podemos tener en el futuro cercano, y en lo complicado que puede resultar integrar un gobierno de coalición cuando hay de por medio un voto altamente fragmentado, que no le otorga a ningún partido político un amplio mandato para hacer una mayoría en el Congreso, ni siquiera con la suma de los integrantes de una posible coalición electoral con la que pudiere ganar la elección presidencial.
Como se recordará, como producto de las diversas reformas políticas aprobadas en la agenda del Pacto por México, a partir de 2018 dará inicio de manera optativa la figura de los gobiernos de coalición, lo cual implica que el nuevo Presidente de la República, en caso de no contar con una mayoría en el Congreso, podrá optar por integrar un gabinete plural con un plan de gobierno que incorpore las diversas posiciones de los partidos que conformen la posible coalición. Se oye bien, pero en la práctica es muy complicado porque no tenemos experiencia en el tema, no hay regulación secundaria, no forma parte de nuestra cultura política compartir institucionalmente el ejercicio del poder y porque la variable de los votos es la que habrá de condicionar la negociación final.
La posible cohabitación política debe de ser regulada y no dejarla al vacío de las ocurrencias de último momento. Este es el mejor mensaje que nos ofrece la elección de España.
Irónicamente se puede dar el caso en que una coalición electoral entre los partidos ganadores de la elección presidencial, no necesariamente sea la coalición de gobierno, para el caso de que no alcancen a tener una mayoría en el Congreso, ante lo cual el presidente en turno podría recurrir a formar una coalición con los partidos que fueron sus competidores y por razón de ideologías y costumbres, antagónicos a sus propuestas de gobierno. Por supuesto que no es obligatoria la posible coalición, pero no veo la manera de hacer gobernable un sistema en donde hay un gobierno dividido con un Congreso adverso y también fragmentado en su conformación.
Es curioso que el presidente que gane una elección, en buena medida lo habrá de lograr por las propuestas que haya ofrecido en campaña, sin embargo ante el factible gobierno de coalición que tenga que conformar, también es probable que tenga que dejar a un lado algunas de sus sugerencias de gobierno o legislación, porque pueden ser parte de la negociación con los partidos a coaligarse.
En general, los gobiernos de coalición ofrecen un pacto político para lograr estabilidad, dado que encuentran un centro común de temas y acciones a desarrollar. Claramente no será una propuesta de gobierno ambiciosa, pero puede ofrecer ciertas garantías de convivencia entre los partidos, y más importante, entre los poderes públicos, hasta en tanto no hay nuevas elecciones y eventualmente un ganador que tenga mayoría.
La lección de la elección española no es el rechazo a los partidos políticos y a los integrantes de una clase política tradicional, o del apoyo ciudadano que han recibido nuevas ofertas políticas, sino la crisis de ingobernabilidad que se puede evitar cuando hay de por medio los remedios institucionales apropiados, producto de una inteligente y muy responsable regulación de eventos que pueden ser factibles y predecibles.
Este es un escenario posible para México, dado que el sistema electoral está diseñado para tener un sistema de partidos de amplio espectro. Un sistema electoral fragmentado crea votantes fragmentados con representación fragmentada.
La diferencia con España es que ellos tienen un sistema de gobierno parlamentario, el cual incluye diversas figuras y mecanismos que resuelven con relativa prontitud y flexibilidad sus divergencias y eventuales casos de parálisis de gobierno. En cambio, nosotros tenemos un sistema de gobierno presidencial rígido y desactualizado para enfrentar los nuevos desafíos democráticos.
Académico por la UNAM